
Ilustración: Agustín Gomila
Si hay algo frustrante y fastidioso en el escenario cotidiano de la política
argentina es la recurrencia de los temas y las discusiones que nunca se saldan.
Las grandes líneas argumentales resucitan solamente cada vez que una
circunstancia de la pelea política lo aconseja. Así ha ocurrido
nuevamente –y con certeza volverá a ocurrir– con la obsesiva
atención de las últimas semanas al tema de la inflación
y al del ritmo del crecimiento más adecuado para la economía.
Entiéndase bien: no es que ambos temas no tengan relevancia. Es que también
la tuvieron antes cuando era el momento oportuno de ventilarlos y sin embargo
no fue posible avanzar en la discusión ni obtener conclusiones. En cambio,
bastó con que ahora desde el poder se fulminara al ministro de Economía
–y que éste resucitara el tema a modo de despedida– para
que una de las posturas (tal vez la que se caracteriza como fundamentalista)
reclamara hegemonía y pretendiera ahogar el incipiente debate.
Lo cierto es que a Martín Lousteau lo condenaron por lo que dijo, por
lo que dijeron que había dicho y por lo que le atribuyeron que diría.
Pero si hay algo por lo que la renuncia no le fue pedida fue por lo que haya
hecho como ministro de Economía, en todo caso.
¿Cómo puede ocurrir esto? Es que de a poco se instaló el
convencimiento de que estamos frente a un ciclo largo de crecimiento. A tasas
asiáticas o a otras un poco más moderadas. Igual que en la década
pasada, cuando se supuso que el uno a uno era eterno, o que ahora, cuando hay
quienes creen que el tres a uno es irreversible.
Para muestra basta un botón. La recurrencia de este debate se comprueba
si vemos lo que decía Mercado en julio de 2006 (hace casi dos
años):
“Los triunfalistas aseguran que se puede crecer a tasas cercanas a 9%
(como en los últimos tres años) sin que les preocupe el mentado
nivel de inversión –que, obviamente, les parece suficiente–.
Los moderados creen que sí es posible seguir en un círculo virtuoso
pero a tasas más moderadas, digamos entre 4 y 5% anual, acordes con el
nivel de la inversión registrado. Los apocalípticos piensan que
nos aguarda el desastre: alto costo energético, alza en las tasas de
interés, ajuste en Estados Unidos, depreciación del dólar,
caída en el precio de las materias primas, figuran en la lista interminable”.
”El Presidente (era entonces Néstor Kirchner) y sus acólitos
parecen inclinados a creer y a transpirar por lograr el mismo ritmo de incremento
anual de China. Entre los otros, incluso los que han aplaudido al gobierno,
se cuentan también los prudentes. Piensan que es más probable
y seguro hacerlo a 4 o 5%. Si es que en este proceso es posible tener la inflación
bajo control, lograr un aumento de la inversión, y moderados incrementos
salariales. Si se pueden aplicar políticas que, sin implicar un ajuste
recesivo, aseguren austeridad fiscal y superávit permanente”.
Como decíamos antes, incluso, en la edición de enero del año
2006:
“Puede parecer un importante debate de naturaleza económica, pero
tal vez esconda una estrategia política. El Presidente prefiere lo mejor
de ambos mundos, alto crecimiento, mejores salarios, precios sometidos y dólar
encima de tres pesos”.
”Lo que está haciendo en verdad es explorar, sin pausa, los límites
de una política expansiva o cómo encontrar el método de
subordinar las razones de la economía a sus necesidades políticas”.
”El problema central es cuál es el verdadero objetivo en materia
de crecimiento de la economía. Si la meta está entre 4 y 5% anual,
es fácil de lograr y posiblemente de mantener por varios años
más, controlando simultáneamente la tasa de inflación.
Baste imaginar –por modesto que parezca– el cambio que habría
en el país si durante diez años se creciera a tasas de 4 a 5%
anual”.
Si estas líneas publicadas hace dos años resuenan como familiares,
es porque se recuerdan las postreras declaraciones de Martín Losteau:
“el primer desafío que tiene la Argentina es crecer en forma consecutiva
y durante mucho tiempo”, y afirmó: “Si logramos crecer 10
años a 5,5 ó 6% anual, podríamos aumentar en 50% los ingresos
de los habitantes”. “Hay que trabajar para lograr una inflación
moderada y previsible, para aumentar la formalidad (en el empleo) y para aumentar
la educación, que es un elemento que brinda más oportunidades”.
Cuesta imaginar que el debate se reencauzará por las sendas que debe
transitar, sin temores a opinar y sin intimidaciones desde el poder.
