Desde mediados del año pasado se derrumbaron casi todos los indicadores económicos: el consumo interno, la inversión, el gasto público, etc. Sin embargo, hay una variable que mejoró sustancialmente, en parte por el deterioro de las demás: la balanza comercial de bienes.
A modo de ejemplo, mientras que en el primer semestre del 2018 el déficit comercial se agravó en relación a igual período de 2017 (pasó de US$ -2.600 millones a US$ -4.900 millones), en la segunda mitad del año pasado el rojo se convirtió en un superávit, pasando de USS -5.700 millones a US$ +1.000 millones. Asimismo, esta dinámica se repitió en la primera parte de 2019 y el saldo comercial totalizó US$ +5.600 millones, puntualiza el último informe de la consultora Ecolatina.
Pese a estas buenas noticias, cabe destacar que la mejora respondió mayormente a un desplome de las importaciones, que roza el 30% i.a. en el acumulado a agosto (último dato disponible), y no a un avance de las exportaciones, que crecieron poco menos de 4% i.a. en los primeros ocho meses del año. En consecuencia, la recuperación del frente externo es más un subproducto de la crisis que el resultado de una mayor competitividad cambiaria o la apertura de nuevos mercados. Para que estas dos políticas arrojen resultados concretos, será necesario que las mismas sean sostenidas en el tiempo.
Volviendo a los números, dado que la recesión sigue sin encontrar su piso, la mejora del saldo comercial se mantendrá en la segunda mitad del año, y el superávit comercial de bienes rondaría US$ 14.000 millones en 2019. Este resultado sería explicado por una importante caída de las importaciones (-22% i.a.), que cerrarían 2019 en la zona de US$ 51.000 millones y un tibio avance de las ventas externas (+5% i.a.), que acumularían US$ 65.000 millones este año, impulsadas en parte por la baja base de comparación que dejó la sequía de 2018 y los mayores saldos exportables que arroja una demanda interna deprimida.
Más allá de las falencias locales, vale destacar que la mejora del resultado comercial sería aún mayor si la economía brasileña finalmente creciera –sus proyecciones de crecimiento pasaron de 2,5% a comienzos de año a menos de 1% en la última semana- y si nuestros términos de intercambio, es decir, los precios de nuestros productos de exportación respecto de los de importación no estuvieran cayendo (-17% i.a. en el acumulado a agosto) producto de la cosecha récord que apuntaló la oferta internacional de productos oleaginosos y la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que retacea el crecimiento del gigante asiático.
Hacia un superávit récord en 2020
Lamentablemente, el desempeño económico no mejoraría en 2020. A modo de ejemplo, el último Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central arrojó una caída del PBI de 1,5% i.a. Además, pese al control de cambios y la obligatoriedad de liquidar las divisas provenientes de las exportaciones en no más de cinco días hábiles, el dólar cerraría el año próximo en la zona de 90 ARS/US$ según el informe. De esta manera, marcaría un avance cercano al 35% en 2020 -conforme al REM, diciembre 2019 terminaría con una divisa en la zona de 65 ARS/USD-, levemente por debajo de la inflación (+40% i.a.).
En consecuencia, el tipo de cambio real permanecería relativamente estable a lo largo del año próximo. Si consideramos los elevados pagos de deuda pública relevante (al sector privado y organismos financieros internacionales) en moneda extranjera que debe afrontar nuestro país en 2020 (US$ 25.000 millones, más de 5% de PBI) y que los mercados de crédito permanecerán virtualmente cerrados, esta evolución parece lógica: el peso no se fortalecería, aun en un contexto de importantes restricciones a la demanda de moneda extranjera.
En este marco, proyectamos un superávit comercial cercano a US$ 19.000 millones para el año que viene, un récord histórico medido en dólares corrientes. Un resultado positivo de esta magnitud será fundamental por dos motivos. Por un lado, por su impacto tradicional sobre los sectores transables. Por el otro, porque el sector privado aportará dólares frescos para los pagos de deuda que el sector público debe realizar. En consecuencia, si este superávit no se materializara, y no aparecen fuentes de financiamiento alternativas como por ejemplo asistencia china, los pagos de deuda del año próximo deberían reestructurarse. Aunque tampoco puede descartarse un escenario de default con un superávit de 5% del PBI, lo cierto es que sin él sería casi inevitable.
Al igual que este año, a la mejora del saldo comercial de 2020 se llegaría tanto por una caída de las importaciones (que estimamos no menor al 5% i.a.), que rondarían US$ 48.000 millones, como por un avance de las exportaciones (en torno al 3,5% i.a.), que acumularía US$ 67.000 millones.
Las explicaciones detrás de estas dinámicas serían similares a las de 2019: una demanda interna en rojo y un peso depreciado, que impactan negativamente en la coyuntura doméstica pero generan brotes verdes en el frente externo. Por su parte, la economía brasileña podría ayudar (sus proyecciones de crecimiento rondan el 2% i.a.), algo que no sucederá este año, pero la cosecha agropecuaria no repetirá la excelente performance de 2019 ni su base de comparación será baja por la sequía de 2018. Asimismo, por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, más el anémico crecimiento de la economía europea, nuestros términos de intercambio no revertirían el deterioro de este año.
En resumen, en 2020 el frente externo será otra vez una estrella solitaria dentro de una economía argentina golpeada en la mayoría de sus partes. Esperemos que también aporte los dólares necesarios para enfrentar los servicios de deuda relevante y se convierta en nuestro único héroe en este lío.