Se sabe que los japoneses tienden a aprovecharse de las mujeres en cualquier oportunidad, inclusive en altos niveles jerérquicos y aun con occidentales (una película de James Bond ironizaba al respecto hace cuarenta años). A diferencia de estados islámicos, donde la mujer tiene pocos derechos civiles, en el Sol naciente existen, pero los caballeros no son caballeros.
Para morigerar la cachondez masculina, trenes y subtes metropolitanos acaban de habilitar –durante horas de mayor concurrencia- vagones para damas. La noticia recorrió el mundo y la medida fue puesta de ejemplo en países europeos y latinoamericanos. Pero, en Buenos Aires, casi nadie recordó que Argentina fue pionera al respecto. Tampoco se ha reparado en que los actuales vagones de la línea B –perdón, Lacroze- son exactamente (colores y guardas inclusive) los usados en Tokio cuando Sean O’Coonery era 007. Así se ve en su entrevista con el jefe del servicio secreto imperial.
La primera línea de “tranvía subterráneo” (así se llamaba el servicio) pertenecía a la Anglo, concesionaria de “streetcars” desde fines del siglo XIX. Sigue teniendo el nombre, va de plaza Mayo a Caballito, pero ya no usa aquellos hermosos, cómodos vagones de madera, tibios en invierno y frescos en verano. Hoy, mientras se prepara a alcanzar Floresta, emplea unos adefesios forrados en lata.
El “vagón de señoras” corría los días hábiles y ocupaba el extremo “hacia fuera” de la formación. O sea, era el primero yendo a Caballito y el último volviendo al centro. La buena práctica –que tenía rédito publicitario, pues sobraban los avisos de grandes tiendas, por entonces en auge- se marchó con los ingleses, a fines de los años 20. Igual suerte corrieron, veinte años después, aquellos trenes puntuales, limpios y seguros, a manos de una estatización casi de opereta.
Eso sí, por entonces empezó la primera fiebre de cambiar nombres, hoy en su cuarto o quinto brote. Ya hace más de setenta años, Caballito pasaba a “Primera Junta”. La desmemoria porteña, que incluye a los concesionarios privados de trenes, también alcanza al trayecto orginal de la Anglo. Tras emerger a la altura de Emilio Mitre (que tampoco se llamaba así), el “tranvía subterraneo” llegaba a Flores. El tramo extra dejó de explotarse hacia 1927, sin razón atendible alguna.
Se sabe que los japoneses tienden a aprovecharse de las mujeres en cualquier oportunidad, inclusive en altos niveles jerérquicos y aun con occidentales (una película de James Bond ironizaba al respecto hace cuarenta años). A diferencia de estados islámicos, donde la mujer tiene pocos derechos civiles, en el Sol naciente existen, pero los caballeros no son caballeros.
Para morigerar la cachondez masculina, trenes y subtes metropolitanos acaban de habilitar –durante horas de mayor concurrencia- vagones para damas. La noticia recorrió el mundo y la medida fue puesta de ejemplo en países europeos y latinoamericanos. Pero, en Buenos Aires, casi nadie recordó que Argentina fue pionera al respecto. Tampoco se ha reparado en que los actuales vagones de la línea B –perdón, Lacroze- son exactamente (colores y guardas inclusive) los usados en Tokio cuando Sean O’Coonery era 007. Así se ve en su entrevista con el jefe del servicio secreto imperial.
La primera línea de “tranvía subterráneo” (así se llamaba el servicio) pertenecía a la Anglo, concesionaria de “streetcars” desde fines del siglo XIX. Sigue teniendo el nombre, va de plaza Mayo a Caballito, pero ya no usa aquellos hermosos, cómodos vagones de madera, tibios en invierno y frescos en verano. Hoy, mientras se prepara a alcanzar Floresta, emplea unos adefesios forrados en lata.
El “vagón de señoras” corría los días hábiles y ocupaba el extremo “hacia fuera” de la formación. O sea, era el primero yendo a Caballito y el último volviendo al centro. La buena práctica –que tenía rédito publicitario, pues sobraban los avisos de grandes tiendas, por entonces en auge- se marchó con los ingleses, a fines de los años 20. Igual suerte corrieron, veinte años después, aquellos trenes puntuales, limpios y seguros, a manos de una estatización casi de opereta.
Eso sí, por entonces empezó la primera fiebre de cambiar nombres, hoy en su cuarto o quinto brote. Ya hace más de setenta años, Caballito pasaba a “Primera Junta”. La desmemoria porteña, que incluye a los concesionarios privados de trenes, también alcanza al trayecto orginal de la Anglo. Tras emerger a la altura de Emilio Mitre (que tampoco se llamaba así), el “tranvía subterraneo” llegaba a Flores. El tramo extra dejó de explotarse hacia 1927, sin razón atendible alguna.