lunes, 23 de diciembre de 2024

Heroína, éxtasis y otras sustancias enriquecen a bandas chinas

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Para muestra, basta un botón: Guo Chunlei tiene una escuela para conductores en Beijing. Saca US$ 65.000 limpios al año y eso el permite financiar su adicción a la heroína, el opiáceo favorito de la burguesía urbana.

“Quiero dejarla, pero no ceso de recaer”, señala este hombre de 35 años, que recibió a un redactor de la agencia Bloomberg’s en una clínica de rehabilitación. Era su décimo octavo intento en trece años. Gente como él explica la prosperidad de traficantes internacionales –mayormente chinos étnicos de Indochina o Asia central- y sus socios locales.

Durante 2006, China ha confiscado más heroína proveniente de esas regiones (en esencia, Birmania y Uzbekistán) que cualquier otro gobierno. En cuanto a anfetaminas, sólo la supera Estados Unidos, de larga tradición en la materia, según estadísticas de Naciones Unidas.

Como en Afganistán -actual eje del negocio global con opiáceos-, en China hay riesgo de que las bandas se asienten en un territorio mucho más vasto (9.975.000 km2). Además, salvo la heroína 4 (se toma líquida y es la de mayor pureza existente), las drogas inyectables elevan el peligro de sida.

Por supuesto, todos recomiendan mayor control de fronteras, puertos y aeropuertos. Pero, en general, los límites chinos cruzan montañas inaccesibles, desiertos y junglas. Únicamente Manchuria está separada de Rusia y Norcorea sólo por ríos, como señala Niklas Svanström, experto de la ONU. Resulta obvio, pues, que las vías de penetración pasan por el extenso litoral marino, remotos aeropuertos y caravanas que marchan por la antigua ruta de la seda.

En el plano social, el aumento de ingresos en la pequeña pero creciente clase media urbana genera demanda por éxtasis, metanfetaminas, marihuana, cocaína y diversas formas de heroína. Hasta ahora, casi toda esa mercadería proviene del exterior, pues en China sólo se cultiva y distribuye opio propiamente dicho.

“Volvo vende coches caros, Boeing aeroplanos comerciales y Lenovo computación. Pero los señores de la guerra afganos (talibán o no) y birmanos venden heroína”, señala Svanström. En una ironía de la historia: los viejos señores chinos de la guerra les compraban opio a los ingleses a mediados del siglo XIX. Cuando el emperador trató de acabar con el negocio, Gran Bretaña entabló las célebres “guerras del opio” para reabrir la importación. Bondades del primer mercantilismo, claro.

Svanström también trabaja en un programa de la universidad Johns Hopkins, orientado a Asia central, y en Uppsala. “El mercado chino, como en cualquier otro rubro, tiene un potencial tremendo para toda clase de drogas. Además, la corrupción sistémica en el interior favorece esos tráficos”, subraya.

Las estadísticas chinas son engañosas, por razone políticas. El Reino del Medio admite tener apenas un millón de adictos, pero diversas organizaciones del exterior elevan ese número a 15 millones en áreas urbanas. Ninguna fuente incluye el opio que se fuma, un hábito étnico tan arraigado como mascar hojas de coca en el altiplano andino.

“No tenemos motivos para ser optimistas”, reconocía en junio Chen Tsuni, subdirector de la oficina para control de narcóticos, Beijing. “En los últimos dos años, venimos notando mayor cantidad de casos relativos a la infiltración de drogas”. Pero el problema no se reduce a traficantes. También abarca químicos substraídos de fábricas locales para revender a procesadores chinos y extranjeros.

En este momento, China ya es la principal proveedora asiática de metanfetaminas del tipo conocido por “hielo”. Beijing informó hace poco haber interceptado, durante 2006, unas 3.300 toneladas de “químicos precursores”, destinados a exportaciones ilícitas. “Sus compradores son productores afganos y centroasiáticos, que a su vez envían ‘materia prima’ para fabricar éxtasis a puntos tan lejanos como Holanda”, explica Beate Hammond, de la junta pro control internacional de estupefacientes (Viena).

Mientras tanto, la juventud aburrida de las urbes chinas son clave para el negocio. Los puntos de contacto y captación de pequeños burgueses” –diría un marxista de la vieja guardia, si quedase alguno- están en clubes nocturnos, salas de karaoke, fiestas “rave” y hasta locutorios de Internet.

“Quiero dejarla, pero no ceso de recaer”, señala este hombre de 35 años, que recibió a un redactor de la agencia Bloomberg’s en una clínica de rehabilitación. Era su décimo octavo intento en trece años. Gente como él explica la prosperidad de traficantes internacionales –mayormente chinos étnicos de Indochina o Asia central- y sus socios locales.

Durante 2006, China ha confiscado más heroína proveniente de esas regiones (en esencia, Birmania y Uzbekistán) que cualquier otro gobierno. En cuanto a anfetaminas, sólo la supera Estados Unidos, de larga tradición en la materia, según estadísticas de Naciones Unidas.

Como en Afganistán -actual eje del negocio global con opiáceos-, en China hay riesgo de que las bandas se asienten en un territorio mucho más vasto (9.975.000 km2). Además, salvo la heroína 4 (se toma líquida y es la de mayor pureza existente), las drogas inyectables elevan el peligro de sida.

Por supuesto, todos recomiendan mayor control de fronteras, puertos y aeropuertos. Pero, en general, los límites chinos cruzan montañas inaccesibles, desiertos y junglas. Únicamente Manchuria está separada de Rusia y Norcorea sólo por ríos, como señala Niklas Svanström, experto de la ONU. Resulta obvio, pues, que las vías de penetración pasan por el extenso litoral marino, remotos aeropuertos y caravanas que marchan por la antigua ruta de la seda.

En el plano social, el aumento de ingresos en la pequeña pero creciente clase media urbana genera demanda por éxtasis, metanfetaminas, marihuana, cocaína y diversas formas de heroína. Hasta ahora, casi toda esa mercadería proviene del exterior, pues en China sólo se cultiva y distribuye opio propiamente dicho.

“Volvo vende coches caros, Boeing aeroplanos comerciales y Lenovo computación. Pero los señores de la guerra afganos (talibán o no) y birmanos venden heroína”, señala Svanström. En una ironía de la historia: los viejos señores chinos de la guerra les compraban opio a los ingleses a mediados del siglo XIX. Cuando el emperador trató de acabar con el negocio, Gran Bretaña entabló las célebres “guerras del opio” para reabrir la importación. Bondades del primer mercantilismo, claro.

Svanström también trabaja en un programa de la universidad Johns Hopkins, orientado a Asia central, y en Uppsala. “El mercado chino, como en cualquier otro rubro, tiene un potencial tremendo para toda clase de drogas. Además, la corrupción sistémica en el interior favorece esos tráficos”, subraya.

Las estadísticas chinas son engañosas, por razone políticas. El Reino del Medio admite tener apenas un millón de adictos, pero diversas organizaciones del exterior elevan ese número a 15 millones en áreas urbanas. Ninguna fuente incluye el opio que se fuma, un hábito étnico tan arraigado como mascar hojas de coca en el altiplano andino.

“No tenemos motivos para ser optimistas”, reconocía en junio Chen Tsuni, subdirector de la oficina para control de narcóticos, Beijing. “En los últimos dos años, venimos notando mayor cantidad de casos relativos a la infiltración de drogas”. Pero el problema no se reduce a traficantes. También abarca químicos substraídos de fábricas locales para revender a procesadores chinos y extranjeros.

En este momento, China ya es la principal proveedora asiática de metanfetaminas del tipo conocido por “hielo”. Beijing informó hace poco haber interceptado, durante 2006, unas 3.300 toneladas de “químicos precursores”, destinados a exportaciones ilícitas. “Sus compradores son productores afganos y centroasiáticos, que a su vez envían ‘materia prima’ para fabricar éxtasis a puntos tan lejanos como Holanda”, explica Beate Hammond, de la junta pro control internacional de estupefacientes (Viena).

Mientras tanto, la juventud aburrida de las urbes chinas son clave para el negocio. Los puntos de contacto y captación de pequeños burgueses” –diría un marxista de la vieja guardia, si quedase alguno- están en clubes nocturnos, salas de karaoke, fiestas “rave” y hasta locutorios de Internet.

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