El sustancial aporte de la agroindustria de la soja

    Por Mario I. Blejer (*)

    Uno de los ejes centrales de esta edición especial de la revista Mercado es la así llamada “reinvención de la Argentina”. Esto de por sí implicaría que, si ponemos el énfasis en perspectivas de largo plazo, estaríamos frente a la necesidad de implementar un abanico de transformaciones radicales y de reformas sustanciales, particularmente si buscamos asegurar una economía de crecimiento dinámico y sustentable y, además, jugar un rol en la arena internacional, conmensurable con nuestra contribución potencial.
    Sin embargo, es posible sostener que la Argentina, en lo que hace a estos aspectos, no necesitaría “reinventarse”, en el sentido de efectuar cambios drásticos o poner en práctica dispositivos experimentales que pretendan asegurar modificaciones diametrales en la estructura nacional. Lo que nuestro país requiere, por lo menos en una parte muy importante de su actividad económica, es la profundización de los procesos productivos ya puestos en práctica, el desarrollo y la adopción de tecnologías complementarias y la presencia de un marco previsible y conducente de política económica y regulatoria. 
    Es a partir de estos sectores, en que la Argentina ha alcanzado niveles extraordinarios de productividad y competitividad, que nuestro país se posiciona como un bastión en el tablero mundial de producción de alimentos y, si se consolida este liderazgo, puede convertirse en un verdadero garante de la seguridad alimentaria para nuestro país y para el mundo. 
    La seguridad alimentaria se ha convertido, sin dudas, en una temática crucial y candente en los análisis de sustentabilidad de largo plazo a escala global. Esto es así porque las tendencias actuales de crecimiento lideradas por los países emergentes, con clases medias que demandan una mayor proporción de proteínas en sus dietas, se encuentran en un punto de expansión que resulta en un aumento sostenido de la demanda de alimentos. 
    Este aumento creciente de la demanda debe contrastarse con la capacidad de generar una oferta adecuada. A veces, la problemática puede complicarse ya que muchos países que son baluartes del crecimiento poblacional y económico no cuentan con los recursos necesarios para abastecer de manera apropiada sus propias necesidades. La región de América latina presenta una ventaja indudable en la posibilidad de balancear las necesidades con la producción y la Argentina, junto con Brasil, son polos poderosos en este contexto.


    Mario I. Blejer

    La ventaja competitiva
    Los datos “duros” del sector sojero convalidan este escenario pero deben interpretarse correctamente. La gran ventaja competitiva argentina está en la permanente progresión sobre la cadena de valor agregado, a partir de la materia prima. Actualmente, en la Argentina hay alrededor de 20 millones de hectáreas sembradas con soja produciéndose cerca de 50 millones de toneladas de granos. Esto no sería un dato excepcional. Lo es en el ámbito del complejo oleaginoso y del desarrollo de las plantas agroindustriales. 
    Las plantas argentinas cuentan con estructuras de mayor escala que tienen menores costos de procesamiento, con un alto nivel tecnológico. Nuestro país cuenta con las plantas más eficientes en la molienda, superando a Estados Unidos y Brasil. La industria procesadora local es probablemente la más innovadora y eficiente del mundo. Adicionalmente, la Argentina tiene la ventaja de contar con distancias medianas o cortas entre las áreas de producción y los puertos, característica que habría que reforzar con una mejora integral de la infraestructura donde hoy el transporte ferroviario no ocupa la principal posición.
    Todo esto ha desembocado en una performance muy exitosa en los mercados mundiales. En lo que hace a la harina de soja, la Argentina es el primer y principal exportador a escala mundial. Nuestro país provee 43% de la harina de soja que se comercializa en el mundo. La Argentina es también líder en la exportación de aceite de soja, llegando con ambos productos a más de 100 países en el mundo. 
    Su participación no se agota en los alimentos, sino que se ha destacado en la producción y exportación de biodiésel, aprovechando el cambio en la matriz energética hacia combustibles renovables. Esto muestra el potencial de las industrias de segunda transformación que surgen a partir de escalar en la cadena de valor agregado de la soja, y se refleja en la variedad de productos surgidos de la transformación del poroto de soja, como la lecitina de soja, los fitoesteroles, la glicerina, y un sinnúmero de utilizaciones industriales, cosméticas y medicinales. 
    Se podría ahondar en detallar la contribución de este sector y su integración vertical a la macroeconomía argentina y a su posicionamiento externo. También es larga la discusión sobre las configuraciones posibles y sus matices y sobre los limitantes que pueden afectar las perspectivas. De igual modo resulta importante no perder de vista que los espacios son fuertemente disputados por países que, a simple vista, se muestran como socios comerciales pero en realidad son incipientes competidores. 
    Tal es el caso de China que presiona para llevarse materia prima sin procesar –dada la incapacidad de su agricultura para proveer a tamaña demanda– para volcarla a sus propias industrias, dejando así con capacidad ociosa al sector nacional. Además de satisfacer su propia demanda, la intención de China es competir con la agroindustria argentina de mayor valor agregado en los mercados asiáticos, unas de las regiones más dinámicas del planeta. Pero tal vez sea más útil en este contexto temático considerar la “reinvención” como la evolución de las ventajas comparativas potenciales de una nación, y esto a través del prisma que la evolución de este sector en nuestro país nos presenta.

    La economía del crecimiento
    Es posible aseverar que la evolución del crecimiento productivo de la agroindustria de la soja en la Argentina es un ejemplo crucial de la importancia y la centralidad de la así llamada “Economía del conocimiento” en el desarrollo de las ventajas competitivas dinámicas que aseguren la sostenibilidad del crecimiento en economías emergentes. A su vez, la economía del conocimiento puede definirse como la utilización del conocimiento, tecnología y capital humano como motor para el crecimiento a través de la adquisición, creación, difusión y utilización de este de modo eficaz en los varios aspectos de la actividad económica.
    La teoría económica tradicional definió la ventaja comparativa de un país en base a la existencia y abundancia de factores estáticos de producción, incluyendo recursos naturales. La especialización, de acuerdo a estas líneas de razonamiento, debería seguir la dotación de factores. La producción primaria se haría en una región y la industrialización en otra. 
    La economía del conocimiento cambia este paradigma. Las ventajas competitivas son endógenas y dependen del grado de desarrollo de los elementos basados en el conocimiento y que complementen la dotación de factores. Así, hoy, es la innovación constante la que determina la fuente central de la competitividad. 
    Más importante aún es el factor de la complementariedad: la utilización de la ciencia y la tecnología para aumentar la productividad en los sectores de ventajas comparativas tradicionales. La Argentina es competitiva en la producción agrícola, pero es “súper” competitiva en la cadena del valor agregado de la agro industria porque se invirtieron más de US$ 2.500 millones en tecnología y en plantas procesadoras de soja en los últimos 10 años.
    Una razón importante para enfatizar este desarrollo es que, por lo general, se ha focalizado el análisis de la economía del conocimiento en sectores tradicionalmente intensivos en capital humano, tales como químico, farmacéutico y comunicaciones, ignorando sectores basados en recursos naturales. La agroindustria, sin embargo, sintetiza la utilización de tecnologías avanzadas para reforzar las ventajas comparativas y se apoya profundamente en la ciencia, la innovación y el desarrollo permanente, para profundizar y sostener su competitividad.
    La agroindustria de la soja es hoy una carta de presentación argentina en la mesa grande de las discusiones sobre la seguridad alimentaria, una de las preocupaciones globales más importantes. Es imprescindible mantener y potenciar ese lugar, el cual contribuye a fomentar la participación del resto de la industria argentina. 
    Para eso necesitamos comprender, aceptar y actuar acorde a la tendencia de depender cada vez más de la cantidad y calidad del capital humano en la actividad económica, incluyendo fuertemente la actividad atada a los recursos naturales. Dadas las características de la inversión en capital humano, se torna imprescindible crear un ambiente propicio para la investigación y desarrollo, como así también la necesidad de articular el sector público con el privado y velar por mantener la competitividad en el ámbito internacional. Para asegurar estas condiciones es vital una visión de largo plazo y lograr consolidar políticas públicas estables para asegurar la sostenibilidad del desarrollo y la mejora en los niveles de vida.

    (*) Mario I. Blejer es presidente del Foro País, que agrupa a los productores agroindustriales de soja desde noviembre de 2011 como una organización sin fines de lucro que pretende contribuir al posicionamiento de la Argentina como garante de la seguridad alimentaria nacional y del mundo.