Flexibilidad y gestión de riesgos en una economía interdependiente

    Un fabricante escandinavo de celulares y su máximo rival europeo dependían
    de Philips Electronics para obtener semiconductores. En marzo de 2002, se incendió
    la planta donde se producían (Nuevo México, Estados Unidos) y
    la cadena de abastecimiento quedó cortada. Los nórdicos habían
    previsto problemas como ése y, de inmediato, un equipo de 30 expertos
    se lanzó a recorrer el mundo en pos de soluciones. Rediseñaron
    chips, aceleraron un proyecto para diversificar productos y usaron la influencia
    de la compañía para conseguir proveedores adecuados.
    La otra empresa, sin plan ni equipo para manejar crisis de esta naturaleza,
    lanzó finalmente un producto distinto, pero con enorme retraso. Por consiguiente,
    los escandinavos aumentaron en 3% su participación en el mercado de celulares
    y sus competidores la perdieron en igual margen. Poco después, abandonaron
    la plaza.
    Estos hechos ponen de manifiesto una nueva realidad operativa, interdependiente,
    donde cambian los motores de ventas e ingresos, las definiciones de riesgos
    subyacentes y las formas de afrontarlos. Tradicionalmente, el riesgo era la
    contrapartida de la ganancia y los esfuerzos se centraban en cubrirse contra
    pérdidas eventuales. Pero el caso descripto arriba indica que es mejor
    adoptar visiones y procesos más amplios para gestionar riesgos en una
    economía cada vez más globalizada y compleja. De ahí que
    tantos especialistas hablen de la antítesis “flexibilidad versus
    rigidez empresarial”.

    Adaptarse es el imperativo

    Capacidad de recuperación, resistencia y flexibilidad presuponen aptitud
    para afrontar discontinuidades sistémicas y adaptarse a nuevos contextos
    de riesgo. Ello involucra realinear estrategias, operaciones, management, estructura
    de dirección y cadena de decisiones, a fin de soportar la crisis en el
    negocio básico de una firma.
    Por ende, una organización flexible parte de la transparencia y extrema
    controles sobre la conducción ejecutiva (el CEO y su equipo inmediato),
    el directorio y la gestión de riesgos. Éstos incluyen conductas
    impropias o fraudulentas, fallas infraestructurales en sistemas informáticos,
    trastornos en cadenas o tramas de abastecimiento, problemas con clientes, perjuicios
    en materia de propiedad intelectual, condiciones adversas en los mercados internacionales,
    guerra, etcétera.
    El grado de apertura y complejidad de los conglomerados actuales aumenta su
    dependencia en lo financiero, lo operativo, lo tecnológico y lo comercial.
    Si bien la globalización mejora eficiencia y eficacia, también
    expone a riesgos poco conocidos en la época de los mercados nacionales
    y las empresas rígidas, integradas verticalmente.
    Además, el contexto jurídico y regulatorio ha sufrido –sufre–
    grandes cambios a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de
    2001, los escándalos contables, el desprestigio de los CEO y, ahora,
    la guerra “preventiva”. Accionistas y otros intereses creados en torno
    de una compañía son hoy mucho menos tolerantes. La ley Sarbanes-Oxley
    (septiembre de 2002), por cierto, ha incrementado responsabilidades en ese plano
    y exigencias para contratar o nombrar presidentes ejecutivos (CEO; figura cuyo
    cuestionamiento parece empujarla a la historia) y directores financieros (CFO).

    La interdependencia como riesgo

    El énfasis en el negocio como fuente de ingresos debe igualar al puesto
    en los mercados de capital, pues el destino de una compañía reside
    en un patrón de crecimiento fiable. Reducir volatilidad y probabilidades
    de fuertes pérdidas se premia en los mercados financieros con mayor acceso
    a fondos de menor costo.
    Naturalmente, las actividades que crean ventajas competitivas y sustentan la
    expansión varían según sectores y empresas. Para algunas,
    la capacidad fabril es clave de rentabilidad; para otras, serán los sistemas
    informáticos, las redes orientadas al cliente, las cadenas de abastecimiento,
    la propiedad intelectual (patentes, licencias, franquicias) o todo junto. Históricamente,
    empero, los riesgos no se percibían en conjunto y relacionados con los
    motores de ganancias, sino en forma segmentada, cuya gestión recaía
    en el director financiero (CFO), sus colegas de operaciones (COO) o de sistemas
    (CIO = chief information officer).
    No obstante, los ejecutivos superiores acabaron volviendo a programas para mitigar
    riesgos en actividades bastante más convencionales. Según una
    encuesta de RoperASW para Booz Allen Hamilton, 75% de los CEO en las 1.000 empresas
    que lista Fortune se manifestaban –meses atrás– preocupados
    por funciones tan cotidianas como procesamiento de e-mails, viajes, protección
    del personal y seguridad de instalaciones. Pero al definir riesgos ocasionales
    en forma tan compartimentada, los CEO y las juntas directivas pasaban por alto
    los riesgos más amplios que presupone hacer negocios en una verdadera
    trama económica global.

    Juegos y simulaciones

    Sin embargo, las vulnerabilidades típicas de estas redes o tramas siguen
    en gran parte inexploradas. La licuación de fronteras, las alianzas transnacionales
    y los mercados globales han creado una economía estilo justo a tiempo
    que, si bien muy eficiente en costos, expone las empresas a una amplia gama
    de discontinuidades capaces de afectar operaciones, imagen, relaciones con clientes,
    cumplimiento de normas, situación jurídica, desempeño financiero
    y, por fin, accionistas (esto es, el valor en mercado). Todas estas vulnerabilidades
    juntas constituyen “riesgos de interdependencia”; por lo común,
    imprevistos y fuera del alcance de la organización. En esta categoría
    entran las rupturas en cadenas de abastecimiento, la intervención estatal
    o desastre en infraestructuras públicas (inundaciones, tornados, apagones,
    sabotajes).
    El factor interdependencia también se hace sentir en el sector público.
    A raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre y la doctrina
    de la guerra preventiva, el gobierno federal ha definido, en julio, 14 “sectores
    críticos de infraestructura” que abarcan al sector privado. Entre
    ellos, energía, telecomunicaciones, salud, defensa, banca e industrias
    básicas. Así opera el Council for Excellence in Government. En
    ese ámbito, Booz Allen Hamilton coauspició en diciembre de 2001
    un “juego de guerra”. Su objetivo: simular los efectos de una epidemia
    de neumonía intencionalmente iniciada y desarrollada en varias ciudades
    grandes. Resulta irónico que, en febrero de 2003, surgiera en un área
    remota del sudoeste chino una forma nueva de… neumonía, que luego fue
    avanzando hacia Occidente.

    Flexibles vs. rígidas

    Los modelos en gestión de riesgo no han acompañado la transformación
    de organizaciones verticales y rígidas a estructuras horizontales y flexibles.
    En términos militares, la gestión de riesgos convencional tiende
    a reforzar puntos ciegos o vulnerables a ataques. Pero, cuando se trata de redes,
    no es posible reforzar simultáneamente todos los nódulos, pues
    la amenaza se corre automáticamente del punto reforzado a cualquier otro.
    Los programas convencionales, sin duda, permiten enfocarse en vulnerabilidades
    específicas, pero no encaran las interdependencias entre operaciones
    verticales y horizontales. Por lo tanto, tienden a subestimar amplitud y severidad
    de riesgos sistémicos. Por ejemplo, las discontinuidades en red pueden
    acumularse y salirse de control, como ocurrió en Baring Brothers: en
    1995, bastó un solo operador en Singapur (Nicholas W. Leeson) para acabar
    con 250 años de trayectoria.
    Para transformarse en una empresa flexible y resistente, entonces, hay que empezar
    diagnosticando con amplitud riesgos e interdependencias. Ello entraña
    definir los nuevos alcances de la firma y sus motores de rentabilidad para,
    después, adaptar el modelo de negocios. Esto exige un análisis
    de costos/beneficios y la compatibilización entre los sistemas para mitigar
    riesgos que maneja cada función. En último término, la
    organización tiene que prepararse para afrontar mayor complejidad y,
    por ende, mayores riesgos. En suma, una empresa flexible mejora la percepción
    de realidades y riesgos sistémicos integrando la inteligencia estratégica
    en su estructura. M