El capitalismo no promete una vida mejor para todos

    En muchos países occidentales avanza el populismo porque mucha gente siente que el capitalismo, o la democracia liberal de mercado, no han generado lo que los pueblos quieren y esperan. Richard V. Reeves analiza las raíces del descontento en “Capitalism used to promise a better future“, un ensayo que publica la Brookings Institution.

    Esta orientación al futuro es una de las características más notables de la modernidad, dice Reeves. Las sociedades precapitalistas miraban hacia atrás, hacia el pasado, los mitos fundadores, las viejas religiones y los ancestros. Las sociedades capitalistas miran al futuro, buscans invenciones, horizontes más anchos y mayor abundancia.

    Pero el cambio trae oportunidad y también incertidumbre. Los que critican al capitalismo suelen acusarlo de crear un futuro incierto. Y tienen razón, porque el crecimiento económico necesita cambio y disrupción. Es la “destrucción creativa” de Schumpeter, que puede imponer algunos costos sociales inmediatos. Dicen que nadie sabe adónde lleva la dinámica del mercado. Esto es verdad en los detalles –nadie, por ejemplo, imaginó que un día aparecerían Facebook y Twitter– pero es falso en el cuadro completo. Si la economía crece, como resultado del capitalismo de mercado, es posible predecir con confianza que el futuro será mejor que el presente.

    Durante largo tiempo en la historia el capitalismo mantuvo esa promesa bastante bien. Si se compara la actualidad con periodos anteriores en la historia, las condiciones materiales de la vida han mejorado notablemente desde su nacimiento. Durante los 500 años anteriores a 1700, la producción económica por persona se mantuvo estable. O sea, una persona en 1700 no estaba mejor, económicamente hablando, que una persona en 1200.

    La idea de mejora económica ahora está tan inserta en la cultura que hasta media década sin progreso desata señales de alarma.

    “El pasado es otro país”. Así arranca “The Go-Between“, la novela que escribió LP Hartley en 1953. “Allí hacen las cosas de otra manera”. La idea es muy actual.

     

    El pasado, todo de la misma manera

    En en épocas anteriores el pasado era, en términos económicos, casi exactamente el mismo país, un lugar donde las cosas se hacían siempre de la misma manera. En una economía feudal, agrícola, los quehaceres eran bastante similares a los de un siglo antes y también un siglo después.

    Pero una vez que el motor del capitalismo se puso en marcha, el futuro entró en el imaginario colectivo. Las novelas comenzaron a habitar el futuro. Nació la “ciencia ficción”. Los pronósticos económicos se convirtieron en negocio. Hoy los gobiernos y las empresas gastan tiempo y dinero para saber, hasta donde sea posible, cómo será la economía en el 2020, cuánto crecerá, cómo serán los empleos, etc.

    Prácticamente en la totalidad de la historia de la civilización anterior al capitalismo, era impensable creer que la vida podía ser mejor en un futuro terrenal. La calidad del futuro no tenía mucho que ver con las actividades humanas, por eso las sociedades precapitalistas solían ser profundamente religiosas; una buena cosecha dependía del clima, algo que a su vez dependía de la voluntad de los dioses.

    Marx decía que la religión era el opio de los pueblos porque los distraía de la explotación capitalista. Sin embargo, el capitalismo viene debilitando poco a poco la religión porque promete un futuro que va a ser mejor, no por intervención divina sino por obra del mercado, que ha sido creado por el hombre.

    La gran promesa del capitalismo es que cada generación se levantará sobre los hombros de la anterior gracias a la economía de mercado. Por eso peligra cuando esa promesa comienza a ser cuestionada. Si pierde la licencia que le aporta el futuro, está en problemas.

    A los mercados los mueve la psicología. Trabajamos para vivir pero también con la esperanza de que ese trabajo nos permita vivir mejor en el futuro y obtener más de las cosas que ofrece el mercado a medida que crecemos en experiencia y sumamos habilidades. A nivel individual, podríamos decir que ahorramos para cubrirnos ante posibles emergencias. Pero colectivamente los ahorros permiten la acumulación de capital y la inversión, dos cosas que que generan crecimiento. Y como resultado de todo eso, aspiramos también a gozar en nuestros últimos años de otro invento moderno: la jubilación.

     

    Un futuro mejor

    El progreso económico implica que los padres aspiren a que el nivel de vida de sus hijos sea superior al suyo propio y luego ocurra lo mismo con los hijos de sus hijos. El instinto humano básico de ver prosperar a los hijos se canaliza con fuerza mediante el crecimiento liderado por el mercado. Trabajamos no solo para nosotros mismos sino para nuestros hijos. Invertimos en su educación para que sus habilidades, mejoradas, les signifiquen una vida mejor.

    Las personas invertirán en un futuro mejor solo si ven la posibilidad de que vean frutos, que el sistema sea confiable y dé un futuro mejor. El capitalismo no solo produce una sociedad orientada hacia el futuro, la necesita. Si la promesa de un futuro mejor comienza a desdibujarse, se crea un círculo vicioso.

    ¿Para qué ahorrar? ¿Para qué el sacrifico? ¿Por qué invertir más tiempo en educación? Si se instala la duda, la gente trabaja menos, aprende menos y ahorra menos. Resultado: cae el crecimiento. La gran amenaza para el capitalismo no es el socialismo. Es el pesimismo.

    En este momento la promessa de un mañana mejor afronta tres grandes desafíos: escaso crecimiento de los ingresos: menos probabilidad de que los hijos lleguen a tener un nivel de vida mejor que el de sus padres, y la profundización de la crisis del clima.

    La expectativa de que el ingreso crezca sostenidamente en el tiempo se ha vuelto difícil de cumplir porque el crecimiento disminuye y la incertidumbre laboral crece. Ha caído la movilidad ascendente a lo largo de la vida laboral. Las probabilidades de que los trabajadores de clase media lleguen a los primeros escalafones de la escalera salarial vienen declinando aproximadamente 20% desde principios de la década del 80.

    Esto se debe en parte a que es cada vez más importante adquirir habilidades temprano e incorporarse a la carrera por la vía rápida. Cada vez es más difícil ascender en los escalafones si se empieza desde abajo. Muchos CEO solían jactarse de haber empezado la carrera como cadetes. Eso ya no se ve como posible.

    No solo es hoy más lento el crecimiento del ingreso, para algunos trabajadores hay más volatilidad salarial, entre otras cosas por el riesgo de perder un empleo en un sector afectado por la automatizacion y tener que aceptar otro con salario más bajo. Lo que los economistas llaman “volatilidad de ingresos” creció con el tiempo, sobre todo para los que están en la base de la escala salarial. Esos shocks económicos son psicológicamente estresantes. Los seres humanos están preparados para rechazar la pérdida, o sea para experimentar mucho más dolor por una pérdida que placer por una ganancia equivalente. No sorprende entonces que los trabajadores elijan la seguridad como su mayor prioridad.

     

    Material descartable

    Pero los trabajadores desplazados por la automatización han sido tratados como material descartable por los gobiernos. Los planes de recapacitación han sido ineficaces en casi todas partes. Además, el supuesto de que los hijos vivirán mejor que los padres ahora está seriamente cuestionado. La movilidad inter generacional es más lenta por dos razones: el crecimiento económico es más lento y las ganancias de ese crecimiento las recibe una proporción mucho más pequeña de la población: los que están arriba. Esta ausencia de ascenso económico se va infiltrando en la conciencia general.

    El ánimo importa mucho. Si el futuro se ve menos promisorio, podría parecer menos racional invertir en educación, correr el riesgo de empezar un negocio nuevo o trasladarse a otra ciudad a buscar un empleo mejor. La interacción entre hechos y sentimientos es complicada, pero es importante encontrar un equilibrio entre hacer frente a las tendencias y decidir que todo está perdido.

    El tercer desafío no es psicológico sino puramente físico: la crisis del clima. El aumento de las temperaturas globales está generando acontecimientos cada vez más extremos que ponen en peligro algunas áreas muy pobladas y amenazando los sistemas agrícolas. Es necesario sopesar costos y beneficios en este tema. Si el crecimiento económico es responsable del cambio del clima, cosa que es cierta, también ha aumentado enormemente el bienestar material de millones de personas.

    La cuestión es si el capitalismo puede ser parte de la solución o parte del problema; o si la única respuesta es alguna forma de socialismo profundamente verde. En el registro de la historia, el método socialista tiene poco que mostrar. El lago Baikal en la ex Unión Soviética, la reserva de agua dulce más grande del mundo, fue destrozado por la polución pues se convirtió en el receptáculo de más de 15.000 toneladas métricas de desechos tóxicos. Es verdad que el mercado no valora los recursos ambientales, pero eso no es una falla del mercado sino de la política. El capitalismo no se preocupa por la crisis climática pero no se supone que lo haga. Culpar al capitalismo por el cambio climático es como culpar a las destilerías por la gente que maneja alcoholizada. Cuando los lagos están limpios es porque los gobiernos los protegen por el bien de la gente. Las fuerzas del mercado siempre son moldeadas, para bien o para mal, por la política.

    En los tres frentes, entonces, la promesa de un futuro mejor, que está en el centro de la teoría y psicología capitalista, está siendo cuestionada. El tema es si esa promesa puede restaurarse dentro de un esquema capitalista o si lo que se cuestiona es el sistema mismo.

     

    Fase necesaria de la historia

    Los defensores del capitalismo han dado al crecimiento económico un poco más de vida útil al presentarlo como una fase necesaria en la historia económica para superar la privación material, pero innecesaria y posiblemente dañina una vez que haya pasado ese momento. John Stuart Mill, en 1848, decía que el aumento de la producción sigue siendo un objetivo importante “sólo en los países atrasados del mundo. En los más avanzados, lo que es necesario es mejorar la distribución”.

    John Maynard Keynes, en su famoso ensayo de 1930 Economic Possibilities for our Grandchildren, predecía que en el transcurso de un siglo el problema económico se “resolvería”. Según esa predicción, estaríamos a once años de eso.

    Hay tres problemas con la idea de que el crecimiento económico tiene fecha de vencimiento. Primero, nadie tiene una buena manera de decidir exactamente cuándo es suficiente, porque nuestras ideas de suficiencia material también cambian. El aire acondicionado era considerado un “lujo” para la mayoría de la gente. Hoy se lo ve como una necesidad. ¿Quién tiene razón? Mill no podía imaginar la laptop que usa hoy la mayoría de la gente, conectada a wifi, en un avión cruzando el Atlántico. Y así con tantas cosas. Todo el tema del crecimiento capitalista es que no sabe dónde está el final.

    Segundo, el capitalismo está intrínsecamente orientado al crecimiento. Los mercados no funcionan bien en un estado estacionario; son como tiburones o se mueven o se mueren. Nadie ha podido dar una descripción satisfactoria de un modelo de mercado sin crecimiento.

    Tercero, siempre son los pensadores de élite lo que deciden cuándo es suficiente, pero muchos de sus conciudadanos podrían tener una idea diferente.

    Ha pasado ya más de medio siglo desde que el Club de Roma publicó Los límites del crecimiento y que Fred Hirsch publicara Los límites sociales del crecimiento. El primero decía que el agotamiento de los recursos naturales pondría freno al progreso económico; el segundo, que la competencia entre los ricos por obtener los bienes escasos reduciría el bienestar general.

    Ninguna de las dos predicciones, hasta ahora, demostró ser correcta. El crecimiento alimentado por el mercado ha disminuído, ciertamente en comparación con las décadas de mitad del último siglo y se ha vuelto más orientado a los ricos, pero no se ha detenido. La pregunta ahora no es si el capitalismo se agota sino cómo puede renovar su promesa de un futuro mejor, para todos.