Por Marcelo Manucci
Esta lógica de tiempo tiene fundamentos matemáticos en el principio de “tiempo absoluto” que conceptualizara Newton en su publicación trascendental de 1687. Este concepto de tiempo que “fluye uniformemente sin relación con nada externo”, hoy en día es una de las estructuras cognitivas tan instaladas como riesgosas al momento de pensar en el abordaje de sistemas complejos como los sistemas sociales. Simplemente, porque el tiempo no es una medida de transformación del espacio. Y lo que nosotros enfrentamos hacia futuro es la transformación del espacio, más allá del tiempo.
Es importante no confundir el paso del tiempo con la transformación del espacio. Si nos situamos en este momento histórico de las organizaciones y las empresas, el paso del tiempo (la línea recta) involucra al menos cinco grandes desafíos que están cambiando la dinámica del contexto (la transformación del espacio).
Estas cinco dimensiones de cambio podríamos centrarlas en las siguientes preocupaciones: los niveles de crecimiento y productividad; la disponibilidad de recursos energéticos y los insumos; la integración de las nuevas generaciones a la experiencia laboral; el impacto social del desarrollo económico, y la calidad de vida individual de los trabajadores. Estas dimensiones son problemáticas transversales que involucran particularidades nacionales, regionales y locales pero que están marcando un momento de apertura hacia nuevas formas estructurales de vida para los proyectos de las empresas y organizaciones.
En definitiva, cuando hablamos de futuro hablamos de diseñar un lugar en este nuevo espacio que se mueve (en muchos aspectos con una lógica inédita) y desafía las condiciones de vida de los sistemas sociales. Desde el punto de vista productivo, este desafío nos lleva a repensar e implementar un modelo de negocios que pueda integrar los frentes que se abren desde este presente hacia un nuevo espacio histórico. En este marco, la sustentabilidad productiva hacia el futuro implica un modelo de desarrollo que tenga capacidad de respuesta en esta dinámica de factores tan variables y complejos, más allá de un punto en el calendario.
Marcelo Manucci
El futuro sin futuro
Los procesos económicos siempre han sido complejos, no es un fenómeno exclusivo de esta época. Los sistemas complejos se pueden definir por tres factores: diversidad de actores y variables; alto nivel de interacción bajo determinados patrones o reglas de relación y situaciones emergentes como procesos inéditos que surgen de esa interacción entre los actores. Por ello, todo sistema social es complejo, porque la interacción y la emergencia es la base de su dinámica. Lo que sucede, desde algunas décadas, es que la dinámica y la velocidad de los procesos económicos, sociales y tecnológicos han acrecentado el nivel de inestabilidad del contexto global generando mayor heterogeneidad de actores involucrados, mayor velocidad de interacción y, como consecuencia de ello, una multiplicación exponencial de situaciones inéditas en la actualidad.
La sustentabilidad de un modelo productivo con una perspectiva de futuro implica diseñar modelos de desarrollo desde esta mirada de la transformación del contexto. Nosotros hemos sido formados para planificar en base al “paso del tiempo” (la línea recta; 1687), pero no en base a la transformación del espacio (la complejidad de los cambios en el contexto). Los modelos de negocios han tenido un diseño introspectivo, con una lógica mecanicista basada en la eficiencia de sus procesos, pero aislados de la dinámica de su contexto.
Este diseño autorreferencial, que generó en su momento el gran desarrollo de la industrialización, en este siglo 21, está colapsando por tres factores: a) por los conflictos en su funcionamiento en sistemas humanos, b) por las dificultades en la capacidad de respuesta frente a la velocidad de los cambios, y c) por la imposibilidad de sustentabilidad de los modelos de gestión basados en la fuerza y la explotación.
Lo que hoy muestran los síntomas estructurales del desarrollo social es que la lógica clásica de planificación ha colocado al futuro en un lugar donde nunca estuvo: en el calendario. Pensar en el futuro implica diseñar una forma de abordar la dinámica del contexto desde una definición trascendental de la cual se derivan todos los demás procesos de gestión. Abordar al futuro como un problema de tiempo nos lleva a la clásica confusión entre estrategia y táctica. Cuando el futuro se aborda solo desde un sentido táctico exclusivamente nos quedamos sin futuro, reaccionando compulsivamente frente a los acontecimientos. Estamos viviendo sin futuro, porque aún no hemos podido encontrar la manera de darle forma a las transformaciones del presente histórico. Por lo tanto, proyectamos en una línea de tiempo abstracta el desconcierto del presente.
Rentabilidad de la desesperanza
Hasta las últimas décadas del siglo pasado, las transformaciones del contexto histórico estaban contenidas, porque estaban acotadas geográficamente o limitadas por estructuras o acuerdos geopolíticos. En definitiva, real o ilusoriamente, el contexto estaba ordenado. Esto generaba una percepción de estabilidad que permitía cierta proyección y “linealidad” de la vida cotidiana. La velocidad de los cambios actuales, en muchos aspectos, supera la capacidad de las personas para entender la dinámica de estos procesos y absorber su impacto. Entramos en este nuevo siglo con una posición defensiva sobre nuestro entorno de vida. ¿Por qué todos nuestros esfuerzos de planificación generan resultados contrarios? Porque hemos enfocado las características del contexto solo en su aspecto amenazante. Bajo esa perspectiva, la capacidad adaptativa está centrada en solamente sobrevivir.
El modelo clásico de gestión se transforma en un modelo mediocre cuando subsiste bajo una perspectiva excluyente de someter a los enemigos del territorio. Bajo la perspectiva de un contexto amenazante, todos los movimientos están destinados a sobrevivir. Quedamos atrapados en un desempeño mediocre cuando abordamos el contexto desde las limitaciones, rodeado de enemigos; por lo tanto, todas nuestras proyecciones quedan acotadas a la supervivencia, no al desarrollo de potencialidades en un sistema y posibilidades de crecimiento.
También es cierto que esta inercia de supervivencia ha sido rentable para muchos sistemas (económicos, políticos y sociales) y por eso se sostienen disfuncionalmente. Los principios mecanicistas de gestión han sido funcionales a una generación de líderes que a lo largo del siglo 20, en todas las latitudes y en diferentes conformaciones sociales, han sustentado su posición desde la fuerza determinista, la presión hegemónica y la exclusión de la diversidad. La mediocridad del liderazgo tiene que ver con la imposibilidad para llevar a los sistemas sociales a nuevos órdenes de crecimiento y desarrollo. Este liderazgo se ha preocupado por administrar su poder en base a restricciones, más que a brindar a los sistemas alternativas y posibilidades de desarrollo. Indefectiblemente, la permanencia de hegemonías forzadas necesita estructuras disfuncionales para sostener la inercia. Esto implica personajes funcionales que aportan explícitamente a la perdurabilidad de la hegemonía (son beneficiarios directos de los síntomas) o ingenuamente (beneficiarios secundarios de los síntomas) sostienen condiciones de vida disfuncionales.
Desplegar productivamente el futuro
Para ampliar las posibilidades de desarrollo de un sistema social hacia el futuro hay que repensar a “lo productivo” ligado a múltiples dimensiones de desarrollo. Cuando los espacios productivos quedan extremadamente acotados a lo económico no dejan espacio para el desarrollo personal y comienzan a generar tensión. Por lo tanto, redefinir el futuro, significa redefinir “las jugadas estratégicas” frente a un tablero de condicionantes mucho más complejo que en otros momentos históricos con jugadores inéditos y proyecciones de resultados inciertas.
Para las organizaciones, esta posición es tan amenazante como trascendente porque conviven tanto amenazas como oportunidades de transformación que, sin perder el sentido de rentabilidad, pueden abarcar múltiples formas de desarrollo.
Ahora bien, cómo materializar operativamente el juego estratégico de la organización hacia el futuro. En principio, este proceso de redefinición estratégica debe tener como objetivo generar nuevas condiciones de vida para no caer en soluciones estereotipadas y sintomáticas. Esto implica sacar al sistema de la inercia, de la mediocridad de sus respuestas y ponerlo en movimiento para mantener una adaptación activa con el entorno.
En este marco, desplegar el futuro (la definición estratégica) en tres dimensiones permite sostener un proyecto organizacional bajo ejes paralelos de desarrollo articulados en base a una fórmula que involucra: resultados + integración + proyección.
Desde el punto de vista operativo, esta fórmula se materializa en tres niveles de gestión: a) económico: que está relacionado con la capacidad de una organización (cualquiera sea su escala) para crear alternativas de desarrollo basada en un propósito colectivo. Es la responsabilidad sobre los resultados y la sustentabilidad del proyecto; b) cultural: se refiere a la capacidad para crear posibilidades de desarrollo personales dentro de un marco institucional de integración. Es la responsabilidad sobre las condiciones laborales o las posibilidades de participación para las personas que trabajan en la organización o están involucradas en el proyecto; c) política: que se refiere a la capacidad para crear condiciones favorables de integración social y bienestar común en los contextos donde una organización desarrolla su actividad. Es la responsabilidad sobre el impacto político social de las actividades o el desarrollo del proyecto.
Una vez más, en la historia económica-productiva, volvemos a estar en una encrucijada respecto de la transformación de las condiciones de vida para alcanzar un desarrollo y crecimiento sustentable. La mayoría de estos momentos históricos se ha resuelto profundizando los viejos paradigmas y forzando los sistemas a un mayor mecanicismo. Las consecuencias están a nuestro alrededor. Pero toda encrucijada también deja abierta la posibilidad de transformar nuestro destino. En cada paso del presente estamos desplegando las condiciones de nuestro futuro.