viernes, 27 de diciembre de 2024

Los efectos del vino como argumento publicitario

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La publicidad, en su afán de vender, suele invocar a la ciencia para convalidar promesas. Productos como leche, vino, manteca, aceite de esto o de aquello, siempre explican efectos sobre la salud. Pero cuidado: la ciencia salta de teoría en teoría.

Hace unos diez años, la “paradoja francesa” fue noticia. Con sorpresa, un grupo de epidemiólogos advirtió que los franceses, que nunca se privaron de queso, crema, manteca y todo tipo de grasa animal, no sólo viven más sino que también sufren menos ataques de corazón que los habitantes de otros países. La paradoja: el vino con que generosamente riegan sus comidas neutraliza los efectos dañinos de la grasa en el corazón y las arterias.

Los anunciantes del renglón corrieron a utilizar el argumento en su favor y muchas marcas aprovecharon el cambio de actitud en el público consumidor. Sin embargo, del mismo lado de la ciencia surgen las advertencias. Sobre todo, la de adherir a pie juntillas a la hipótesis que dice lo que uno le gusta escuchar.

Investigaciones posteriores sobre los efectos del vino en la salud demostraron que la relación causa-efecto no es tan clara y necesita del concurso de otros elementos. Especialmente cuando se investigaron otros países.

Como regla general, afirman otros estudios, la gente rica tiende a preferir el vino a las bebidas blancas o la cerveza. En el mundo occidental, cuanto más alto es el nivel socioeconómico, menor es la tasa de enfermedades cardíacas y mayor la expectativa de vida. Por eso, algunos médicos explican que es el dinero – y no la bebida – el elemento responsable de la mayor longevidad de los amantes del vino.

Hace algunos meses, un grupo de investigadores (Duke University, EE.UU. y el Instituto de medicina preventiva de Copenhagen, Dinamarca) agregó otro detalle a esa última explicación: encontró una sorprendente correlación entre estilo de vida de la gente y preferencias de bebida, aun cuando las personas involucradas pertenezcan aproximadamente al mismo estatus socioeconómico.

La conclusión a que llegaron con el universo que eligieron fue que, a igual nivel socioeconómico y posición social, los bebedores de vino hacían, por lo general, una vida más sana: comían menos grasa, fumaban menos y eran más activos que el resto. Los abstemios tenían los peores hábitos: comían menos fruta y vegetales y más carne roja, y también fumaban más.

Entonces, recordemos siempre que los argumentos publicitarios son necesariamente simplistas. La esencia de la publicidad consiste, justamente, en reducir la complejidad del mundo a unas pocas frases simples, claras, pegadizas y convincentes. El consumidor del siglo 21 sabe, o debe comenzar a recordar, que los procesos del cuerpo humano son cualquier cosa menos simples y pasibles de generalización.

Hace unos diez años, la “paradoja francesa” fue noticia. Con sorpresa, un grupo de epidemiólogos advirtió que los franceses, que nunca se privaron de queso, crema, manteca y todo tipo de grasa animal, no sólo viven más sino que también sufren menos ataques de corazón que los habitantes de otros países. La paradoja: el vino con que generosamente riegan sus comidas neutraliza los efectos dañinos de la grasa en el corazón y las arterias.

Los anunciantes del renglón corrieron a utilizar el argumento en su favor y muchas marcas aprovecharon el cambio de actitud en el público consumidor. Sin embargo, del mismo lado de la ciencia surgen las advertencias. Sobre todo, la de adherir a pie juntillas a la hipótesis que dice lo que uno le gusta escuchar.

Investigaciones posteriores sobre los efectos del vino en la salud demostraron que la relación causa-efecto no es tan clara y necesita del concurso de otros elementos. Especialmente cuando se investigaron otros países.

Como regla general, afirman otros estudios, la gente rica tiende a preferir el vino a las bebidas blancas o la cerveza. En el mundo occidental, cuanto más alto es el nivel socioeconómico, menor es la tasa de enfermedades cardíacas y mayor la expectativa de vida. Por eso, algunos médicos explican que es el dinero – y no la bebida – el elemento responsable de la mayor longevidad de los amantes del vino.

Hace algunos meses, un grupo de investigadores (Duke University, EE.UU. y el Instituto de medicina preventiva de Copenhagen, Dinamarca) agregó otro detalle a esa última explicación: encontró una sorprendente correlación entre estilo de vida de la gente y preferencias de bebida, aun cuando las personas involucradas pertenezcan aproximadamente al mismo estatus socioeconómico.

La conclusión a que llegaron con el universo que eligieron fue que, a igual nivel socioeconómico y posición social, los bebedores de vino hacían, por lo general, una vida más sana: comían menos grasa, fumaban menos y eran más activos que el resto. Los abstemios tenían los peores hábitos: comían menos fruta y vegetales y más carne roja, y también fumaban más.

Entonces, recordemos siempre que los argumentos publicitarios son necesariamente simplistas. La esencia de la publicidad consiste, justamente, en reducir la complejidad del mundo a unas pocas frases simples, claras, pegadizas y convincentes. El consumidor del siglo 21 sabe, o debe comenzar a recordar, que los procesos del cuerpo humano son cualquier cosa menos simples y pasibles de generalización.

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