La distinción al israelí Daniel Kahneman hizo que la American
Economic Association, siempre fiel a la teoría que esté en boga,
le concediera la medalla Clark a Matthew Rabin, otro neoconductista. Tiempo
después, la Reserva Federal de Boston armó un simposio con los
principales representantes de ese pensamiento en Cape Cod, a fin de mayo. Era
una señal que partía de un reducto tan dominado por el monetarismo
neoclásico como hostil a variantes voluntaristas. Por ejemplo, el ofertismo,
una praxis ensayada –hasta ahora con pobres resultados– por Ronald
Reagan y ambos Bush.
La estrella del encuentro fue otro adalid neoconductista, Colin F. Camerer (Instituto
Tecnológico de California). Pero esos debates eran apenas el preludio
de una vasta operación internacional. Ésta culminará el
29 y el 30 de mayo de 2004, en una “conferencia sobre economía conductista,
sector público y desarrollo”, organizada por la Escuela de Economía
de Londres y la Universidad Cornell. Obviamente, su objeto es exportar lo que
hasta ahora es una corriente estadounidense y vincular neoconductismo con teorías
sobre economía de las instituciones y del desarrollo.
Tras muchos años en el limbo, la economía conductista abandona
la sociología y desarrolla metodologías propias, aunque todavía
sin aplicaciones en la realidad. Algunas exposiciones en Cape Cod, de hecho,
van generando una “protoagenda” para Londres, centrada en el manejo
del sector público y en las políticas de desarrollo.
Aquella exuberancia…
Ya antes del simposio bostoniano, el Sistema de Reserva Federal (SRF) no era
ajeno al conductismo tradicional. De ahí extrajo en 1996 Alan Greenspan
–su presidente– el concepto “exuberancia irracional”, sagazmente
aplicado a las burbujas especulativas alrededor de Wall Street y la “nueva
economía”. Por entonces, Nicholas Negroponte –apóstol
laico de Internet– manifestaba una concepción irracional, casi religiosa,
respecto del ciberespacio.
En la Argentina, donde aún no hay signos de neoconductismo, a principios
de los años ’90, el ofertismo –otra forma de conductismo económico–
empezó a causar estragos en la economía y la sociedad, vía
Domingo F. Cavallo y su convertibilidad rígida. Volviendo a Estados Unidos,
interesa acotar que Greenspan no adhirió a la “exuberancia irracional”,
sino que la denunció. Su matriz neoclásica también lo llevó
a objetar el ofertismo de George W. Bush y sus dos paquetes de rebajas tributarias.
Pero, como los neoconductistas, Greenspan no cree que el homo oeconomicus de
Adam Smith sea completamente racional. Quizás esta convergencia explica
por qué los debates en Cape Cod fueron tan civilizados, pese al claro
mensaje de los neoconductistas: acabar con la ciencia económica tal como
se conoce hasta ahora. Un invitado llegó al extremo de admitir que “la
economía conductista rechaza los fundamentos del estado de bienestar”
(algo que el monetarismo y el ofertismo vienen haciendo desde los años
’70).
Tírenle a los números
Lo que peor cae en los ámbitos “convencionales” es que los
nuevos teóricos aprovechen el relativo estancamiento de la economía
norteamericana para cuestionar los marcos matemáticos. “Todos los
modelos y sus proyecciones anuncian mejoras en la segunda mitad de 2003. Pero
lo mismo auguraban un año antes. Por supuesto –sostenía Cathy
Minehan, de la RF Boston–, los instrumentos matemáticos son una
maravilla, pero ¿no habrá otros capaces de predecir con más
precisión?”.
Esta analista y algunos colegas suyos querían averiguar por qué
los estadounidenses –y sus gobiernos– ahorran tan poco, contraen demasiadas
deudas y manejan sus inversiones en forma tan autodestructiva. Por su parte,
los conductistas estaban ansiosos de imponerse, pero no querían generar
expectativas demasiado altas. “Tenemos que actuar con cautela al proponer
cambios radicales de métodos y políticas –advertía
Camerer–, pues nuestros esquemas no se han concebido para dar respuestas
concretas en materia de políticas o acción social”.
Igualmente, para el neoconductismo “la disciplina económica ha sido
arruinada por las matemáticas, por culpa de los primeros neoclásicos.
Ya a mediados del siglo XIX, pretendían reducir todo a números
y ecuaciones”. Así sostuvo George Loewenstein (Universidad Carnegie
Mellon), a cuyo juicio “no podían incluir conductas en sus modelos,
porque son demasiado desordenadas, complejas e imprevisibles”. Hoy los
nuevos conductistas quieren extrapolarlas, aunque en desmedro del bienestar
social.
No es un oxímoron
Loewenstein estudia cómo hace la gente para tomar decisiones financieras
en momentos de melancolía, hambre o excitación sexual. Camerer
analiza imágenes computadas, tratando de ver si el cerebro prende luces
rojas cuando al sujeto lo disgusta la marcha del mercado. Pero la propuesta
más radical provino de Richard Thaler (Chicago, nada menos) y aparece
en la ponencia “El paternalismo libertario no es un oxímoron”
(un oxímoron es una contradicción en los propios términos).
A criterio de Thaler “la economía conductista ofrece sólidos
instrumentos para políticas concretas y uno es el paternalismo libertario.
Su única alternativa es la ineptitud. Lo cierto es que, en su mayoría,
la gente planea mal, ahorra irregularmente e invierte al azar”. El trabajo
plantea una solución: las instituciones deben inducir a las personas
a adoptar decisiones más sabias. Con ese objetivo, Thaler ha ideado el
plan SMarT (acrónimo de save more tomorrow, “ahorre más mañana”),
mediante el cual un empleado se compromete a depositar en una cuenta jubilatoria
cierta proporción de sus futuros aumentos salariales.
El esquema funcionó en laboratorio. “Lo hicimos aplicando –explicaba
Thaler– un principio conductista: la aversión innata a las pérdidas.
Como el plan afecta aumentos salariales futuros, el suscriptor no siente esa
aversión”. Otros factores en juego son la resistencia al cambio
y la tendencia a diversificar posturas, inversiones, apuestas, etc. Estas propuestas
fueron recibidas por banqueros y neoclásicos, salvo la parte alquímica
(estados de ánimo, sexo, imágenes cerebrales).
Sin duda, en general los neoconductistas son empíricos a rajatabla y
se comportan como alquimistas, no como científicos. Por eso, la benevolencia
exhibida en el simposio no significa aceptación ni, mucho menos, conversiones.
Cuando le preguntaron a Jeffrey Führer –econometrista jefe de la RF
Boston– sobre Camerer y su sugestión de editar un Economics 101
–texto básico en la materia–: “Poniendo en el centro el
conductismo en lugar de los modelos matemáticos“, respondió
con una sonrisa irónica… M
