Por Juan Llach (*)
Trump ha sorprendido al concentrar hasta ahora sus abundantes energías en la cuestión de los inmigrantes y, en menor medida, en la agenda de protección a las industrias de los EEUU.
Esto último se vio en sus amenazas de un arancel de 20% a las importaciones, en especial de México, también en la suspensión “por 60 días” de las importaciones de limones tucumanos que hacía muy poco había autorizado Obama después de más de 15 años de veda y, por fin, en la acusación a ¡Alemania! de mantener un euro subvaluado.
Sorprendente que haya acusado al país que durante la presidencia de Trichet en el Banco Central Europeo apoyó las políticas que llevaron al euro al récord de US$ 1,60 y que, en cambio, no mostró entusiasmo alguno con las políticas del actual presidente Draghi, de emisión monetaria y tasas de interés cero e incluso negativas.
Todo esto evidencia que Trump ignora cuestiones básicas de la economía; pero más preocupante es que ocurra lo mismo con algunos de sus asesores en puestos clave. Han brillado hasta ahora por su ausencia, en cambio, referencias a las insistentes promesas electorales de Trump de rebajar impuestos a los más pudientes y ambiciosos planes de infraestructura.
Es todavía muy temprano para avizorar cuál de los tres escenarios bosquejados aquí en diciembre terminará prevaleciendo. En los tres veíamos una tendencia al proteccionismo, un aumento del déficit fiscal y la consecuente baja de los bonos del Tesoro (suba de su rendimiento).
En el primero estaría acompañado por un ascenso rápido de las tasas de la Reserva Federal (RF), la apreciación del dólar, un mayor crecimiento de EE.UU, las fugas de capitales de los países emergentes, algo más de inflación y, en fin, una caída de precios de las materias primas, salvo el oro. Sería un panorama negativo para los países emergentes, aunque no necesariamente dramático.
El segundo escenario es similar al primero, pero más acentuado. El mundo lo vivió en 1979-81, cuando la inflación en EE.UU superó el 13%, el rendimiento de los bonos llegó a casi 16% y la tasa de la RF tocó 20% (sic), lo que poco después llevó al “súper dólar” de Reagan. Esto condujo a una “década perdida” para los países emergentes (PE), sobre todo en América Latina con default de muchos países. Este escenario lo veíamos y lo vemos como el menos probable.
La tercera alternativa es casi opuesta a la primera y se asemeja a lo ocurrido entre mediados del 2004 y la crisis del 2008: dólar en su mínimo histórico y materias primas a precios récord pese a una suba sostenida de las tasas de la RF –hasta un máximo de 5%-, consecuente suba de los rendimientos de los bonos del Tesoro y una inflación del IPC que llegó a un máximo de 3,8% en 2008. Este sería el mejor escenario para los PE y, por estrecho margen, el que vemos más probable.
Hay algunas pistas de lo ocurrido desde la elección norteamericana. Los mercados financieros, en especial los bursátiles, siguen tanto o más optimistas que antes del triunfo de Trump. Es que prevalece una expectativa de crecimiento de la economía global, que se refleja también en subas de precios de sus activos y de las materias primas y que no es interferida hasta ahora por una muy moderada apreciación del dólar –salvo respecto del peso mexicano, que fue la moneda que más se depreció.
En las semanas siguientes a las elecciones en EE.UU, prevalecieron indicios favorables al primer escenario, sobre todo la suba de los rendimientos de los bonos del Tesoro, la apreciación del dólar, un aumento del riesgo de los PE y commodities más flojas –salvo el cobre por el supuesto plan de infraestructura de Trump y el petróleo por la OPEP.
En contraste, en el último mes se revirtieron parcialmente las subas del dólar y de los rendimientos de los bonos del Tesoro, se afirmaron los commodities y las Bolsas y disminuyó el riesgo emergente, bosquejando así un mayor parecido con nuestro tercer escenario, al que consideramos por estrecho margen como el más probable y, sin dudas, el mejor para los PE. Esto se debe a que también vemos más factible una economía estadounidense con
inflación algo mayor -no hay que olvidar que el desempleo es de
sólo 4.8%- y aumentos del déficit y la deuda pública. El valor
internacional del dólar dependerá en parte de una muy probable
pulseada entre la Reserva Federal, que querrá subir más rápido las
tasas y el presidente Trump, que desea un dólar débil.
Seguimos viendo así una situación compleja pero no de alto riesgo para los países emergentes. En este marco la Argentina no estará impulsada por el viento de cola, pero tampoco lo tendrá de frente y de a ratos soplará una brisa favorable. Así se está viendo en su exitosa colocación de bonos de la deuda pública, en la firmeza del precio de la soja y en la tendencia a la recuperación de Brasil, incluyendo la apreciación del real.
(*) Economista. Autor del Informe Mensual del IAE.