La “Gran Burbuja”

    En todo el mundo hay millones de personas comprando acciones con frenesí. Si bien todavía es pronto para decir que se está gestando una burbuja –un enorme aumento de los precios antes del desplome– hay investigaciones que sugieren que habría que estar vigilantes, advierte John Detrixhe en Quartz. Una lectura de esos estudios indica que las burbujas son causadas en parte por temas de economía, como el crédito fácil y las políticas de los gobiernos.

    Pero también pueden surgir de las historias que nos contamos unos a otros y de la excitación “hormonal” que muchas personas vivencian comprando y vendiendo acciones.

    Todos estos factores están presentes en este momento. Los gobiernos han acumulado deudas nunca vistas en tiempos de paz y eso da a los políticos un gran incentivo para inflar la bola financiera que los ayude a salir. La tecnología está agitando el asombro que tienta a los inversores a hacerse ricos en la Bolsa en lugar de esperar los dividendos históricos.

    Las redes sociales aceleran la difusión de ideas locas y cientos de apps han puesto en los teléfonos la posibilidad de comprar y vender acciones. Pero además de todos estos condicionantes, Detrixhe prefiere incursionar en un terreno que muy pocos economistas exploran: el de la biología humana. Para eso, analiza el trabajo de John Coates.

     

    Hormonas: el cerebro y el juego de la bolsa

    John Coates, profesor de neurociencia en la Universidad de Cambridge y autor de “La biología de la toma de riesgos” dice que “cada vez que tomamos la decisión de asumir riesgos se producen toda una serie de cambios físicos.  El cuerpo y el cerebro se aceleran y se desaceleran conjuntamente”.

    “En este momento, la excitación que les genera la incertidumbre, los está haciendo más proclives a correr riesgos que antes”.

    Esa fue la respuesta de Coates a Detrixhe cuando éste le preguntó por los inversores “amateurs” que se habían sumado al boom de la compra minorista de acciones. Coates, un ex vendedor de productos derivados, conoce la interacción entre biología humana y actividad bursátil porque la vivió y la estudió.

    Antes de capacitarse en neurociencia en Cambridge, trabajó en Goldman Sachs y Deutsche Bank justo antes de la burbuja de las puntocom. A 20 años de aquella locura bursátil con las acciones tecnológicas, estas vuelven a revolucionar el mercado de valores y llevan a las nubes la valuación de las empresas norteamericanas. Hay varios factores que contribuyen a que crezca este fervor minorista:

    • Nunca fue más fácil comprar y vender acciones. Se baja al teléfono una aplicación.
    • El año pasado las comisiones bajaron a cero.
    • Las tasas de interés se desplomaron.
    • Muchos interpretaron la desaceleración como una oportunidad para obtener acciones baratas.

    El último elemento a considerar es el de los esteroides.

    Coates llama a la testosterona (la hormona esteroidea sexual más importante de los hombres) la “molécula de la exuberancia irracional”. Recuerda que en los meses previos a la ruptura de la burbuja puntocom desaparecieron la razón y la disciplina. A los inversores los invadió la euforia y la omnipotencia.

    En Wall Street se hacían apuestas cada vez más audaces aunque las recompensas se iban haciendo cada vez más pequeñas e improbables.

    Coates cree que a los agentes varones (las mujeres tienen entre 10% y 20% de la testosterona que tienen los hombres) que se ven en una racha de suerte los invade la testosterona como un narcótico poderoso y natural.

    La hormona tiene efectos físicos en el cerebro y en el cuerpo cuando es liberada al torrente sanguíneo. El esteroide puede aumentar la confianza y la audacia.

    En un estudio de campo que realizó un fondo de cobertura londinense, analizó los niveles de testosterona en 17 jóvenes agentes que compraban y vendían hasta US$ 1.000 millones en minutos. Su conclusión: es probable que la hormona les aumentara el apetito por el riesgo y la audacia.

    La testosterona puede causar daño si se mantiene elevada pues los vuelve más impulsivos y los insta a correr demasiados riesgos. Del mismo modo, el trauma del fracaso, el miedo de perder una fortuna en minutos, puede hacer que el cuerpo produzca cortisol, la hormona del estrés. Si ese químico se mantiene demasiado tiempo en la sangre la persona puede volverse temerosa e irracionalmente pesimista.

     

    Política: burbujas fabricadas

    Mientras Coates cree que la testosterona puede amplificar las burbujas, otros piensan que hay que buscar la culpa en la política del gobierno. Un ejemplo es China.

    Como país iniciador de la pandemia del coronavirus, su economía se contrajo en el primer trimestre de este año por primera vez desde 1989. Pero para los traders improvisados lo que importa es que el gobierno les ha dicho “adelante” y el mercado se volvia una señal a oficial env de valores. nta dicho “imera vez desde 1989 que la polsa e irracionalmente pesimista. uede hacer que eó marcadamente alcista.

    El índice CSI 300 del país está ahora operando a niveles solo vistos hace cinco años, cuando reventó la última burbuja del mercado de valores.

    La propaganda oficial envía a los inversores señales de que el Partido Comunista está dispuesto a ayudarlos. El gobierno tiene el poder de expandir o contraer el crédito según haga falta y de hacer lo mismo con el acceso de los inversores al mercado.

    En el pasado la administración ordenó a las empresas nacionales comprar acciones para impedir que el mercado se caiga. Aparentemente también el gobierno puede inflar o desinflar los precios de las acciones a voluntad.

    Iniciar un boom es bastante sencillo para el Partido, que armó burbujas en el mercado de acciones en 2008 y 2015, según cuentan William Quinn y John Turner en “Boom and Bust: a Global History of Financial Bubbles”.

    A diferencia de los mercados de valores en Estados Unidos y Europa, donde los mayores jugadores son los fondos de cobertura y de pensiones, en China están formados por gente corriente. Los inversores minoristas tienden a ser menos rigurosos en sus análisis de los pros y contras y eso puede convertir al mercado en una montaña rusa.

    China infló su primera burbuja en el mercado de valores en 2005, cuando el gobierno buscó impedir que las empresas recientemente privatizadas, cuyas acciones habían caído casi 50% entre ese año y 2001, siguieran dando tumbos en el mercado de valores.

    Lo hizo prohibiendo la venta de algunas acciones y limitando ciertos tipos de ventas. Incitados por la propaganda estatal, los inversores –muchos de ellos novatos– inundaron el mercado.

    El gobierno orquestó otro boom en 2013 obligado por la deuda que le quedó luego de la crisis financiera. Usó el crédito fácil para aumentar la actividad comercial, el gasto y el empleo.

    Pero China no es el único gobierno que deliberadamente ha fabricado un boom de mercado. Desde hace cientos de años lo vienen haciendo reyes y políticos por igual. Para Quinn y Turner, la política del gobierno y los cambios tecnológicos son los dos factores principales que desencadenan burbujas.

     

    La burbuja tecnológica

    Pocas cosas subyugan tanto a los inversionistas como la promesa de la tecnología. En el pasado fueron el ferrocarril, las bicicletas, los autos y la Internet. Las compañías que captan la atención del público en este momento son tecnológicas: el auto eléctrico, las video llamadas, el comercio electrónico y los teléfonos inteligentes.

    A veces la innovación llama la atención porque genera ganancias anormales. Luego, como dicen Quinn y Turner, la noticia de los precios altos atraen a más inversores. Las valuaciones se disparan y se mantienen altas porque la tecnología es novedosa y su efecto en la economía es difícil de precisar. No hay mucha información para imaginar cuál sería la valuación correcta.

    Las empresas que proveen esas tecnologías saben muy bien cómo crear entusiasmo con una gran historia, como es la promesa de una “nueva era”. Esto lo explica muy bien Robert Shiller en Irrational Exuberance, un libro que analiza las burbujas y que mereció el Premio Nobel 2017. Shiller dijo en una entrevista que “las grandes cosas ocurren cuando alguien inventa la historia adecuada y la instala”.

    Pero las historias virales tienden a omitir a cuánto ascienden las ganancias de la compañía, a cuánto llegarán en el futuro y qué cosas pueden salir mal.

    ¿Cuáles son las historias que circulan en nuestros días? Una es la que dice que la pandemia es una gran oportunidad para comprar. El mercado de valores norteamericano se triplicó en valor entre 2009 y 2014 y las personas que sufrieron con la crisis financiera se perdieron esa corrida.

    Algunos pueden pensar que la pandemia de Covid–19 provocó una “nueva era”. Las ciudades se vacían, las reuniones se hacen por video y las compras por Internet. Hay en eso una pizca de verdad. Pero nadie sabe cómo va a ser la vida después de la pandemia.

    Mientras tanto, ¿Apple va a vender más iPhones de los que pensaba que iba a vender antes de que arrancaran las cuarentenas? Su actual valuación –casi US$ 2 billones– sugiere que los inversores piensan que la compañía ha encontrado una nueva forma de aumentar las ganancias. O tal vez estén comprando acciones solo porque el precio viene subiendo.

     

    Colapsos y consecuencias

    Los cracs financieros a menudo, aunque no siempre, tienen terribles consecuencias. Los colapsos generados por la ruptura de burbujas que se observaron en las últimas décadas también fueron dañinos.

    Las crisis bancarias ocurridas desde los años 70 redujeron el promedio del PBI anual de un país entre 15% y 20%, según un estudio realizado por economistas de Harvard y el Banco de Inglaterra.

    Y eso nada dice de las dificultades que genera a la población. Las noticias sobre inversores desesperados que se arrojaban al vacío desde las ventanas luego del crac de Wall Street en 1929, probablemente exageraran un poco, pero los que lo perdieron todo sí se suicidaron.

    Hace diez años a millones de personas les remataron sus casas después de la burbuja hipotecaria. Quienes se capacitaron para industrias que parecían en gran demanda, como construcción y arquitectura, descubrieron que sus nuevas habilidades eran menos requeridas en la economía post burbuja.

    Las burbujas más benignas son las que no llegan a infectar al sistema bancario, que es el que propaga el riesgo de un sector de la economía a otro.

     

    Qué se puede hacer

    Las burbujas parecen formarse a partir de un caldo de factores, desde la conducta hormonal y de manada hasta el crédito fácil y políticas cuestionables de gobierno. Afortunadamente, algunas ideas han aparecido sobre cómo dominar las alzas y las bajas.

    Coates, quien tiene la ventaja de tener experiencia en neurociencia y en la actividad bursátil, cree que la diversidad podría ayudar a los bancos y fondos de cobertura a no dejarse llevar por la marea. Si la testosterona puede exacerbar una corrida alcista, tener mujeres en el piso de la bolsa puede contribuir a inyectar una perspectiva diferente.

    Mantener a los agentes de más años también convendría por la misma razón: la testosterona llega a su más alto nivel entre los 18 y 19 años y luego se va reduciendo durante el resto de la vida. Además, los mayores tienen la ventaja de haber sobrevivido a burbujas anteriores.

    Las burbujas tienen tendencia a formarse cuando las tasas de interés están bajas, dicen Quinn and Turner. Cuando las tasas bajan, los activos menos riesgosos como los bonos tienen poco que ofrecer a los inversores, y eso los lleva a correr más riesgos. Las tasas de interés bajas también significan que es más fácil tomar dinero prestado para especular.

    Pero depender de las tasas de interés bajas para solucionar los problemas no es una panacea. Cuando el desempleo se mantiene alto a pesar de las tasas bajas, es necesario inventar nuevas herramientas para ayudar a la sociedad en lugar de buscar nuevas formas de bajar el rendimiento de los bonos.

    Coates sugiere que si hubiera un poco más de incertidumbre sobre las tasas de interés futuras, tal vez se podría impedir que los agentes se vuelvan demasiado audaces.

    Durante muchos años los gobiernos han provocado burbujas y no van a detenerse en el futuro. Pero tal vez se pueda mitigar el daño. Como las crisis bancarias suelen ser especialmente dañinas, habría que sospechar de todo lo vuelva más riesgoso al sector bancario. La investigación de Quinn y Turner muestra el peligro de hacer que especular sea “demasiado fácil”. Poder acceder a un servicio completo de corretaje con un simple tecleo en el teléfono suena increíble, pero más saludable sería incorporar un poco más de consideración.