Que se dio justo cuando el país estaba sintiendo el efecto de la sequía, que redujo la oferta de frutas, verduras y carnes y hasta generó incendios, que también redundó en complicaciones en tramos de la cadena aviar (pollos y huevos aumentaron 35% y 65% respectivamente en el primer cuatrimestre del año); y también en simultáneo con los incrementos estacionales de Indumentaria (acumuló 22% entre marzo y abril) y Educación (28% entre el tercer y cuarto mes del año).
Esto no solamente aceleró la inflación, -explica la consultora Ecolatina- sino que desancló las expectativas de la inflación futura, siendo las negociaciones paritarias el termómetro más claro de esto. En este sentido, con rapidez el Gobierno abandonó su voluntad por ordenarlas en torno al 40-50%, y ante la falta de referencia adquirió una gran dispersión, pudiéndose encontrar aumentos que, anualizados, alcanzaron el 70%. De la mano de los grandes gremios, en mayo y junio esta dinámica se terminó ordenando en torno al 60%.
A diferencia de otros años, las paritarias se caracterizaron por dos rasgos: incrementos más elevados en los primeros meses de vigencia -para paliar la pronta aceleración de la inflación- y acortamiento de contratos -como resultado de una expectativa de inflación para 2022 cada vez más incierta-. Esto resultó en subas que -en términos generales- evitaron una vuelta a “rojos” del salario real a lo largo del primer semestre.
Dualidad en el mercado laboral
La dinámica de las paritarias provocó que la sorpresa inflacionaria -y su muy lenta desaceleración tras el pico de marzo- haya sido no tan nociva para los trabajadores formales. Este es uno de los factores clave -no el único- que explican el sostenimiento del consumo privado a lo largo del primer semestre, que estimamos trepando cerca del 8,7% i.a., más de 2 p.p. por encima del PIB. El costo fue el estímulo a uno de los mecanismos de propagación de la inflación más relevante, sosteniendo la inercia por encima de la del año previo: muy pronto ya se vislumbraba una inflación que no iba a descender de los niveles del año previo.
Sin embargo, se debe destacar que esta tendencia fundamentalmente favoreció a los puestos de trabajo formales.
En particular, esto puede también encontrar un correlato en la mayor debilidad de los indicadores de consumo masivo durante la primera mitad del año en contraste con la mayor demanda de bienes durables: según Scentia, el volumen de ventas de Alimentación sube 1,6% i.a. en el primer semestre (y se contrae desde mayo), frente a ventas de electrodomésticos que suben casi 24% i.a. en el periodo Enero-Mayo, según GfK.
Para la segunda mitad del año
Las nuevas restricciones a las importaciones al cierre de junio y la renuncia de Guzmán -con la incertidumbre política desatada la semana posterior- impactaron de lleno en la inflación de julio, que se encamina a ser la mayor del año. Esta dinámica, junto con un mayor crawling peg para reducir la apreciación del peso en un contexto de falta de dólares, elevará la inercia en los próximos meses y la inflación esperada para el 2022, que ya era de 76% según la mediana del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) hacia el cierre de junio. Con la misma lógica de hace unos meses, durante el tercer trimestre comenzaremos a ver una reapertura de paritarias que trate de aminorar la erosión del salario -registrado- real.
Asumir una mayor nominalidad -y la perspectiva que esta se acelere- tiene como contrapartida que se continuará incentivando el consumo de estos sectores, incluso en un contexto de fuertes y crecientes restricciones cambiarias. Los apuntados serán los bienes “que tienen dólares dentro”, incluso en un contexto de suba de tasas en los programas de financiamiento o de un elevado precio relativo -como el caso de indumentaria- y los servicios, especialmente vinculados al esparcimiento, todavía con terreno por ganar tras la pandemia.
Si bien los problemas para acceder y/o reponer insumos o bienes finales importados podrían generar problemas de oferta en no pocos sectores durante los próximos meses, retroalimentando la inflación, la apuesta del oficialismo será mantener al menos una parte de la economía en movimiento en un segundo semestre.
De hecho, los jubilados y perceptores de asignaciones y programas sociales no tendrán perspectivas tan alentadoras. Los ajustes por movilidad correrán de atrás a la inflación y cerrarán el año registrando una pérdida real, aun con la existencia de bonos como compensación. Definitivamente será mala la performance de los trabajadores informales, quienes ya entran con fuerte deterioro del poder adquisitivo a la segunda mitad del año y quedarán expuestos no sólo a la mayor inflación sino a la merma del nivel de actividad.
¿Tiene límites esta estrategia?
Más allá de lo expuesto anteriormente, profundizar esta tendencia deja entrever aún más cierta dualidad dentro de la economía, que tiene como epicentro al mercado de trabajo.
En este sentido, por más que el poder adquisitivo promedio de los trabajadores formales se encamine a cerrar por quinto año consecutivo en rojo -esta vez entre 0,5 y 1% i.a.- según estimaciones preliminares (asumiendo una inflación del orden del 7% en julio que logra perforar el 5% mensual en el último trimestre del año y aumentos salariales por encima de 5% en promedio)- la trayectoria de los ingresos reales de los trabajadores formales se continúa separando de la del resto de los actores de la sociedad y presenta un significativo y creciente conflicto en un contexto de disputas dentro de la coalición gobernante.
La validación de una mayor nominalidad vía la reapertura de paritarias con el objeto de sostener el poder adquisitivo del mundo “formal” y cierto nivel de consumo en la economía, erosiona las condiciones de aquellos que están fuera. Esto no sólo se agrava en tanto la nominalidad es mayor -porque el poder adquisitivo se pierde más rápido- sino que está condicionado por el escaso margen para realizar políticas de ingresos que beneficien a este último grupo.
Detrás de esto radica la necesidad de encaminar la meta fiscal acordada con el FMI y es el motivo por el cual esta dualidad que surge del mercado laboral tiene un impacto en la conflictividad hacia dentro del oficialismo, afectando la toma de decisiones y elevando la incertidumbre, factores que en definitiva terminan haciendo eclosión en la demanda de dólares y el nivel de precios, retroalimentando el proceso.
Tres caminos posibles
La primera alternativa es una combinación entre reaperturas masivas y elevadas de paritarias con un sesgo decididamente expansivo de la política fiscal, lo que -además de tensionar fuertemente la relación con el FMI- conllevaría con el riesgo de escalar la nominalidad al rango de los tres dígitos, exacerbar fuertemente las presiones cambiarias y conducir -vía un salto cambiario discreto- a una recesión. En función de los anuncios recientes y de cara a un año electoral, este escenario pesimista parecería poder evitarse.
La segunda constituye un giro en relación con la dinámica reciente. Con el objetivo de reducir la nominalidad en un contexto de ausencia de anclas, el Gobierno no valida paritarias en línea con la inflación esperada ni otorga transferencias a los que están fuera de la formalidad. Este escenario reduce sus probabilidades en tanto nos acerquemos a las elecciones presidenciales, ya que implica pagar un costo significativo en materia de actividad y en términos políticos en el corto plazo.
La tercera alternativa, en línea con nuestro escenario base, es mantener la lógica del primer semestre, con paritarias que busquen seguir la inflación y ralentizar la merma del consumo privado. Sin embargo, esto necesariamente implica profundizar la dualidad descripta, por lo que vendrá asociado de una continuidad del resquebrajamiento del oficialismo que impedirá tomar decisiones de giro significativas teniendo que -para terminar el mandato- profundizar distorsiones (precios relativos, regulaciones cambiarias, etc.) al costo de un menor resultado en términos de actividad y una leve desaceleración de la inflación, gracias a la ausencia de un nuevo shock en los precios internacionales.