sábado, 28 de diciembre de 2024

Las moléculas orgánicas nos acercan a la supercomputadora

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Desde hace 35 años el cerebro de las computadoras ha sido una pequeñísima pieza llamada microprocesador, o chip semiconductor de silicio. Hoy existe la posibilidad de usar moléculas orgánicas para abrir nuevos horizontes.

Los microprocesadores se construyen sobre láminas de silicio de ocho pulgadas de diámetro con 100 a 600 chips por lámina. Como el silicio es un semiconductor de electricidad, puede ser fácilmente convertido en conductor o aislante de electricidad. Mediante diversos procesos que utilizan productos químicos, gases y luz ultravioleta, se construyen los circuitos para el microprocesador.

Un semiconductor, además, es un material con propiedades físicas únicas que se ubican a mitad de camino entre un conductor como el aluminio y un aislante como el vidrio. Ese material es el silicio, un elemento de color gris cristalino que ha sido, hasta ahora, el material semiconductor más popular del mundo.

Una de las tareas más comunes que realiza el microprocesador es la de servir como “cerebro” de las computadoras personales, pero también dotan de “inteligencia” a innumerables aparatos de la vida diaria, como por ejemplo, los electrodomésticos. Hay un microprocesador detrás de la función de re-discado en un teléfono, por ejemplo.

Gran parte del progreso logrado a lo largo de los últimos 35 años con respecto a la meta de lograr computadoras más rápidas, más pequeñas y más baratas se centró alrededor del problema de embutir cada vez más transistores y otros aparatos electrónicos en esa lámina de silicio del tamaño de una estampilla postal. El primer microprocesador Intel – el llamado 4004 — salió en 1971y contenía 2.300 transistores. El Pentium II contiene siete millones y medio de transistores.

Para seguir adelante con este proceso de miniaturización es preciso abandonar los materiales físicos y pasar a las moléculas orgánicas, que se rigen por otro tipo de reglas y abrirían un camino insospechadamente amplio para llegar a la tan ansiada supercomputadora de dimensiones increíblemente pequeñas.

Los microprocesadores se construyen sobre láminas de silicio de ocho pulgadas de diámetro con 100 a 600 chips por lámina. Como el silicio es un semiconductor de electricidad, puede ser fácilmente convertido en conductor o aislante de electricidad. Mediante diversos procesos que utilizan productos químicos, gases y luz ultravioleta, se construyen los circuitos para el microprocesador.

Un semiconductor, además, es un material con propiedades físicas únicas que se ubican a mitad de camino entre un conductor como el aluminio y un aislante como el vidrio. Ese material es el silicio, un elemento de color gris cristalino que ha sido, hasta ahora, el material semiconductor más popular del mundo.

Una de las tareas más comunes que realiza el microprocesador es la de servir como “cerebro” de las computadoras personales, pero también dotan de “inteligencia” a innumerables aparatos de la vida diaria, como por ejemplo, los electrodomésticos. Hay un microprocesador detrás de la función de re-discado en un teléfono, por ejemplo.

Gran parte del progreso logrado a lo largo de los últimos 35 años con respecto a la meta de lograr computadoras más rápidas, más pequeñas y más baratas se centró alrededor del problema de embutir cada vez más transistores y otros aparatos electrónicos en esa lámina de silicio del tamaño de una estampilla postal. El primer microprocesador Intel – el llamado 4004 — salió en 1971y contenía 2.300 transistores. El Pentium II contiene siete millones y medio de transistores.

Para seguir adelante con este proceso de miniaturización es preciso abandonar los materiales físicos y pasar a las moléculas orgánicas, que se rigen por otro tipo de reglas y abrirían un camino insospechadamente amplio para llegar a la tan ansiada supercomputadora de dimensiones increíblemente pequeñas.

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