Por Horacio Escofet
Según la definición de Gustavo Wilches-Chaux, “vulnerabilidad es la incapacidad de una comunidad para “absorber”, mediante autoajuste, los efectos de un determinado cambio en su medio ambiente; o sea su “inflexibilidad” o incapacidad para adaptarse a ese cambio, que para la comunidad constituye un riesgo. La vulnerabilidad determina la intensidad de los daños que produzca la ocurrencia efectiva del riesgo sobre la comunidad”.
La amenaza se define como la posibilidad de ocurrencia de un riesgo frente al cual una comunidad particular es vulnerable. Los desastres – de cualquier índole que estos sean – son el producto matemático del riesgo (probabilidad de materialización de una amenaza) (– R –) y la vulnerabilidad (incapacidad de absorción del cambio) (– V –). Esto es, R x V.
Si un riesgo es cero o la vulnerabilidad lo es, un desastre no tiene oportunidad de acontecer. Si ambas variables recorren la escala que va desde cero a infinito, el daño asume proporciones equivalentes al producto de esos factores.
Los recurrentes ciclos de inundaciones y sequías ponen de manifiesto una amplia gama de vulnerabilidades del territorio. Este espectro abarca las carencias técnicas, financieras, económicas, institucionales, urbanísticas, habitacionales, sanitarias, infraestructurales, sociales, organizativas y productivas. Sin dejar de considerar las consecuencias que derivan del cambio climático, estos riesgos han sido históricamente recurrentes. Santiago Raúl Olivier hizo una completa referencia acerca de la Provincia de Buenos Aires en su trabajo publicado en 1959 sobre “Sequías, inundaciones y aprovechamiento de las lagunas bonaerenses”. De allí seleccionamos algunas referencias:
a) La gran sequía de 1832 dejó completamente sin agua los ríos Samborombón y Salado. “Las aves, los mamíferos salvajes, las vacas y los caballos perecían de hambre y sed”. Darwin, que recorrió la llanura bonaerense con un salvoconducto de Juan Manuel de Rosas, informó que “los ciervos acudían a beber en los pozos de los patios y las perdices apenas si tenían fuerzas para levantar vuelo, cuando las perseguían” (aquello bien paisano de que “hasta la hacienda baguala caí al jagüel con la seca”)
b) En el invierno de 1857 se registran grandes inundaciones que desbordaron los ríos y las lagunas encadenadas, con el hecho notable que un vapor llegó navegando desde Buenos Aires hasta la laguna de Chascomús. Agrega Olivier que en 1900 “se producen nuevas inundaciones que llegaron a ocupar mas de 6.000.000 de hectáreas pastoriles”
¿Nada nuevo bajo el sol? Todo lo contrario. Todo nuevo: la concentración urbana, los nuevos cultivos, la deficiente infraestructura y su falta de mantenimiento, la escasez de proyectos y de financiamiento público, y las debilidades políticas y conceptuales. También, con las limitaciones que impone la todavía misteriosa evolución del universo, el clima.
¿Basta con obras para evitar las catástrofes? Parecería que no es así.