jueves, 26 de diciembre de 2024

Puja entre los alimentos naturales y los genéticos

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En Europa occidental, los yuyos perjudican sembradíos de arroz o maíz. Sus dueños desechan todo cuanto no sea ecológico. Unos 7.500 kilómetros al oeste, científicos y técnicos de Monsanto hacen al revés: crean semillas biológicamente modificadas.

<p>El l&iacute;der en la materia gasta unos dos millones diarios en investigaciones tendientes &ndash;se dice- a mejorar la obra de la naturaleza. Por ende, se ubica como actor clave en la lucha contra el hambre; le guste o no. Esta multinacional y los chacareros europeos representan dos extremos de un debate cada d&iacute;a m&aacute;s agrio sobre el futuro alimentario del planeta.<br />
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Sin duda, todos quieren reducir el hambre. Pero el camino para hacerlo coloca a los ambientalistas virtualmente contra quienes tratan de combatir el d&eacute;ficit productivo, a las grandes empresas contra el consumidor o a pa&iacute;ses ricos contra pobres. Esta pelea, agudizada por imperio de la recesi&oacute;n occidental, no impide que las partes est&eacute;n de acuerdo en un punto: si no se act&uacute;a con celeridad v&iacute;a intervenciones colectivas de largo aliento, el hambre crecer&aacute; exponencialmente.<br />
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En efecto, la mezcla de d&eacute;ficit alimentario y crisis sist&eacute;mica ha elevado a m&aacute;s de mil millones la poblaci&oacute;n mundial en riesgo de hambrunas. La organizaci&oacute;n para la alimentaci&oacute;n y el agro (FAO, Naciones Unidas) prescribe que la producci&oacute;n rural debe subir 70% durante lapso 2010/49. La masa a alimentar a&ntilde;adir&aacute; 2.300 millones en cuatro d&eacute;cadas. <br />
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Esta clase de realidades ser&aacute;n abordadas en Roma por una reuni&oacute;n cumbre de la FAO, a realizarse la semana pr&oacute;xima con el lema&rdquo;seguridad alimentaria&rdquo;. Todo un eufemismo en una entidad cuyos t&eacute;cnicos ganan cada uno un sueldo suficiente para mantener familias enteras en los pa&iacute;ses. Como siempre, se escuchar&aacute;n argumentos opuestos sobre c&oacute;mo afrontar el problema. En particular, habr&aacute; duras disputas en cuanto a importancia de la ciencia versus reformas socioecon&oacute;micas en favor de agricultores capaces de mejorar cosechas sin apelar a la biotecnolog&iacute;a.<br />
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En rigor, Europa occidental, el sudeste asi&aacute;tico y parte de Latinoam&eacute;rica ya van alej&aacute;ndose de las peque&ntilde;as chacras, en favor de unidades econ&oacute;micamente m&aacute;s rentables. Pero algunos pa&iacute;ses en teor&iacute;a desarrollados &ndash;Italia es uno- retienen una agricultura centrada en lo familiar para producir desde aceitunas o frutas hasta quesos. No emplean nada qu&iacute;mico y ni siquiera fertilizantes, pesticidas o herbicidas naturales.<br />
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Esta escuela sostiene que sus explotaciones son ecol&oacute;gicamente sostenibles. Ha recortado costos, pues, eliminando productos comerciales caros y limitando en lo posible el uso de maquinaria. Este tipo de actividad rural, por cierto, podr&iacute;a aplicarse al &Aacute;frica subsahariana, Asia meridional y &aacute;reas de Latinoam&eacute;rica. Sin embargo, en el resto del mundo la carrera van gan&aacute;ndola las semillas de Monsanto y compa&ntilde;&iacute;as similares. Ir&oacute;nicamente, los alimentos org&aacute;nicos o naturales reinan en caros restaurantes y almacenes para &ldquo;gourmets&rdquo;.</p>
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