Venecia: quizá Marcos no esté descansando en San Marcos

“Los restos del santo quizás hayan sido substituidos, en el siglo IX, por los de Alejandro de Macedonia”. Así presume el inglés Andrew M.Chugg, en “Alexander the great’s lost tomb”, publicado en 2005. Claro, se desató flor de polémica.

1 julio, 2006

Durante siglos, peregrinos y, después, turistas han pasado ante el sepulcro de Marcos, el evangelista, en la admirable basílica bizantina que da a la plaza homónima. No sabían, sostiene el investigador, que “los venerables despojos tal vez no sean suyos, sino de otro ilustre personaje histórico: Alejandro III de Macedonia.

Una audaz substitución de huesos, a cargo de dos venecianos, pudo haber ocurrido hace cerca de 1.200 años. En un contexto de necesidades, ambiciones e intrigas tanto religiosas como políticas. Un cóctel tan italiano que, tiempo después, Giovanni Boccaccio relataba con agudo sarcasmo en el “Decamerón” la “atribución ficticia de restos a santos y beatos”.

El libro de Chugg, recién traducido al francés, el alemán y el italiano, genera debates, en parte por la influencia de engendros estilo “Código Da Vinci” y una larga serie de imitaciones. En un plano mucho más serio, el trabajo cuestiona los de innumerables expertos y recuerda las polémicas en torno de “santos sudarios” poco plausibles. Éste es un negocio milanés, el de Marcos lo es veneciano.

La hipótesis del estudio es clara: el cadáver de Alejandro fue embalsamado o momificado y, tras largo tiempo en Ctesifonte (capital del imperio Seléucida, cerca de Babilonia), acabó en Alejandría de Egipto. Era la más grande y perdurable de las veinte ciudades que el conquistador fundó con su nombre.

Siglos más tarde y a poca distancia, fue sepultado Marcos. Se ignora, empero, si éste también fue embalsamado. Posiblemente no: amén de ser judío, no era un emperador. A partir de un equívoco del siglo I, en 828 dos mercaderes de la entonces flamante república de Venecia, Buono di Malamocco (o Salmocco) y Rustico de Torcello, arribaron en barco a Alejandría, en manos árabes desde 650. Pidieron permiso para visitar la tumba de Marcos.

Debieron hacerlo porque, en primer lugar, los cristianos no eran bienvenidos al Egipto musulmán. En segundo término, porque Marcos estaba cerca de Alejandro y éste encarna, para el Islam, un ejemplo de sapiencia y justicia. El poco versado Mahoma, en efecto, así lo afirma en el Corán. Luego de sobornar a los guardianes, desenterraron lo que suponían el cuerpo del santo y se lo llevaron en el buque, disimulado bajo cueros de chancho (animal impuro para judíos y musulmanes).

Naturalmente, fueron recibidos triunfalmente en Venecia. Pero el problema reside en que, al aparecer la “momia” de Marcos, desapareció la del macedonio. “Por ende -deduce Chugg-, los huesos robados eran en realidad los del conquistador”. Ahora bien ¿cómo sigue este caso de revisionismo que afecta a católicos romanos y orientales, protestantes y sectas evangélicas?…

Alessandra Coppola, profesora de historia helénica en Padua, está por sacar su propio libro (“All’ombra dei cipressi e dentro l’urne”), donde pasa revista “al rescate de despojos y su atribución a héroes, dioses o santos, antigua costumbre en Grecia y el Mediterráneo oriental”. Como se sabe, Federico Barbarroja sigue dormido en una cueva de los Alpes y, si se juntan, los pedazos de la verdadera cruz alcanzan para docenas de ellas.

Durante siglos, peregrinos y, después, turistas han pasado ante el sepulcro de Marcos, el evangelista, en la admirable basílica bizantina que da a la plaza homónima. No sabían, sostiene el investigador, que “los venerables despojos tal vez no sean suyos, sino de otro ilustre personaje histórico: Alejandro III de Macedonia.

Una audaz substitución de huesos, a cargo de dos venecianos, pudo haber ocurrido hace cerca de 1.200 años. En un contexto de necesidades, ambiciones e intrigas tanto religiosas como políticas. Un cóctel tan italiano que, tiempo después, Giovanni Boccaccio relataba con agudo sarcasmo en el “Decamerón” la “atribución ficticia de restos a santos y beatos”.

El libro de Chugg, recién traducido al francés, el alemán y el italiano, genera debates, en parte por la influencia de engendros estilo “Código Da Vinci” y una larga serie de imitaciones. En un plano mucho más serio, el trabajo cuestiona los de innumerables expertos y recuerda las polémicas en torno de “santos sudarios” poco plausibles. Éste es un negocio milanés, el de Marcos lo es veneciano.

La hipótesis del estudio es clara: el cadáver de Alejandro fue embalsamado o momificado y, tras largo tiempo en Ctesifonte (capital del imperio Seléucida, cerca de Babilonia), acabó en Alejandría de Egipto. Era la más grande y perdurable de las veinte ciudades que el conquistador fundó con su nombre.

Siglos más tarde y a poca distancia, fue sepultado Marcos. Se ignora, empero, si éste también fue embalsamado. Posiblemente no: amén de ser judío, no era un emperador. A partir de un equívoco del siglo I, en 828 dos mercaderes de la entonces flamante república de Venecia, Buono di Malamocco (o Salmocco) y Rustico de Torcello, arribaron en barco a Alejandría, en manos árabes desde 650. Pidieron permiso para visitar la tumba de Marcos.

Debieron hacerlo porque, en primer lugar, los cristianos no eran bienvenidos al Egipto musulmán. En segundo término, porque Marcos estaba cerca de Alejandro y éste encarna, para el Islam, un ejemplo de sapiencia y justicia. El poco versado Mahoma, en efecto, así lo afirma en el Corán. Luego de sobornar a los guardianes, desenterraron lo que suponían el cuerpo del santo y se lo llevaron en el buque, disimulado bajo cueros de chancho (animal impuro para judíos y musulmanes).

Naturalmente, fueron recibidos triunfalmente en Venecia. Pero el problema reside en que, al aparecer la “momia” de Marcos, desapareció la del macedonio. “Por ende -deduce Chugg-, los huesos robados eran en realidad los del conquistador”. Ahora bien ¿cómo sigue este caso de revisionismo que afecta a católicos romanos y orientales, protestantes y sectas evangélicas?…

Alessandra Coppola, profesora de historia helénica en Padua, está por sacar su propio libro (“All’ombra dei cipressi e dentro l’urne”), donde pasa revista “al rescate de despojos y su atribución a héroes, dioses o santos, antigua costumbre en Grecia y el Mediterráneo oriental”. Como se sabe, Federico Barbarroja sigue dormido en una cueva de los Alpes y, si se juntan, los pedazos de la verdadera cruz alcanzan para docenas de ellas.

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