viernes, 22 de noviembre de 2024

Camino hacia la igualdad, una carrera de obstáculos

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Sigue siendo necesario demandar y reivindicar: acabar con lacras como la violencia de género, alcanzar una igualdad real o una representación verdaderamente paritaria en la sociedad, o eliminar la brecha salarial

Año tras año conmemoramos fechas relevantes como el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo), el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero) o el Día Internacional contra la Violencia de Género (25 de noviembre), una fecha, esta última, que desgraciadamente sigue siendo “sangrante” con todas las letras en nuestras sociedades. Días que nos recuerdan el camino que queda por recorrer.

Pues lamentablemente el horizonte de la consecución de estas metas se aleja de manera directamente proporcional al avance de las luchas feministas. ¿Por qué es tan difícil conseguir una meta que se presenta avalada por el “sentido común”?

Las políticas de igualdad

Desde finales de los ochenta los movimientos feministas internacionales estuvieron convencidos de que la solución estaba en la instauración de “políticas de igualdad”. Estas políticas han sido promovidas durante décadas por muchos gobiernos e instituciones progresistas en el mundo occidental con los resultados que conocemos.

La oposición creciente de ideologías políticas conservadoras que insisten en una educación y socialización “diferenciadas”, tras la que se esconden costumbres ancestrales grabadas a fuego en las conciencias de varones y mujeres, que abonan la creencia tradicional en una inferioridad de capacidades en las mujeres.

El hecho que constatamos a estas alturas del siglo XXI es que los prejuicios “culturales” y “sociales” son los que a la larga impiden que se alcance la igualdad real de las mujeres. Y los que, además, convierten en insalvables las barreras para que las mujeres tengan un acceso paritario a los puestos de poder y verdadero reconocimiento.

Cartel alegórico Mujer y Ciencia

En la IV Conferencia Mundial sobre las mujeres, celebrada en Beijing en 1995, ya se insistió en la necesidad de aplicar la perspectiva de género a todos los ámbitos de la vida social y política, algo que no solo compete a los dirigentes políticos, sino que tiene que implicar a toda la ciudadanía.

Las “acciones positivas” que promueven las políticas de igualdad sólo conseguirán combatir los estereotipos de un androcentrismo recurrente si todas y todos asumimos nuestra cuota de responsabilidad. Mientras nos sigan (nos sigamos) educando y socializando de manera distinta a hombres y mujeres en las familias, en las escuelas, en las universidades y, desde luego, en los medios de comunicación, tendremos que seguir entonando en las manifestaciones el “ni una más”, “las mujeres también piensan”, o el “se va a acabar la brecha salarial”. Es imprescindible una educación en la igualdad.

 

Sistema educativo e investigación

En otras publicaciones he subrayado cómo, a pesar de los avances obtenidos de iure en las sociedades occidentales, comprobamos que en una gran parte de nuestro mundo “globalizado” y “posmoderno” las mujeres no reciben de facto un trato igualitario. Siendo así que este enfoque distorsionado viene arrastrándose desde los orígenes de la modernidad en la instauración paulatina de una educación para todos, pero “diferenciada” para las mujeres.

Quisiera insistir ahora en que las políticas de igualdad sólo pueden ser efectivas si empiezan a aplicarse de abajo hacia arriba en todos los ámbitos de la sociedad y, desde luego, en el sistema educativo.

Empezando por cambiar los planes de estudios de educación primaria, secundaria y superior. Pues de nada nos sirve defender una “perspectiva de género” si los contenidos de los que el alumnado debe examinarse siguen siendo los mismos o si no se incluyen de manera “normalizada” las aportaciones de mujeres pensadoras o científicas.

Modelos femeninos más allá del botón de muestra de la excepción, que muestren que es factible llegar a ser una buena profesional e incluso alcanzar puestos de poder y reconocimiento. Los medios de comunicación pueden convertirse, desde luego, en un buen aliado de la educación, si dejan de reforzar un statu quo sexista, empezando por el empleo de un lenguaje inclusivo.

De lo contrario, seguiremos viendo cómo el horizonte de la consecución de la igualdad real se aleja de manera asintótica, mientras ese camino sigue empedrado de barreras insalvables e invisibles, hasta convertir en una auténtica carrera de obstáculos el que las mujeres alcancen la paridad en el acceso a los puestos de trabajo y de poder. A la par que sigue manifestándose de manera sangrante en la violencia física, psicológica y laboral que se sigue ejerciendo contra las mujeres.

Durante los últimos años se han aplicado en España, a nivel institucional en ámbitos políticos, universitarios y de investigación, políticas igualitarias que han incidido positivamente en la constitución paritaria de las comisiones juzgadoras de concursos y evaluaciones. Sin estas “acciones positivas” para favorecer la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres tampoco habría condiciones de posibilidad para promover esos cambios educativos, culturales y sociales.

Sin embargo, las conclusiones a que han llegado durante las dos últimas décadas los estudios sobre la incidencia de la denominada “cuestión de género” en la Universidad y, particularmente los informes “Mujer y Ciencia” de la Fundación española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) o del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), son alarmantes y reflejan que en la investigación, al igual que en la docencia o en el desempeño de cargos políticos, no ocurre algo muy diferente de la sociedad en general.

Por doquier siguen dominando subrepticia e inconscientemente las leyes del patriarcado que quieren relegar a las mujeres a “su papel de madres, esposas y cuidadoras en general”, dedicadas a “sus labores”.

El sesgo patriarcal y su agujero negro

La influencia del sesgo patriarcal se nota en el todavía mayoritario desempeño de “trabajos de cuidado” por parte de las mujeres, así como en las mismas “estadísticas oficiales” que cargan en exceso las cifras generando una discriminación en el fenómeno de la maternidad y en la compatibilidad de la vida familiar con el trabajo fuera de casa, de forma que la sociedad siga “penalizando” la maternidad en las mujeres con aspiraciones profesionales.

Sin duda, han sido muy importantes la promulgación de leyes (como la Ley de Igualdad, marzo 2007) y las comisiones que intenten corregir estas desigualdades (como la creación de la Unidad “Mujeres y Ciencia” en el CSIC). Mas no podemos olvidar que las propias prácticas se resisten y se resienten a causa de la “tendencia natural” a perpetuar la división sexual de tareas en nuestras sociedades neoliberales, en las que todo se puede comprar o vender, haciendo cada vez más profunda la brecha social entre los ricos y los pobres, entre quienes se encuentran muchas más mujeres y niñas.

Muchas han sido las denuncias de ese gran agujero negro en que han estado sumidas las obras de las mujeres científicas.

(*) Profesora de Investigación y Directora del Instituto de Filosofía del CSIC. Presidenta de la AEEFP y de GENET – Red transversal de estudios de género, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)

 

 

 

 

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