En 1973, durante una conferencia en la Universidad de Pennsylvania, el entonces presidente de IBM Thomas J. Watson Jr. , pronunció una frase que lo convertiría en el campeón del diseño en las operaciones comerciales: “Buen diseño es buen negocio”.
Bajo su mandato, IBM contrató una considerable lista de arquitectos y diseñadores que la convirtieron en una empresa en la vanguardia del diseño. La empresa transformó el aspecto de sus oficinas, de sus productos, de su packaging hasta convertirse en sinónimo de innovación y buen gusto.
Quien le siguió en el tiempo fue Steve Jobs, quien contrató diseñadores que trabajaban en IBM. El increíble éxito que lograron sus modelos terminó de convencer al mundo del valor del diseño en los productos. Hoy hay muchas organizaciones que reconocen que el diseño forma parte integral del negocio.
Con aquella breve frase, Watson cristalizó lo que el diseño puede aprotar al producto. Lo que queda por resolver, sin embargo, es en qué consiste exactamente el diseño. Hay distintas definiciones: “el diseño es pensamiento hecho visual” (Saul Bass); “el diseño no tiene nada que ver con el arte” (Milton Glaser); “el diseño es cómo funciona un producto” (Steve Jobs).
Ninguna de estas frases, sin embargo, explica cómo funciona el diseño o qué es un buen diseño. El tema se ha complicado más con la aparición del “design thinking“, algo que podría traducirse como “pensar en términos de diseño”. Muchas organizaciones parecen haber comprado la idea de que el diseño es importante pero no terminan de entender por qué. Ni qué es un buen diseño o un mal diseño. El tema no es sencillo.