Tras dos largos años de penurias, los directivos de los fondos comunes de inversión (FCI) locales parecen haber recuperado la fe. El nuevo desafío es relanzar la actividad en busca de una base mucho más amplia de clientes, especialmente minoristas, que ayuden al desarrollo del mercado.
El propósito es tratar de recuperar a los antiguos clientes que, por el impacto de las sucesivas crisis financieras, abandonaron esta alternativa de inversión, e ir incorporando a otros que aún no la han probado. Se procuraría elevar de 230.000 a 350.000 el número de cuotapartistas al cabo de un año y medio.
Las condiciones, a pesar del clima económico, no son del todo desfavorables para este propósito. Los argentinos con capacidad de ahorro no sólo van desarrollando una mayor cultura de las inversiones, sino que comienzan a mostrarse insatisfechos por los rendimientos que obtienen en el sistema bancario por sus colocaciones a plazo fijo. Ante el elevado volumen de depósitos y las dificultades que encuentran los bancos para transformarlos en préstamos, los intereses cayeron en los últimos 18 meses en un promedio de 16%, lo que afecta particularmente a los pequeños ahorristas (aquellos con colocaciones por debajo de los $ 10.000) que carecen de poder de negociación frente a las entidades.
Al mismo tiempo, los FCI están actualmente habilitados para recibir hasta 14% de las carteras de inversiones de las AFJP (que ya orillan los $ 20.000 millones). Esto significa que podrían captar, sólo a partir de este tipo de inversores institucionales, unos $ 2.800 millones, lo que equivale a casi cinco veces el volumen actual de colocaciones de este tipo ($ 600 millones).
¿Tropiezo o caída?
“El gran despegue de los FCI en la Argentina se produjo en 1992, de la mano de la estabilidad monetaria y del cambio normativo que se introdujo para las operaciones en el mercado de capitales, que incluyó una nueva ley de fondos (la 24.083) que flexibilizó y amplió el menú de activos que podían incorporar a sus carteras”, recordó Martín Redrado, de la Fundación Capital, al presentar en las jornadas un informe sobre las perspectivas del sector.
Fue entonces cuando una actividad casi marginal, que había nacido 30 años antes pero sólo captaba US$ 40 millones de ahorro a fines de 1990, comenzó una etapa de explosivo crecimiento (a un ritmo de 117% anual) que sólo se interrumpió con el nuevo escenario de volatilidad financiera internacional que se instaló hacia fines de 1997. En ese lapso se amplió la oferta de 48 a 202 fondos comunes y las inversiones crecieron 2.100%.
Pero la ola de desilusión que arrancó entonces tuvo un impacto devastador. Tras haber llegado a administrar carteras de $ 8.300 millones en abril de 1998, el sector tuvo que esperar hasta ahora para alcanzar un impulso que le permitiría llegar a diciembre en un escalón similar (en agosto alcanzó los $ 8.000 millones).
En las épocas doradas, cuando la economía crecía a un ritmo de 8% anual y la tasa de ahorro a 20%, a muchos ahorristas acostumbrados a la previsibilidad del plazo fijo jamás se les explicó que la inversión en un fondo común involucraba riesgos. Los FCI más atractivos y demandados eran, entonces, los de renta variable, que venían de lograr rendimientos superiores a 40% anual. Cuando sobrevinieron los quebrantos, muchos ahorristas abandonaron sus colocaciones, al costo de fuertes pérdidas y con la promesa de no volver jamás a colocar un peso en un fondo.
Esto cambió radicalmente la fisonomía de la actividad y condujo a la concentración de las colocaciones en los más seguros y conservadores fondos de renta fija, que pasaron de administrar US$ 1.750 millones en 1997, a 4.400 millones sólo un año después.
“A muchos clientes les costaba entender por qué una crisis en Rusia o Indonesia afectaba sus inversiones en acciones o bonos de la Argentina, sobre todo cuando la situación de la economía local era positiva”, evoca Alejandro Santos, portfolio manager de 1784, la sociedad administradora del BankBoston que lidera holgadamente el mercado.
Para Jorge Ciambotti, de la Banca Nazionale del Lavoro, que acaba de lanzar un fondo (el Investire Capital Garantizado I) que se juega a la recuperación del euro, pero cubre al inversor de sus posibles caídas, la clave de aquel tropiezo fue que “las crisis se sucedían con rapidez, lo que hacía que los precios no terminaran de recuperarse para volver a caer; esto producía una lógica sensación de fastidio en los cuotapartistas”.
En la actualidad, están activos unos 230 fondos mutuos que cubren diferentes alternativas de riesgo. Pero casi 70% de los $ 8.000 millones que controlan están invertidos en carteras muy conservadoras. Y sólo 10% de los recursos están colocados en lo que se denomina genéricamente renta variable, una categoría que generalmente alude a las inversiones en acciones.
“Es precisamente esto lo que revela la inmadurez de este segmento del mercado financiero local, especialmente cuando se lo compara con plazas ya maduras como España, donde las inversiones conservadoras representan apenas 18%, o Brasil, donde sólo alcanzan a 8%”, señala Carlos Atwell, director ejecutivo de la cámara.
Pero el punto de inflexión parece haber comenzado a insinuarse. Alejandro Castresana, titular de la administradora del BBV-Francés y presidente de la CAFCI, se refiere con entusiasmo al crecimiento de los fondos maturity o a vencimiento. Este instrumento surgió como un mix entre el clásico plazo fijo y la estructura de inversión de los FCI de bonos de renta fija, al que los inversores individuales pueden acceder con sólo desembolsar $ 1.000 y ofrecen rendimientos en el rango de 8% a 13%, según el momento en que ingresan y el tipo de fondo. Esta modalidad ya captó ahorros por US$ 200 millones, casi exclusivamente de inversores individuales.
Otro signo alentador es la incipiente tendencia a asumir más riesgos entre algunos inversores que eligen los fondos que incorporan mayoritariamente activos extranjeros (acciones o bonos regionales, europeos o norteamericanos). “Ante el estancamiento de la actividad local, buscan aprovechar las buenas perspectivas de crecimiento que ofrecen otras economías”, explica Santos. Estos fondos, conocidos como latinoamericanos o globales, ya reúnen $ 725 millones en inversiones y crecen a un ritmo de 20% con respecto a diciembre del año pasado.
La otra gran oportunidad de despegue proviene de la actitud del gobierno, favorable a la expansión de un mercado local de deuda (el llamado Plan Ahorr.ar). “Esto encierra una oportunidad de oro para los FCI. Somos los únicos que podremos ofrecerles a los pequeños inversores el asesoramiento de un profesional que busque conformar la mejor cartera entre los distintos tipos de bonos”, se ilusiona Castresana.
Para Ciambotti, todo pasa por entender que “si el inversor minorista compra Letes o Bontes por su cuenta, tiene que hacer frente a costos fijos, como el mantenimiento de una cuenta, los gastos en los pagos de renta y amortización de los títulos, etcétera”.
“Y muchas veces, el cobro de cupones periódicos por montos chicos hace
difícil su reinversión”, apunta Santos.
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| • “¿Qué es y cómo funciona un fondo de inversión?” Home page de Latinstocks http://www.latinstocks.com/inversor/escfondos/qsfondo.htm • “Un • “Menos fondos”. Clarín Económico, • “En busca de un nuevo despegue”. La Nación, |
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