Xi Jinping busca asegurarse otra década en el gobierno

El pasado 20 de octubre, durante la celebración del 20º Congreso Nacional del Partido Popular Chino (CCP), el Secretario General Xi Jinping se consagró por otros diez años como el líder más poderoso de China después de Mao Zedong.

También allí reemplazó a sus colegas del Politburó con un grupo de incondicionales e instaló el concepto stalinista-maoista de “lucha” como principio rector de la Carta del Partido. El efecto de todo eso fue dejar atrás la idea de “reforma y apertura”, términos que el CCP usa para describir la liberalización económica que comenzó a finales de la década de 1970 y que condujo al crecimiento explosivo de la economía china en las últimas cuatro décadas.

En el análisis del hecho que realizó Foreign Affairs, se recuerda que así lo consagró el último Congreso Nacional del Partido Pupular China, pero también que hubo manifestaciones en contra en todo el país.

En el Congreso del Partido, a Xi le concedieron un tercer periodo como líder máximo del CCP – un hecho sin precedentes en la era contemporánea y un paso trascendental en sus esfuerzos por centralizar la autoridad.

Pero tal vez lo más importante fue la forma en que el congreso sirvió para legitimar la visión del mundo que Xi ha venido desarrollando durante los últimos diez años en las comunicaciones cuidadosamente elaboradas por el partido oficial: discursos, documentales y libros de texto en idioma chino, muchos de los cuales Beijing deliberadamente traduce para las audiencias extranjeras, cuando traduce.

Esos textos despejan gran parte de la ambigüedad que encubre los propósitos y métodos del régimen y abren una ventana a la ideología y las motivaciones de Xi: un profundo miedo a la subversión, hostilidad hacia Estados Unidos, simpatía hacia Rusia, el deseo de unificar China continental con Taiwán y, lo más importante, la confianza en la victoria del comunismo frente a Occidente capitalista.

El estado final que él persigue exige la reformulación del gobierno global. Su objetivo explícito es reemplazar el sistema actual de estado-nación por un nuevo orden con Beijing en el pináculo, interpretan los autores.

Paralelamente, no toda China aprueba el liderazgo nacional. En las últimas semanas hubo muchas protestas en distintas ciudades contra los diez años de gobierno de Xi Jinping y fueron reprimidas en todos los casos por la policía. Por lo tanto, al tiempo que el gobierno reafirma su control, también tendrá que hacer frente a la realidad que gran cantidad de personas no están de acuerdo con su eternización en el poder.

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