En el boletín 4 del Observatorio de la Economía Mundial de la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad Nacional de San Martín, un trabajo realizado por Jorge Remes Lenicov, con la colaboración de Anahí Viola y Patricia Knoll, titulado “América Latina: una visión de largo plazo y la problemática actual”, demuestra que el crecimiento durante la década en América Latina fue bastante menor al exhibido por los países asiáticos e inferior al de las otras regiones del mundo en desarrollo (excepto Rusia).
La conclusión es que el resultado económico de los últimos más de treinta años fue pobre: el aumento del PIB per cápita fue apenas el 1 % anual. Pocos países lograron reducir la distancia respecto de los países desarrollados (PD); en promedio el ingreso per cápita de la región no llega a un cuarto del de los PD y es más desigual.
Las últimas tres décadas
Un análisis de largo plazo, desde 1980 a la fecha, muestra que América Latina tuvo un crecimiento económico bajo, desigual e inestable.
Durante los ochenta, la década perdida, el crecimiento fue bajísimo (16,3 % y por año 1,5 %) y todos los indicadores de desigualdad y pobreza se deterioraron. Dos de los motivos fueron la crisis de la deuda y los adversos términos del intercambio.
En el decenio siguiente, durante la década de las reformas, se llevó adelante en muchos países un proceso de privatizaciones, desregulaciones, mayor apertura comercial y libre movimiento de los capitales.
El crecimiento fue moderado (36,1 % y 3,1 % anual), hubo cierta recuperación de los términos del intercambio y los indicadores sociales mejoraron muy lentamente.
En la primera década del siglo XXI, y debido a los positivos cambios en algunas políticas internas (un orden macroeconómico más equilibrado y políticas anticíclicas) y al muy favorable contexto internacional (altos términos del intercambio y mayores flujos de capitales), la economía tuvo un muy buen crecimiento durante el período 2003-08 (5,1 % anual) que termina cuando estalla la gran recesión internacional de 2008/09. Si bien el crecimiento de toda la década fue moderado (37,7 % y 3,3 % anual) los indicadores sociales comenzaron a mejorar favorecidos por ese mayor crecimiento y por la aplicación de políticas sociales.
Durante la última década, 70 millones de latinoamericanos abandonaron la pobreza y alrededor de 50 millones se unieron a la clase media.
El resultado económico de los últimos más de treinta años fue pobre: el aumento del PIB per cápita fue apenas el 1 % anual. Pocos países lograron reducir la distancia respecto de los países desarrollados (PD); en promedio el ingreso per cápita de la región no llega a un cuarto del de los PD y es más desigual.
Además, el crecimiento fue bastante menor al exhibido por los países asiáticos e inferior al de las otras regiones del mundo en desarrollo (excepto Rusia).
Lo ocurrido durante la última década
A partir del inicio de este siglo se observaron cambios positivos en los regímenes macroeconómicos de la mayoría de los países de la región, tales como el fortalecimiento de las políticas monetarias y fiscales, la reducción de la deuda respecto del PIB (pasó de 43 % en 2000 a 30 % en 2012) y el aumento de las reservas internacionales (aumentó de 204.000 millones de dólares en 2000 a 819.000 millones en 2012).
Estas políticas ayudaron a crear un marco adecuado para favorecer el mayor crecimiento y con la recuperación, aunque parcial, de la inversión pública y el aumento del gasto social se pudo avanzar hacia una mejor distribución del ingreso y la reducción de la pobreza.
Además, estos cambios contribuyeron a reducir el desempleo y la inflación (tasa media 2000-13: 7,1 %) y a mejorar las cuentas fiscales, lo que favoreció un mejor desempeño ante la última gran recesión.
El crecimiento estuvo impulsado por la demanda interna (consumo e inversión) y no por la externa, como en Asia, dado que el aporte de las exportaciones menos las importaciones fue alrededor de cero.
También jugó muy a favor el contexto internacional. Los términos del intercambio crecieron 31_% a partir de 2003 por la mayor demanda de materias primas de los países asiáticos, en particular de China. Los más favorecidos fueron los países energético-mineros seguidos por los exportadores de materias primas agrícolas; los únicos que registraron términos del intercambio adversos fueron los pequeños países centroamericanos.
Además aumentaron los flujos financieros de corto plazo y fundamentalmente la inversión extranjera directa (IED), que fue en ascenso llegando a 126.000 millones de dólares en 2012; entre 2003 y 2012 ingresaron en promedio 102.000 millones de dólares anuales siendo los principales receptores Brasil, México, Chile y Colombia. Estas inversiones se dirigieron en más del 40 % a servicios y el resto se distribuyó por partes iguales entre industria y recursos naturales; si se excluyera a Brasil el destino a recursos naturales fue muy superior al de la industria.
En la gran mayoría de los países ahora existe una mayor incidencia del comercio exterior y de la inversión extranjera directa que hace 30 años.
La contrapartida de estos cambios y del proceso de desendeudamiento externo es un menor peso de los intereses pagados y una mayor incidencia de las rentas devengadas por la inversión extranjera, si bien una proporción considerable de estas rentas se reinvierte.
Asimismo, las remesas de los migrantes se convirtieron en una fuente relevante de recursos para varios países de la región, en particular en Centro América.
Pero a pesar de la coyuntura mundial favorable, la región exhibió un creciente déficit en la cuenta corriente que fue financiado por el ingreso de capitales (IED y de cartera).
En buena medida ello se debe a que la política cambiaria respondió más a los flujos financieros de corto plazo y a los cíclicos precios de las exportaciones que a la evolución de las productividades relativas de los distintos sectores productivos nacionales.
La región adolece de varios problemas y debilidades
La región tiene una estructura económica y social muy heterogénea, con diferencias de productividad muy elevadas entre las Pymes y las grandes empresas y entre los sectores transables y no transables, con importantes capas de trabajadores informales y con bajo nivel de capacitación y con un alto porcentaje de pobres estructurales.
Esto conduce a que hay que ser muy cuidadoso con las políticas públicas porque cuando se aplican sólo aquellas de carácter general como si la estructura fuera homogénea, suelen provocar efectos asimétricos en lo productivo y distributivo, en contraposición de la creencia neoliberal sobre las simetrías.
Para crecer sostenidamente y mejorar la distribución es fundamental la reducción de la heterogeneidad y de la brecha de productividad entre los sectores.
Otro problema es la fuerte dependencia del comportamiento de los precios internacionales: el aporte de los términos de intercambio al aumento del ingreso ha sido muy notorio durante la última década. Pero en casi todos los países provocó la revaluación del tipo de cambio y la primarización de las exportaciones (enfermedad holandesa).
Como desde el pico registrado en 2011 los precios de los productos básicos comenzaron a disminuir, el crecimiento latinoamericano se desaceleró a la vez que se frenó el proceso de apreciación cambiaria.
También la región, con la excepción de muy pocos países, muestra un escaso nivel de ahorro.
Para el período 2003-11 fue de 20,7 % (ahorro nacional: 19,2 % y ahorro externo: 1,5 %) que es un coeficiente muy bajo cuando se lo compara con otros PED y mucho más en relación con los asiáticos. Lo mismo sucede con el crédito, que si bien aumentó sobre todo el destinado al consumo, el contraste con otros países es notable: mientras que en Latinoamérica promedia el 37 % del PIB, en otros PED se ubica en 93 %, y en los PD casi duplica el PIB.
Ligado con lo anterior, la inversión es insuficiente. Por largos períodos se mantuvo en un nivel inferior al 20 % del PIB y recién en la década de 2000 creció pero de manera insuficiente: en el periodo 2003-11 fue del 20,6 % y en 2012 llegó al 21,1 % del PIB, muy por debajo del promedio para Asia emergente (42 %) e incluso del promedio mundial: 24 %.
Pero además se favoreció el aumento de la inversión en los sectores no transables y en la explotación de recursos naturales, sin que se registrara un crecimiento equivalente —o superior— en el resto de los sectores transables, particularmente en la industria.
Otra cuestión no menor está asociada al bajo nivel educativo del capital humano, que ocasiona en muchos países serias dificultades al momento de aumentar la capacidad de producción y generar o adaptar nuevas tecnologías.
La escasez de recursos humanos capacitados es un obstáculo para el crecimiento y para la generación de productos de mayor valor agregado.
Otro gran problema de la región es el rezago tecnológico, ligado no solo a las limitaciones de la inversión en capital humano y físico sino también a la debilidad de las instituciones que promuevan y le den perdurabilidad a las políticas que incentivan el desarrollo de la tecnología.
La región está muy atrasada cuando la comparación se hace no sólo con los PD sino también con Asia.
América Latina está muy por debajo de ellos, como lo demuestran indicadores tales como la inversión en I&D como proporción del PIB, el número de patentes en relación a la población y el ranking de las universidades
También el déficit en materia de infraestructura constituye una materia pendiente y podría convertirse en un lastre para el futuro.
Un caso paradigmático es el transporte, con déficits de magnitud en la red vial, en las vías férreas y en los puertos, lo cual genera un mayor costo en materia logística y pérdida de competitividad.
Vinculado a los puntos anteriores, la productividad laboral tuvo un progreso pero limitado, desigual y todavía precario. El crecimiento de la productividad en los sectores no transables es menor que en los sectores transables, a pesar que la inversión se orientó más a los primeros que a los segundos. Esto contribuyó a que los aumentos de la productividad fueran menores a los que se podrían haber alcanzado mediante un proceso más balanceado y de inversión más elevada.
El aumento de la productividad laboral que tuvo lugar durante la última década fue resultado principalmente de una mayor reasignación de recursos dentro de las ramas de actividad (no transables y materias primas), en comparación con el aumento de la productividad que se origina de la reasignación de recursos desde ramas de actividad de menor productividad hacia aquellas de mayor productividad.
Este comportamiento ha tendido a ser menos favorable para la difusión y aprendizaje tecnológico que procesos de especialización intraindustrial que han caracterizado la relación comercial y productiva de otras regiones (por ejemplo en Asia), con lo que su aporte al aumento de la productividad ha sido menor.
Según la OIT (Programa Laboral 2013) la productividad laboral en América Latina está por debajo de la media mundial, y entre 2000 y 2010 creció apenas 10 %, lo cual limita el crecimiento y las posibilidades de incremento de los salarios reales.
Desde el punto de vista social, en la última década mejoró la distribución del ingreso y se redujo la desocupación y la pobreza, pero la informalidad bajó muy poco, situándose en 47,7_%, mientras que el 40 % de la población no tiene ningún tipo de cobertura de salud y de pensiones (OIT).
Las instituciones políticas y económicas que son esenciales para dar sustentabilidad al desarrollo si bien mejoraron, todavía queda mucho por avanzar. Un paso hacia un estadio superior implicaría que en cada país se pudieran consensuar los temas estratégicos de largo plazo.
Un buen y estable entorno institucional que favorezca las sinergias entre las políticas macroeconómicas, industriales, ambientales y laborales son fundamentales para otorgar una orientación común y sostenida a la acción pública.
Sortear todos estos problemas permitirá a la región aumentar su competitividad, lograr un desarrollo sostenible y mejorar el ingreso de los trabajadores.