Por Beatriz Yolanda Moratilla Soria (*)
Uno de ellos ha sido la prohibición a las empresas petroleras de participar oficialmente en esta cumbre. Otro, más grandilocuente, la declaración de una “paz climática” entre China y Estados Unidos.
Sin embargo, esa “paz climática”, que supone un compromiso de colaboración entre las dos grandes potencias mundiales para luchar contra el cambio climático, no se acompaña de objetivos cifrados y vinculantes. De hecho, China ni siquiera se ha unido al compromiso mundial (tampoco vinculante) de reducción de emisiones de metano, y continúa siendo el primer país emisor de gases de efecto invernadero, con un 27 % de las emisiones mundiales.
Al escuchar la declaración de “paz climática”, no se puede evitar pensar en el pacto Briand-Kellogg que en 1928 declaró ilegal utilizar la guerra para la resolución de controversias internacionales. Sin embargo, años después estalló la guerra mundial, un conflicto que no pudo evitarse porque el pacto de 1928 se había adelantado demasiado a su tiempo y no existían medidas para castigar su incumplimiento.
Geopolítica de la energía
Hoy en día, nuestro mayor enemigo no es una guerra, sino el cambio climático. La descarbonización que se quiere llevar a cabo en Europa no será eficaz si el compromiso no es a nivel mundial. Y ahora, con la crisis pospandemia, energética y de materias primas, los diferentes países se enfrentan a sus diferentes realidades y no todos pueden llevar el mismo ritmo a la hora de cuidar el medioambiente.
No hay manera de impedir a un país ir en contra de los esfuerzos globales, tanto más, cuando este país es China, que ha decidido seguir construyendo centrales de carbón hasta 2025 con el objetivo de asegurar su suministro energético.
La energía es geopolítica. No podemos correr hacia un mix 100 % renovable sin asegurar su viabilidad. Como decía Max Weber, si algo no es viable, entonces es un fraude. Si nos encaminamos hacia esa senda, los riesgos geopolíticos sobre nuestro suministro energético aumentarán aún más.
El 31 de octubre, Argelia cortó uno de los dos gasoductos que cubrían el 50 % de las necesidades de gas natural de España. Ahora, Bielorrusia está amenazando también con cortar el grifo de los gasoductos que pasan por su territorio nacional. Y con todo esto en ciernes, el Gobierno de España se ratifica en cerrar las centrales nucleares. La energía nuclear genera más del 20 % de la electricidad con cero emisiones de CO₂, y esta demanda eléctrica habrá que abastecerla a corto plazo con más gas natural, con sus emisiones de CO₂, su caro coste y sobre todo, con su inseguridad de abastecimiento.
Si España quiere ir hacia una descarbonización plena, se deberá contar con la energía nuclear para controlar también el precio de la factura eléctrica. El objetivo es descarbonizar, y esto se puede hacer sin tener que aumentar la pobreza energética de España.
Otra cosa es que por mera opción política-ideológica se pretenda descarbonizar con una generación eléctrica basada únicamente en las energías renovables. En este caso hay que decir que por esa decisión política, no técnica, necesitaremos energías de respaldo, ya que el estado de la técnica actual no nos permite mitigar la variabilidad de su generación eléctrica con tecnologías de almacenamiento.
Por tanto, deberemos asumir un coste extra en nuestra generación para pagar o bien esas tecnologías de respaldo que además emiten CO₂ y, por tanto, van en contra de la descarbonización, o bien tecnologías de almacenamiento masivo, que no emiten CO₂, pero serán muy caras. En cualquier caso, si no queremos energía nuclear, tendremos que pagar más en la factura eléctrica, pero no porque no haya otra solución mas barata, limpia y estable.
La dependencia de materias primas
El problema de respaldarse enteramente en una combinación sólo de renovables y gas natural no se limita a las emisiones. Otro problema aparece en el horizonte: las materias primas críticas.
Las renovables precisan de materias primas, entre las que destacan las famosas tierras raras, que no producimos en Europa, lo que significará aumentar aún más la dependencia y la debilidad geopolítica. Y de nuevo, otra decisión política, que no técnica, que frena en España el camino a la descarbonización.
Tenemos yacimientos de tierras raras magnéticas como el de Matamulas, en Ciudad Real, paralizado por decisiones políticas. Un proyecto que esperemos en breve se desbloquee para poder traer técnica, industria y cadena de valor a España, como ya se nos está urgiendo desde la UE.
Estos yacimientos de tierras raras magnéticas podrían ser la palanca para nuestra visión de una economía verde. En vez de pagar el coste de aprendizaje de las renovables, como ya lo hicimos hace una década con la solar, podríamos construir una industria de transformación de esas tierras raras en España. Y así convertir al país en el polo europeo de referencia de este sector. Esta vez pagaríamos para recuperar la inversión después. Además, el país aseguraría suministro de materias primas críticas, ganando robustez en un escenario geopolítico cada vez más duro.
Si queremos liderar la transición energética, no basta con actos simbólicos que dan buena conciencia pero no tienen fines útiles. La geopolítica está basada en equilibrios de poder. Por tanto, si realmente queremos la “paz climática”, necesitamos los medios para alcanzar nuestras ambiciones y no saltarnos las etapas. Esto requiere tiempo, planificación y estrategia, a la par que aceptación social basada en el conocimiento. El camino a recorrer es tan importante como llegar a la línea de meta.
(*) Profesora de Termodinámica e Ingeniería Energética, Universidad Pontificia Comillas.