Vía una red de pactos, Brasil adquiere más peso en el G-20
Un juego cruzado de alianzas define en Brasil una política internacional no centrada exclusivamente en el grupo de los 20 ni en los otros tres grandes emergentes (China, Rusia e India). Pero Latinaomérica es esencial como hilo conductor.
23 septiembre, 2010
<p>Nadie sabe por qué Gran Bretaña, vía su colonia malvinera, pide a Brasil cooperar con su exploración petrolera en el Atlántico sudoccidental. Londres sabe que Itamaratí apoya a Argentina en la zona mientras Petrobrás se proyecta al golfo de México. Esto redefine un eje geopolítico nada exótico para Itamaratí <br />
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En verdad, el desastre de British Petroleum en el litoral estadounidense favorece los planes brasileños en la región. Éstos incluyen actividades en la cuenca norte de Cuba –entre la isla, Florida y Bahamas-, junto con la firma estatal noruega Hydro. Tan complicado ajedrez tiene un estímulo sistémico: en el primer semestre, el gigante creció más de lo supuesto y registra 9% de aumento anual en el producto bruto interno. Vale decir, durante los doce meses entre julio de 2009 y junio último. Nunca había ocurrido.<br />
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El ritmo del PBI brasileño, pues, sólo queda todavía superado por China, que pasó 10% anual en 2006, 2007 y 2008. Como ocurre con otras economías emergentes –India, Rusia, Argentina, Sudáfrica-, las claves del auge brasileño residen en la demanda interna, que estimula la producción industrial y la inversión externa directa.<br />
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Internacionalmente, Brasil mejora su posición en el cuarteto emergente líder. Este conjunto más algunos otros integrantes del grupo de los 20 son quienes están impulsando –pese a los problemas europeos- a la economía occidental fuera de la crisis sistémica iniciada con el colapso hipotecario norteamericano de 2006/7. Resulta irónico que ese mismo G-20 no pueda debatir una “tasa Tobin” sobre el negocio financiero multinacional, justamente porque un “lobby” opera sobre varios bancos centrales.<br />
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Pero falta un detalle: varios países han tirado por la borda las viejas recetas del Fondo Monetario Internacional, que resultaron contraproducentes en la crisis sistémica de 1997/8. Hoy el propio FMI abandona –con parsimonia- la cartilla ortodoxa, forzado por otra crisis, la del endeudamiento en la Unión Europea. En cierto sentido, el problema real es el colapso del pacto de Maastricht (1992) y la suerte del euro. <br />
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