En los primeros años 70, a la sazón, varios medios en Estados Unidos y la entonces Comunidad Europeaa sostenían que las burocracias técnicas del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial) y Naciones Unidas eran caras, ineficaces y poco transparentes.
En el caso de la ONU, artículos publicados en “Newsweek” y “US News” revelaron que el programa contra el hambre estaba saturado de técnicos que ganaban US$ 7.000 mensuales, hacían turismo y no producían resultados (tampoco nadie se los pedía). Por entonces, esa estructura abarcaba docenas de “expertos” del subcontinente indio, África, Latinoamérica y el mundo musulmán. Muchos habían nacido en países donde se podría alimentar docenas de familias con el importe de un sueldo como los que percibían (y perciben) ellos.
No es casual que, en diez años (1992-2001), la alta burocracia de la ONU y 2.300 empresas de todo el orbe fuesen cómplices en malversar los fondos de un programa para trocar por alimentos hidrocarburos iraquíes. Tampoco lo es que, como denunció Michael Mussa en 2005, que las crisis sistémicas de 1997/2002 en el sudeste asiático, Rusia, Argentina y otras economías fuesen aprovechadas por ejecutivos del FMI para “vender” recetas que algunos de esos mismos países tuvieron la sagacidad de no aceptar.
Como sucede todavía hoy, la alta burocracia del Fondo y el BIRF está repleta de funcionarios muy caros que se limitan a firman trabajos allegados por determinadas consultorías asociadas a grupos financieros. Pero, ahora, el departamento de integridad institucional –creado por Wolfowitz en el BM- saca a luz el segundo informe anual (2006) y descubre casos patentes, pero pequeños, de corrupción.
El documento cubre el bienio 2005/6 e investiga 235 denuncias concretas, aunque pudo demostrar apenas setenta y rechazó 53. No obstante, en ese período se impidió que 58 empresas y 54 personas recibiesen fondos del banco. Una de las firmas puestas en la picota es vieja conocida de Argentina: la francesa Thales Consulting & Engineering.
El departamento especializado del BIRF examinó también 92 acusaciones de fraude y corrupción que involucraban gente de la entidad y logró probar treinta y tres. Entre las conclusiones del informe, una es significativa: “el fraude entre personal del banco es raro, pero endémico”. Esto recuerda al Fondo Monetario; pero no a la ONU, donde la corrupción alcanza cotas altas en áreas específicas.
No obstante, el sociólogo Nathaniel Hobbs publicó en 2005 un trabajo según el cual “las licitaciones (del BIRF) son rutinariamente manipuladas”. El experto había analizado unos noventa contratos en veinte países, si bien por un monto ridículo (US$ 90 millones en total). Aunque Wolfowitz sostenga tener tolerancia cero a la corrupción, parece que tanto el informe oficial 2005/6 como el de Hobbs ponen en evidencia “excesos minoristas” y no grandes casos. Debe considerarse que el BIRF financia alrededor de 45.000 proyectos por año, muchos de ellos en países donde los sobornos forman parte del sistema desde la cúpula.
En los primeros años 70, a la sazón, varios medios en Estados Unidos y la entonces Comunidad Europeaa sostenían que las burocracias técnicas del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial) y Naciones Unidas eran caras, ineficaces y poco transparentes.
En el caso de la ONU, artículos publicados en “Newsweek” y “US News” revelaron que el programa contra el hambre estaba saturado de técnicos que ganaban US$ 7.000 mensuales, hacían turismo y no producían resultados (tampoco nadie se los pedía). Por entonces, esa estructura abarcaba docenas de “expertos” del subcontinente indio, África, Latinoamérica y el mundo musulmán. Muchos habían nacido en países donde se podría alimentar docenas de familias con el importe de un sueldo como los que percibían (y perciben) ellos.
No es casual que, en diez años (1992-2001), la alta burocracia de la ONU y 2.300 empresas de todo el orbe fuesen cómplices en malversar los fondos de un programa para trocar por alimentos hidrocarburos iraquíes. Tampoco lo es que, como denunció Michael Mussa en 2005, que las crisis sistémicas de 1997/2002 en el sudeste asiático, Rusia, Argentina y otras economías fuesen aprovechadas por ejecutivos del FMI para “vender” recetas que algunos de esos mismos países tuvieron la sagacidad de no aceptar.
Como sucede todavía hoy, la alta burocracia del Fondo y el BIRF está repleta de funcionarios muy caros que se limitan a firman trabajos allegados por determinadas consultorías asociadas a grupos financieros. Pero, ahora, el departamento de integridad institucional –creado por Wolfowitz en el BM- saca a luz el segundo informe anual (2006) y descubre casos patentes, pero pequeños, de corrupción.
El documento cubre el bienio 2005/6 e investiga 235 denuncias concretas, aunque pudo demostrar apenas setenta y rechazó 53. No obstante, en ese período se impidió que 58 empresas y 54 personas recibiesen fondos del banco. Una de las firmas puestas en la picota es vieja conocida de Argentina: la francesa Thales Consulting & Engineering.
El departamento especializado del BIRF examinó también 92 acusaciones de fraude y corrupción que involucraban gente de la entidad y logró probar treinta y tres. Entre las conclusiones del informe, una es significativa: “el fraude entre personal del banco es raro, pero endémico”. Esto recuerda al Fondo Monetario; pero no a la ONU, donde la corrupción alcanza cotas altas en áreas específicas.
No obstante, el sociólogo Nathaniel Hobbs publicó en 2005 un trabajo según el cual “las licitaciones (del BIRF) son rutinariamente manipuladas”. El experto había analizado unos noventa contratos en veinte países, si bien por un monto ridículo (US$ 90 millones en total). Aunque Wolfowitz sostenga tener tolerancia cero a la corrupción, parece que tanto el informe oficial 2005/6 como el de Hobbs ponen en evidencia “excesos minoristas” y no grandes casos. Debe considerarse que el BIRF financia alrededor de 45.000 proyectos por año, muchos de ellos en países donde los sobornos forman parte del sistema desde la cúpula.