lunes, 25 de noviembre de 2024

¿Podemos controlar el destino tecnológico?

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Con la soberbia que siempre ha caracterizado al género humano suponemos que nuestro cerebro es el centro del universo innovador; que las ideas que llevan al progreso tecnológico nacen de nuestras mentes. Dos pensadores –Copérnicos actuales– afirmen que eso no es así.

Del mismo modo que Copérnico, al demostrar que no era el sol el que giraba alrededor de la tierra sino al revés, nos enseñó que nuestro lugar en el cosmos es marginal, una nueva clase de tecno-filosofía está redefiniendo la innovación tecnológica. 
Susan Blackmore ha dedicado toda su carrera a estudiar memética ?la idea que los principios darwinianos de selección natural pueden explicar qué memes (ideas, creencias y patrones de conducta) logran pasar de un cerebro a otro. A medida que los humanos fuimos desarrollando la capacidad para imitarnos unos a otros, nos convertimos en la especie que mejor intercambia memes además de genes.
Como hay muchos más memes que cerebros humanos para transportarlos, las ideas compiten por nuestra atención y solo las que logran instalarse en ese limitado espacio cerebral son copiadas y compartidas. Los “egoístas” principios de copiado de la selección darwiniana dieron forma a la cultura de ideas que gobierna la humanidad. 
Los memes son la base misma de la innovación, los ingredientes crudos del progreso cultural y tecnológico. Nuevos géneros de música, mejores formas de fabricar un auto y nuevos lenguajes de programación, son todos memes que se van difundiendo por todo el globo. Según Blackmore, los humanos son simplemente los vagones de carga que transportan, intercambian y reproducen memes. Son las máquinas transportadoras de memes en el planeta. 
En un controvertido artículo que publicó en el New York Times, Blackmore sugiere que estamos presenciando el surgimiento de todo un nuevo sistema, que llama “temes” o sea memes tecnológicos. “Los temes”, dice, “son información digital guardada, copiada, modificada y seleccionada por máquinas”. 
Lo que Blackmore sugiere es que nosotros no “elegimos” hacia adónde nos lleva la innovación. “Nos gusta pensar que somos los diseñadores, los creadores y los controladores de este nuevo mundo emergente pero en realidad somos una serie de replicadores”.
Entonces, si somos apenas los repositorios de carne y hueso de ideas, ¿adónde nos lleva esto?

La tecnología como organismo

Este tema lo desarrolla Kevin Kelly en su libro What Technology Wants. Kelly dice que la tecnología se comporta como un organismo. Es un nuevo reino de vida alimentado por las mismas fuerzas de selección natural que nos hicieron a nosotros.
La idea que tenemos de tecnología es algo que nació hace solo algunas décadas. Para él, tecnología es algo mucho más antiguo; por lo menos 50.000 millones de años. Las águilas hacen nidos y los castores construyen diques. El nido de un águila es “tecnología aviar”.
Es fácil ver el inmenso nido de águila que la humanidad ha construido para sí cuando se aterriza en cualquier ciudad grande. Esos postes con alambre de cobre que bordean los caminos transmiten las condiciones para la vida de esas cajas de cemento. Dependemos de una cáscara de cosas tecnológicas, desde el horno de la cocina hasta los cables que le traen la electricidad o el gas que necesita para funcionar o el plástico que preserva los alimentos. 
La totalidad de esas y tantas otras tecnologías es lo que Kelly llama el technium; un super organismo metafísico tan antiguo como nosotros con deseos tan reales como los nuestros.
Esto tiene lógica si se considera que los caminos son las arterias de nuestra civilización, que llevan cuerpos transportadores de memes de la casa a la oficina. El nacimiento de los caminos aceleró la capacidad de nuestra especie para intercambiar y reproducir nuestras ideas, que a su vez sostienen el crecimiento y mantenimiento de nuestro nido de águila. Nosotros no construimos esos caminos, lo hicieron las fuerzas de la evolución. 
Suponemos que como la tecnología se inclina ante la experiencia humana, nosotros tenemos el control de nuestro destino. Blackmore y Kelly nos obligan a reflexionar si realmente tenemos ese control. Tal vez seamos títeres de una fuerza cósmica de cambio que es más antigua de lo que imaginamos y usa nuestras manos para llegar donde quiere llegar.

 

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