¡Vamos todavía! Los robots pintan cuadros

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Se la llama inteligencia artificial creativa.  La creatividad, una de las pocas cosas que se mantenían como exclusividad de la mente humana, es también ahora  una posibilidad para los robots.  Y si son creativos ¿por qué no pintar cuadros?

Si bien la pintura creativa y la computación parecen opuestos irreconciliables, hoy no hay nada que un algoritmo muy bien pensado no pueda hacer. Pero pensándolo bien también la pintura  y otras formas de arte visual le deben mucho  a áreas de matemáticas como la geometría y la perspectiva, de manera que no es impensable que las computadoras puedan trabajar con algoritmos que a su vez generen imágenes tan variadas y sutiles como lo puede hacer un pintor de carne y hueso.

El arte algorítmico implica un ser humano ideando un concepto que luego un algoritmo puede generar o visualizar, ya sea desde cero o basándose en material existente. En la universidad japonesa de Nagoya  los investigadores Yasuhiro Suzuki y Tomohiro Suzuki desarrollaron un algoritmo evolucionario que, a partir de un etilo dado, lo va mutando: corta elementos, los divide, los mezcla y descarta las versiones de imágenes generadas que no coinciden con las elecciones estilísticas iniciales del usuario.

Pero más comúnmente el arte algorítmico se usa  en el sentido de imágenes generadas por códigos computarizados escritos por una persona.  Una de ellas se llama Dextro, que es uno de los más importantes profesionales del arte algorítmico-generativo.

Otros, en cambio, enseñan a las computadoras a pintar como las poersonas, para lograr que sean algo más que una extensión del artista e internar a las máquinas en el territorio mismo del arte original. O sea, convertir a las máquinas en artistas.  El pionero de esta corriente es un ex artista y profesor de la Universidad de San Diego en California, Harold Cohen. Comenzó trabajando con un programa de arte creativo llamado AARON en 1973 cuando era profesor visitante  en el Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford.

La capacidad para pintar de AARON iba mejorando con los años mientras su maestro le enseñaba técnicas cada vez más difíciles y más complejas. Aprendió a situar objetos o personas en espacios 3D en la década del 80 y pudo pintar con color a partir de los 90. Con el tiempo sus pinturas lograron llegar a los principales museos del mundo y a las manos de coleccionistas privados que pagaron cientos y hasta miles de dólares por el arte que ahora se llama AARON. 

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