Por Agustí Segarra Blasco (*)
Frente a las tecnologías digitales previas (internet de las cosas, realidad aumentada, big data, blockchain, etc.), la IAG se muestra mucho más versátil y transversal y pronto estará presente en todas las manifestaciones económicas y sociales, al igual que lo han hecho otras grandes innovaciones.
En la actualidad, muchas empresas analizan las ventajas de su aplicación en campos tan dispares como la manufactura, la logística y el transporte, el comercio y las finanzas. O en servicios públicos vinculados con la sanidad y la educación. Queda por ver cuáles serán sus efectos sobre el empleo y la productividad.
Los economistas, que siempre han abrazado el progreso tecnológico y las innovaciones, encaran con cierto optimismo la incidencia de las tecnologías digitales sobre la productividad y el crecimiento económico.
Productividad e innovación
En 1956, Robert Solow presentó su modelo de crecimiento económico neoclásico. Dicho modelo defiende que, por encima de los tradicionales factores del capital físico y el número de trabajadores, el principal motor de crecimiento de los países es el cambio técnico relacionado con el capital tecnológico y el capital humano.
Solow, que fue laureado con el Premio Nobel de Economía en 1987, señalaba ese mismo año: “La era de los ordenadores puede verse en todas partes, excepto en las estadísticas de productividad”. La resistencia de la productividad a reflejar las aportaciones digitales abrió un intenso debate y popularizó el concepto de la paradoja de la productividad.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y, a pesar de las contribuciones de los economistas sobre el rol de la ciencia, la innovación y el capital humano en el crecimiento económico, queda mucho por hacer.
Incorporar tecnologías digitales es relativamente sencillo pero, para obtener mejoras de productividad, es necesario realizar inversiones en activos intangibles como el capital humano, las estructuras organizativas y los métodos de producción.
Defensores y detractores
La falta de un marco analítico adecuado ha hecho que los economistas adopten posiciones encontradas acerca de los impactos de la IAG sobre el empleo y la productividad.
Los pesimistas advierten de que la irrupción de la IAG va a provocar un desplazamiento de los trabajadores que realizan las tareas al alcance de las máquinas, una caída del empleo y una menor participación de las rentas laborales en el ingreso nacional.
Los optimistas, por su lado, consideran que la IAG va a dar lugar a un mundo donde parte de las tareas serán asumidas por la tecnología, descargando a las personas de las rutinas laborales. Algunos van más lejos y pronostican una especie de nirvana tecnológico donde la mayoría de la población disfrutará de una renta vital que le permitirá gozar de más ocio y cultura.
Para mejorar su perspectiva, los expertos deberán, pues, ampliar su marco analítico, generar los conceptos adecuados, y tomar nota de las grandes tendencias que enmarcan el futuro del planeta y de los avances registrados en los distintos campos de la ciencia.
Un optimismo cauteloso
Las conclusiones de la mayoría de los estudios se sitúan a una distancia prudente de ambos extremos. En general son optimistas sobre los impactos de la IA sobre el empleo y el crecimiento económico, pero también son muy críticos con la orientación que están tomando las primeras aplicaciones de inteligencia artificial.
Probablemente las innovaciones disruptivas vinculadas a la IA generativa y la robótica mejorarán los niveles de productividad. Pero también pueden provocar una reducción en el número de trabajadores, cualificados y no cualificados. El resultado sería una caída de las rentas laborales y una mayor desigualdad en el reparto de las rentas.
Si la digitalización y automatización de las últimas décadas provocó la sustitución de trabajadores no cualificados por máquinas, ahora la irrupción de la IA generativa afectará tanto a la mano de obra cualificada como a la no cualificada.
Estandarizar, legislar y supervisar
Los economistas Daron Acemoglu y Simon Johnson se muestran optimistas sobre el futuro que nos espera, pero advierten de las consecuencias de dejar a unos pocos el desarrollo de la inteligencia artificial. Además, reclaman una mayor implicación de los gobiernos para regular las futuras aplicaciones y hacerlas más inclusivas y sostenibles.
El grueso de los expertos considera que los gobiernos de los países desarrollados han de poner reglas al juego –entre otros, acordar estándares, legislar a escala global, unificar la tributación internacional, perseguir el fraude y las noticias falsas, incentivar una ciencia ética y responsable– para reconducir la deriva de los desarrollos actuales de la inteligencia artificial.
Si una tecnología tan asombrosa como esta continua en manos de unos pocos, no dejará de ser un instrumento extractivo generador de pobreza y desigualdad social. En cambio, si los gobiernos a escala global ponen la tecnología al servicio de las personas, el futuro que nos espera puede ser muy esperanzador.
(*) Catedrático de Economía, Universitat Rovira i Virgili