Religión: ese famoso diálogo entre Manuel II y un teólogo persa

Algunos creen que el dios de ambos testamentos no es el mismo que el del Corán. Remiten para ello al encuentro entre el emperador bizantino y un teólogo islámico. Un fragmento, citado por el papa, ha desatado feroces debates.

28 septiembre, 2006

La polémica deriva de un texto publicado recién en 1966 por Theodor Khoury (Juri en castellano), originado en el volumen CXV de las “Sources chrétiennes”!, donde constituye el diálogo VII. La fuente es un trabajo de los jesuitas de Lion. En realidad, Benito XVI ha apelado a un texto simbólico para sostener una tesis académica –no política- sobre nexos entre la racionalidad griega y la fe cristiana. Esto ya había sido planteado por Tomás de Aquino, siglos antes.

La disputa entre el emperador Manuel II Paleólogo y un teólogo persa -en apariencia shi’i y no turco- llega a extremos muy agresivos. El soberano católico de rito bizantino (no romano, claro) se apoya en la razón, pero su contrincante cita al mismo Aristóteles que el Islam conservó desde el siglo VIII y legó a Occidente.

Ninguno de los dos parece notar que su disputa coincide con los últimos días de Bizancio. Los musulmanes vieron en ese derrumbe un signo del cielo y los cristianos de Occidente un castigo a ese agrietado imperio por haberse separado de Roma en el siglo XI. Por ende, se trata de un texto tan imaginario como papista, pleno de ucronías. Por ejemplo, el teólogo es persa porque, en la corte otomana posterior a la conquista de Constantinopla, la lengua era el persa, no el turco.

“El dios de Moisés y Cristo –afirma el persa- tenía una ley y detestaba a quienes no la observaban, imponiéndoles duros castigos. Pero la ley de Mahoma es superior y contiene a las otras dos”. Sus argumentos responden a una sucesión histórica, donde el Corán es posterior a ambos testamentos; por ende, los perfecciona.

Al cabo de un intercambio de argumento, el emperador afirma: “Mahoma no cesa de ultrajar la ley mosaica y la cristuana. Además, su ley (el Corán) se apropia de las otras dos y las corrompe, aunque insista en que deriva de ellas (…) En particular, la idea de dyihad es repudiable”. Hasta aquí, el presunto diálogo entre Manuel II y un teólogo persa anónimo.

Ahora bien, el concepto original de dyihad no es guerra santa, sino un conjunto diverso de acciones no necesariamente bélicas. Al respecto, como recuerda el historiador católico Alain Besançon, complementa al término Islam, que no es paz sino sumisión absoluta a la voluntad divina. Justamente en ese punto reside una diferencia clave entre las dos primeras leyes (judaísmo, cristianismo) y el Corán. En última instancia, lo que varios teólogos occidentales creen -¿también Ratzinger?- es que la fe judeocristiana es incompatible con el dios del Islam. Eso no impide que coexistan, como ocurrió durante centurias en España y, luego, la parte europea del Imperio Otomano.

La polémica deriva de un texto publicado recién en 1966 por Theodor Khoury (Juri en castellano), originado en el volumen CXV de las “Sources chrétiennes”!, donde constituye el diálogo VII. La fuente es un trabajo de los jesuitas de Lion. En realidad, Benito XVI ha apelado a un texto simbólico para sostener una tesis académica –no política- sobre nexos entre la racionalidad griega y la fe cristiana. Esto ya había sido planteado por Tomás de Aquino, siglos antes.

La disputa entre el emperador Manuel II Paleólogo y un teólogo persa -en apariencia shi’i y no turco- llega a extremos muy agresivos. El soberano católico de rito bizantino (no romano, claro) se apoya en la razón, pero su contrincante cita al mismo Aristóteles que el Islam conservó desde el siglo VIII y legó a Occidente.

Ninguno de los dos parece notar que su disputa coincide con los últimos días de Bizancio. Los musulmanes vieron en ese derrumbe un signo del cielo y los cristianos de Occidente un castigo a ese agrietado imperio por haberse separado de Roma en el siglo XI. Por ende, se trata de un texto tan imaginario como papista, pleno de ucronías. Por ejemplo, el teólogo es persa porque, en la corte otomana posterior a la conquista de Constantinopla, la lengua era el persa, no el turco.

“El dios de Moisés y Cristo –afirma el persa- tenía una ley y detestaba a quienes no la observaban, imponiéndoles duros castigos. Pero la ley de Mahoma es superior y contiene a las otras dos”. Sus argumentos responden a una sucesión histórica, donde el Corán es posterior a ambos testamentos; por ende, los perfecciona.

Al cabo de un intercambio de argumento, el emperador afirma: “Mahoma no cesa de ultrajar la ley mosaica y la cristuana. Además, su ley (el Corán) se apropia de las otras dos y las corrompe, aunque insista en que deriva de ellas (…) En particular, la idea de dyihad es repudiable”. Hasta aquí, el presunto diálogo entre Manuel II y un teólogo persa anónimo.

Ahora bien, el concepto original de dyihad no es guerra santa, sino un conjunto diverso de acciones no necesariamente bélicas. Al respecto, como recuerda el historiador católico Alain Besançon, complementa al término Islam, que no es paz sino sumisión absoluta a la voluntad divina. Justamente en ese punto reside una diferencia clave entre las dos primeras leyes (judaísmo, cristianismo) y el Corán. En última instancia, lo que varios teólogos occidentales creen -¿también Ratzinger?- es que la fe judeocristiana es incompatible con el dios del Islam. Eso no impide que coexistan, como ocurrió durante centurias en España y, luego, la parte europea del Imperio Otomano.

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