¿A quién le importa la balanza comercial?

    Antiguamente, las operaciones que involucraban distintas divisas estaban asociadas al comercio exterior, y la cotización de las monedas estaba directamente vinculada a los resultados en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

    Ahora la inmensa mayoría de las transacciones de divisas (diariamente se cierran operaciones que equivalen a US$ 500 mil millones) no tiene nada que ver con los intercambios comerciales, y las fluctuaciones en las tasas de cambio están dominadas por los vaivenes en las transferencias de capital, la mayor parte de las veces de naturaleza especulativa. Lo que explica en buena medida las tremendas oscilaciones del dólar estadounidense en los últimos diez años.

    La inestabilidad en las relaciones de cambio entre divisas no tiene, entonces, correlato con el desempeño de las grandes macrovariables de la economía. Esta situación generó la necesidad de acordar acciones comunes entre las siete economías más prósperas del planeta. Primero el acuerdo del Plaza Hotel en 1985 y luego el del Louvre en 1987 (en verdad, gigantescos ejemplos de flagrante intervencionismo estatal), buscaron, no siempre con éxito, controlar las bruscas oscilaciones cambiarias.

    Lo que dejó de tener importancia es la balanza de pagos y la balanza comercial como indicadores de salud financiera. Esa, al menos, es la posición dominante durante la década pasada, y defendida con vehemencia por quienes acompañaron en el gobierno a Ronald Reagan y a Margaret Thatcher. Antes, un saldo negativo se enjugaba con reservas de divisas, lo que obligaba a que el déficit fuera de corto plazo. Ahora, un país que logre mantener confianza en su divisa puede mantener un déficit por largo número de años como lo demuestra la experiencia de Estados Unidos, que ha seguido recibiendo capitales externos.

    Una economía con total desregulación financiera es más dinámica y en muchos aspectos más eficiente que otra regulada, pero, como contrapartida, es mucho menos estable. Requiere que prestamistas y tomadores de préstamos sean mucho más prudente.

    Demandas de los ´90.

    CLARO QUE IMPORTA, Y TANTO COMO LA DEUDA.

    Estados Unidos no logra salir de la recesión, a pesar de que se suponía -como en otros países anglosajones- que sería de corta duración. La receta tradicional en estos casos es estimular el consumo. Pero en este momento, el consumo representa 67,5% de la actividad económica, contra 62 a 63% en las décadas del ´60 y del ´70, y aun superior al 65,5% de los años ´80. El persistente déficit en la balanza comercial y en la de pagos refleja el festival de consumo de los estadounidenses.

    Ninguna economía, ni siquiera la más importante del planeta, puede vivir indefinidamente consumiendo más de lo que produce, y gastando más de lo que ahorra o invierte. El capital extranjero sirvió para financiar el gasto estatal, permitió a las empresas reemplazar capital propio por créditos. El resultado es una deuda gigantesca cuyo servicio es abrumador. El déficit federal absorbió casi 75% del ahorro privado. A principios de 1990, alrededor de 44% de los ingresos de las empresas se destinaba a pagar intereses de la deuda. Una deuda que se contrajo para financiar adquisiciones o comprar capital accionario de otras firmas, pero que no se invirtió en nuevos activos capaces de generar nuevos ingresos.

    Si el déficit comercial y de la balanza de pagos no tiene tanta importancia, no se explicaría la feroz presión de Estados Unidos para que Japón reduzca su superávit comercial en el comercio bilateral, ni los esfuerzos del gobierno estadounidense para que Japón consuma más internamente y para que Alemania no suba las tasas de interés. La mayoría de los economistas en forma explícita y muchos funcionarios, con discreción, opinan que lo que hace falta es más inversión, tanto en máquinas, fábricas, infraestructura, como en educación y recursos humanos. Pero no en mayor consumo. Lo que está ocurriendo argumentan es que se están pagando los resultados de una década que abundó en excesos.

    Los japoneses tienen excedente comercial y saldo favorable en la balanza de pagos porque exportan mucho y bien, porque ahorran y porque consumen menos. En un mundo donde escasean los capitales, los recursos japoneses tienen una función importante que cumplir: impulsar el crecimiento económico.