Hay que “emparejar la cancha” hacia adentro y hacia afuera

    Por Dante Sica (*)

    No hubo una política industrial que sentara las bases para una competitividad sistémica, más allá de la que otorgaban los precios favorables. De hecho, entre 2003 y 2007, la “política industrial” se concentró únicamente en la existencia de salarios reales bajos y tipo de cambio real competitivo. Y más tarde, agotados estos efectos producto de la creciente dinámica inflacionaria, la estrategia oficial se orientó fundamentalmente al proteccionismo comercial y a subsidiar las tarifas energéticas.
    Por su parte, si bien existieron algunas iniciativas oficiales que apuntaron en la dirección correcta, las mismas no tuvieron el alcance esperado. En particular, se destaca el Plan 2020, iniciativa que definió sectores estratégicos, y estableció metas y objetivos de largo plazo. Pero que sin embargo no determinó una estrategia que permitiera alcanzar las metas en el horizonte planeado. Además, tampoco se dotó al plan de los instrumentos de promoción necesarios. El principal fue el Crédito del Bicentenario, que de todos modos ha sido utilizado principalmente por las empresas de mayor tamaño, resultando de muy difícil acceso para las Pyme.
    Así, durante la década pasada, la política sectorial en general y la industrial en particular estuvieron subordinadas al sostenimiento del modelo. Principalmente, y durante todo el período, se procuró garantizar la expansión del consumo, lo que se reflejó en medidas como el establecimiento del ROE y de cupos de exportación, o los controles de precios. Lo que generó muchas presiones en diversos sectores al intentar determinar simultáneamente precios y cantidades. Más adelante, y a medida que fueron deteriorándose los fundamentals macro, se apuntó también a reducir las brechas fiscal y externa, motivando en muchos casos subas en la presión tributaria o cambios regulatorios que no contemplaban la realidad particular de los sectores alcanzados.
    En particular, en lo que refiere a la política comercial, si bien durante una primera etapa puede advertirse cierto proteccionismo orientado a sectores sensibles, luego la misma fue virando hacia un esquema de restricciones generalizadas sobre las importaciones con el objetivo de proteger el superávit comercial. Esto ha cobrado una importancia creciente tras la instalación del cepo cambiario a fines de 2011. En particular, la brecha cambiaria se ha sumado a la obligatoriedad de liquidar divisas en el mercado cambiario local, las dificultades para girar regalías y dividendos, el acceso a las divisas y bienes de capital importados y la incertidumbre relativa al marco regulatorio vigente, impactando negativamente sobre los planes de inversión y producción.


    Dante Sica

    Sectores protegidos
    En este esquema, los principales “ganadores” en el plano sectorial fueron los sectores protegidos, como el sector textil, el de motos, el de electrodomésticos y el de maquinaria agrícola. Estos sectores mantienen una situación relativamente ventajosa gracias a que rige sobre ellos una protección comercial. Sin embargo, esta estrategia no luce sostenible. De hecho, estos sectores beneficiados comienzan a enfrentar una desaceleración en el consumo interno, a la vez que presentan fuertes limitaciones para exportar.
    Ahora bien, dado este escenario ¿qué habría que hacer de aquí en adelante? Ante un empeoramiento de las condiciones previas, y dada la política comercial restrictiva y la carencia de políticas sectoriales orgánicas se torna indispensable recomponer las condiciones básicas que determinan la competitividad. Hay mucho por hacer en la construcción de un campo parejo para todos los operadores de todos los sectores económicos, y de condiciones más equilibradas para poder competir en los mercados internacionales.
    En este sentido, aparecen varias cuestiones claves. En primer lugar, en el corto plazo es indispensable comenzar por “emparejar la cancha”, tanto hacia adentro (a escala local) como hacia afuera (o sea, para poder competir en el mercado externo). En el primer caso, –para emparejar la cancha hacia adentro– habrá que definir reglas de juego claras, creíbles e iguales para todos. Las intervenciones sobre los mercados de trigo y el cárnico constituyen un claro ejemplo de lo que sucede cuando se encara un sector sin una visión y una estrategia industrial integral de mediano/largo plazo.
    En segundo lugar, será necesario recomponer las bases de la competitividad “sistémica” –emparejar hacia afuera–, lo que se lograría principalmente por dos vías. Por un lado, corrigiendo los desbalances macro que se han ido acumulado en forma creciente. Principalmente, la existencia de una tasa de inflación instalada cómodamente por encima de 20%, y de una distorsión importante en los precios relativos.
    En este último caso, el principal asunto pendiente se encuentra claramente en las tarifas energéticas, donde el camino a desandar es verdaderamente extenso tras 10 años en que permanecieron prácticamente congeladas. Pero también es evidente el atraso existente en materia cambiaria, máxime teniendo en cuenta que el ciclo de apreciación continua de nuestros principales socios comerciales (y en particular Brasil) parece haber finalizado.

    Pro y contra de la devaluación
    Obviamente, una devaluación del peso como medida aislada no tendría sentido, e incluso podría complicar aún más las cosas (por ejemplo, una devaluación sin que esté acompañada por un ajuste de tarifas agravaría y no mejoraría los déficits fiscal y externo al encarecer las importaciones de combustibles, y con esto, requerir mayores subsidios. Mientras que una devaluación sin corregir el financiamiento del déficit con emisión monetaria no haría más que alimentar mayores expectativas de depreciación).
    Por otro lado, y en un enfoque de más largo plazo, si se quiere emparejar la cancha hacia afuera también será clave encarar el importante déficit que existe actualmente en materia de infraestructura, que no ha tenido un abordaje serio en décadas. Y en este sentido, si bien resulta urgente la situación existente en materia energética, también aparecen deficiencias importantes en otros aspectos fundamentales como los puertos, la infraestructura vial o las telecomunicaciones.
    En resumen, hay mucho camino por recorrer. Si se quiere diseñar una política industrial que promueva sectores estratégicos, antes habrá que resolver temas “de base” de una manera coherente y coordinada que involucre el diseño de una estrategia integral. Esto es, será indispensable previamente corregir los desbalances macro y micro existentes, y establecer un horizonte previsible de mediano plazo, para lo cual habrá que definir reglas de juego e instituciones claras y creíbles para todos.
    En la medida que las autoridades continúen demorando una respuesta integral a estas cuestiones, las inversiones continuarán aplazándose y se mantendrán enfocadas en aquellos sectores donde surjan oportunidades estrictamente de corto plazo. Mientras que las decisiones de más largo plazo seguirán aguardando por un contexto más despejado.

    (*) Dante Sica, ex secretario de Industria de la Nación y director de abeceb.com