El Gobierno puede dormir la siesta hasta 2008

    Puede resultar irritante o frustrante para quienes pretender ejercitar el espíritu
    crítico con la gestión económica de Néstor Kirchner
    y de su equipo. En verdad, esta es la situación que sueñan tener
    los opositores si les toca llega al poder.
    Fruto de la casualidad, resultado de acontecimientos externos, o de la buena
    muñeca gubernamental, el ritmo de crecimiento es impresionante, las buenas
    noticias vienen en catarata y nada serio parece perturbar el horizonte económico.
    Obviamente, se pueden señalar problemas potenciales que en algún
    momento harán sentir su impacto, pero nada relevante como para descarrilar
    en el corto plazo. Hay consenso en que la bonanza durará al menos dos
    años más.
    ¿Será 2007 entonces un año aburrido? Depende de cómo
    se lo mire. Pronto habrá negociaciones salariales y por tanto surgirán
    los principales chisporroteos. Un aumento desproporcionado podría lograr
    que el nivel de la inflación –celosamente custodiado–, se
    salga de cauce.
    El Gobierno no lo permitirá. Sabe que la clave del desafío está
    en la resolución razonable de la puja distributiva. Al final, los aumentos
    estarán en línea con lo que pretenden funcionarios y empresarios,
    y no con lo que proclaman en voz alta los sindicatos.
    La lucha contra la inflación también dejará huellas. Guillermo
    Moreno llegará a las elecciones presidenciales de octubre agotado y con
    su escudo como un colador. Pero será suficiente. Es casi inconcebible
    que el oficialismo pierda los comicios.
    Como decíamos hace 60 días (ver edición de diciembre, página
    15): “Para los optimistas estamos ante circunstancias inéditas
    de la economía nacional en, por lo menos, un siglo. Para los pesimistas,
    estamos bailando en la cubierta del Titanic. Los más ponderados recomiendan
    disfrutar del champagne, mientras dure.”
    “Está la crisis energética, el tema de la carne, el precio
    del trigo, el nivel del empleo, la presunta falta de inversión, los precios
    reprimidos, el ritmo inflacionario. Son todos problemas ciertos, pero ninguno
    de ellos tiene el potencial de descarrilar este tren en el futuro cercano.”
    ¿Cuáles son los indicadores que hay que observar para mantener
    la calma?
    El primero es el superávit fiscal, que ha sido y es relevante desde hace
    cuatro años. También lo será durante 2007, y está
    claro que la recaudación impositiva sigue su marcha ascendente.
    El segundo es el superávit externo, que también se mantendrá
    –aunque inferior al de este año– durante los próximos
    doce meses. Todo indica que las exportaciones perforarán la barrera de
    los US$ 50 mil millones.
    El tercero es el patrón productivo, que parte de la ventaja que suponen
    los buenos precios internacionales de nuestros productos básicos y pone
    énfasis en una estrategia proindustria, que se consolida a partir del
    esfuerzo deliberado por mantener un dólar alto.
    El cuarto, finalmente, es la habilidad oficial para administrar la puja distributiva.
    Un aumento salarial desmedido puede hacer que se dispare la inflación.
    El modelo encuentra virtud en cierta dosis moderada de inflación, pero
    este aspecto es también su Talón de Aquiles.
    En las páginas que siguen se hace el minucioso relevamiento de cada una
    de las variables macroeconómicas durante los doce meses pasados y se
    avizoran las perspectivas para este año. El lector tendrá motivo
    y ocasión para consultarlo con frecuencia a lo largo de los próximos
    meses. M

    Estrategia de desarrollo

    Por Ariel Dvoskin

    Implica el diseño de un plan integral de largo plazo que involucre
    a todos los sectores de la sociedad. Una estrategia de desarrollo supone
    también redireccionar esfuerzos y recursos hacia los sectores que
    se considera prioritarios para alcanzar el objetivo. Dado que los recursos
    con que cuenta un país en un momento del tiempo son, por definición,
    limitados, también es necesario que algunos sectores realicen un
    “sacrificio” superior a otros en pos de un beneficio futuro
    común. La cuestión, entonces, reside en cómo elegir
    unos y otros.
    La evidencia empírica parece mostrar que en los casos exitosos
    de desarrollo ha sido una constante la inversión en I&D. Países
    como China, India, o los “tigres asiáticos” invierten
    entre 1,5% y 2% del producto bruto interno en Investigación y Desarrollo.

    Si bien en el actual Gobierno se han tomado medidas al respecto, como
    aumentar el presupuesto en educación hasta llegar a 6% del PBI
    en 2010, o acrecentar los recursos destinados a Ciencia y Tecnología,
    todavía queda mucho por hacer. En primer lugar, debe incrementarse
    el porcentaje del gasto público destinado a I&D, hoy ubicado
    en torno a 0,4% del producto. En segundo término, es necesario
    alcanzar una comunión más estrecha entre el sector productivo
    y el científico, de modo de articular las necesidades de uno con
    la capacidad del otro de proveer la tecnología adecuada.
    La cara más controversial del asunto reside en determinar cuáles
    serán los sectores que deberán “financiar” el
    proceso de crecimiento de forma tal de que el costo social sea el mínimo
    posible. Una solución sería pagar salarios extremadamente
    bajos.
    El problema es que se estarían pasando por alto las particularidades
    económicas, sociales e históricas que presenta la Argentina
    y que la distingue de países como Malasia o Indonesia.
    Un rasgo propio singular de nuestro país es la existencia de ventajas
    comparativas en la agricultura debido a la fertilidad de la tierra. Esa
    riqueza originaria es lo que posibilita que los productores nacionales
    puedan obtener una elevada rentabilidad cuando colocan sus productos en
    el exterior.
    De esta forma, extraer parte del excedente generado en esa actividad y
    destinarlo a sectores históricamente relegados como el de I&D
    puede ser una forma de financiar de manera equitativa el proceso de desarrollo
    nacional. Si bien las retenciones a las exportaciones pueden provocar
    el descontento del sector agrícola, debe explicitarse que el gasto
    en I&D será beneficioso para todos, inclusive para los propios
    productores agrícolas. La actual política de retenciones
    fue adoptada para frenar el aumento de los precios internos y mantener
    el superávit fiscal. Aún no se vislumbra una política
    de Estado de largo plazo, que explícitamente exponga tanto un camino
    a seguir como la forma de alcanzarlo.