La casa italiana había atravesado momentos turbulentos luego de la muerte en 1983 de Rodolfo Gucci, quien dirigía la compañía junto a su hermano. Maurizio, el hijo de Rodolfo, heredó el 50% de Gucci y asumió como CEO en medio de agrias controversias en la familia. Llevó a la compañía al borde de la quiebra.
En 1993 asume la dirección Domenico del Sole, ex abogado de la familia quien, junto al diseñador Tom Ford, transformó a Gucci de perdedora en ganadora con grandes éxitos internacionales.
Pero para 1999 estalló una lucha de poder que venía gestándose bajo la superficie. Bernard Arnault, el multimillonario francés fundador del grupo LVMH, había estado aumentando su participación en Gucci y cuando llegó a ser dueño de casi 35% de la compañía, buscó tomar el control.
Desesperado para evitar la toma hostil en los términos de LVMH De Sole conversó con otras casas italianas de alta costura buscando un plan alternativo de inversión. Pero no lo logró.
Finalmente, encontró un inversor en François-Henri Pinault, el fundador francés de lo que hoy es el grupo de lujo Kering.
A varias décadas de aquel drama de sucesión y de la tensa venta que preparó la entrada a Italia de los conglomerados franceses, una serie de casas italianas de alta moda todavía dominadas por sus visionarios fundadores, ahora se encuentran ante sus propios problemas de sucesión.
Prada anunció este año que el heredero Lorenzo Bertelli tomará el relevo, mientras que Armani y Dolce & Gabbana -las dos únicas grandes marcas milanesas que siguen siendo propiedad privada- se aferran a sus imperios, por ahora.
Las personalidades y visión creativa de los fundadores, como Giorgio Armani, Miuccia Prada y su marido Maurizio Bertelli, y Domenico Dolce y Stefano Gabbana, han moldeado la st´tica y la percepción del público de sus marcas.
Ahora la mayor amenaza a esas marcas es que las joyas que quedan sean absorbidas por gigantes franceses, como Kering y LVMH.