A criterio del experto, “el inglés terminará como el latín, es decir una Babel de lenguas mutuamente ininteligibles”. Con una diferencia: no hay un imperio de imponga su idioma a países enteros, sino un continuum de “colonizados” que, desde abajo, van modificando una lengua en sí mucho más inestable que el latín, el castellano o el árabe.
A primera vista, la difusión vía los mercados y el comercio se fragmenta velozmente en “dialectos” que, como sucede hace siglos con el chino, comparten una escritura común (los kanji), pero la pronuncian con enormes matices divergentes. En verdad, ya el colonialismo británico generaba –desde inicios del siglo XIX- una variante de inglés que acabaría imponiéndose en todo un subcontinente. Hoy, India, Pakistán, Bangladesh, Ceilán, Nepal y Bhután.
A Crystal lo preocupan “las diferencias entre el ritmo tejano de George W.Bush y el acento de Isabel II”, asimilable al “queen’s English”, una variante del inglés sudoriental cada día menos hablada. Pero ¿qué decir de la brecha entre el escocés urbano de Gordon y el habla de cualquier taxista judío en Nueva York?
La tercerización de servicios informáticos en Asia oriental y meridional es clave del fenómeno. En otras palabras, Crystal admite el peso de una dialectalización fonética que arranca de hace dos siglos y deriva de la extrema diversidad lingüística nativa en la entonces India británica. Hasta tiene un ejemplo: al admirable trabajo de Peter Sellers en “The party” (1960).
El rival de ese inglés no es, como cree Crystal, la germanía de cuño inglés prevalente en zonas de Asia, sino la especie de “inglés común” que se genera entre las grandes ciudades norteamericanas. El peligro, por otra parte, va mas allá del aspecto fonético e involucra el galimatías usual en internet. A este paso, los angloparlantes serán incapaces de comprender Shakespeare o Dickens sin preparación especial.
A criterio del experto, “el inglés terminará como el latín, es decir una Babel de lenguas mutuamente ininteligibles”. Con una diferencia: no hay un imperio de imponga su idioma a países enteros, sino un continuum de “colonizados” que, desde abajo, van modificando una lengua en sí mucho más inestable que el latín, el castellano o el árabe.
A primera vista, la difusión vía los mercados y el comercio se fragmenta velozmente en “dialectos” que, como sucede hace siglos con el chino, comparten una escritura común (los kanji), pero la pronuncian con enormes matices divergentes. En verdad, ya el colonialismo británico generaba –desde inicios del siglo XIX- una variante de inglés que acabaría imponiéndose en todo un subcontinente. Hoy, India, Pakistán, Bangladesh, Ceilán, Nepal y Bhután.
A Crystal lo preocupan “las diferencias entre el ritmo tejano de George W.Bush y el acento de Isabel II”, asimilable al “queen’s English”, una variante del inglés sudoriental cada día menos hablada. Pero ¿qué decir de la brecha entre el escocés urbano de Gordon y el habla de cualquier taxista judío en Nueva York?
La tercerización de servicios informáticos en Asia oriental y meridional es clave del fenómeno. En otras palabras, Crystal admite el peso de una dialectalización fonética que arranca de hace dos siglos y deriva de la extrema diversidad lingüística nativa en la entonces India británica. Hasta tiene un ejemplo: al admirable trabajo de Peter Sellers en “The party” (1960).
El rival de ese inglés no es, como cree Crystal, la germanía de cuño inglés prevalente en zonas de Asia, sino la especie de “inglés común” que se genera entre las grandes ciudades norteamericanas. El peligro, por otra parte, va mas allá del aspecto fonético e involucra el galimatías usual en internet. A este paso, los angloparlantes serán incapaces de comprender Shakespeare o Dickens sin preparación especial.