<p>Toda una fábrica de premios Nobel económicos –no siempre merecidos pero jamás devueltos- falló como usina inversora. Dejando de lado “antiguos” como Simon Kuzñets (1971), padre del producto bruto interno, John Hichs o Kenneth Arrow (lo compartieron en 1972), los dos más recientes –Amartya Sen, 1998; John Scheling, 2005- son ajenos al negocio financiero.<br />
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Ahora bien ¿adónde fueron a parar los hacedores de matemáticas derivativas? Ajenos a aquel semillero, los villanos de la película son Robert Merton, Myron Scholes (1997), Henry Markowitz, Merton Miller y William Sharpe (1990). Dos del segundo grupo dirigían <em>Long-Term Capital Management</em>, hundido en 1998 bajo el peso de derivados insostenibles.<br />
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Años después, en 2007/8, los inversores académicos quemaban US$ 38.000 millones en activos, mayormente derivados. Entretanto, uno de ellos, el fideicomiso de Harvard, disponía de doscientos consultores externos rentados. Ninguno supo avisar a tiempo, algo que sí hizo un “lego” como Warren Buffett… en 2006.<br />
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Pese a sus advertencias, el grueso de las colocaciones era vía fondos de cobertura, apuesta que hoy le cuesta cientos de millones a la orgullosa universidad. De paso, cuestiona la permanencia de su presidente, Jane Mendillo.</p>
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En derivados, ni Harvard tuvo nunca la bola de cristal
A diferencia de economistas sistémicos, los gurúes académicos no previeron el peor crac desde 1929/32 ni la peor recesión desde 1933/7. Una de sus víctimas fue un fideicomiso (trust fund) estelar, el de la influyente universidad.