jueves, 21 de noviembre de 2024

Parábolas, la justicia social y meritocracia

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Son muchas las parábolas que se narran en los Evangelios. Hay dos en especial que nos interesan hoy: una de ellas genera suspicacia y extrañeza, y generaría rechazo si no fuera porque la cuenta el propio Jesucristo. La otra, en cambio, suele ser entendida y apoyada por la mayoría de la gente.

Por Santiago Iñiguez de Onzoño (*)

En la parábola de los viñadores, el dueño de un viñedo recluta a varios jornaleros a lo largo del día para que recojan la uva. A primera hora sale al pueblo y contrata a una cuadrilla, ofreciéndoles un denario; a medio día vuelve a salir, y así otras tres veces hasta ya entrada la tarde, contratando a diversos grupos en cada ocasión.
Al final del día el dueño paga, a todos, un denario. A los contratados a primera hora les parece injusto recibir la misma compensación que los otros, pero el dueño responde que ha obrado justamente y que es libre de pagar lo que quiera a sus jornaleros, siempre que cumpla con lo acordado.
Esta parábola concede poca importancia a la idea de mérito y podría asociarse más bien con el comunitarismo. El episodio ejemplifica el ideal redistributivo de que, mientras la compensación sea razonable, se puede discriminar para alcanzar una comunidad más igualitaria, con independencia del esfuerzo individual. En un sentido análogo, por ejemplo, los impuestos progresivos también demandan contribuciones más altas de los que más ganan, aunque trabajen más duro.
Para consuelo de los conversos tardíos, la parábola también ha sido interpretada como una ilustración de que los que se arrepienten en el último momento también pueden alcanzar la vida eterna.

El mayor provecho

La parábola de los talentos cuenta cómo un empresario que tiene que ausentarse distribuye su dinero entre tres de sus trabajadores: al primero le da cinco talentos –la moneda al uso–, al segundo dos y al tercero uno. Al cabo del tiempo, el hombre regresa y pide cuentas a sus empleados. Los dos primeros han invertido y doblado las cantidades recibidas y el dueño les alaba como siervos buenos y fieles. Pero el tercero, temeroso de las exigencias de su señor, ha enterrado el talento por miedo a perderlo. El empresario arremete contra él, le acusa de malo y perezoso y le quita el talento. La parábola concluye con una enigmática frase:
“Al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
Esta narración parece reflejar el sentir liberal, el ideal de la meritocracia: se premia a las personas en función de su esfuerzo, sus capacidades, su dedicación y su ingenio, y se castiga a los que no han sabido aprovechar sus talentos. La base de la compensación es el mérito personal, entendido como las decisiones o acciones merecedoras de premio o de castigo.
El episodio se podría denominar más bien la parábola de los emprendedores, porque prima la asunción de riesgos, el espíritu empresarial y la búsqueda de crecimiento, frente al ahorro, la rutina y la inercia.
Curiosamente, la Iglesia católica también emplea la expresión siervo bueno y fiel para denominar a los beatificados.

Redistribución y reconocimiento
Desde la perspectiva del mérito, las dos parábolas pueden interpretarse como respuestas alternativas a cuestiones filosóficas y sociales fundamentales: cómo repartir los recursos disponibles en la sociedad, cuáles deben ser los criterios para establecer impuestos o para reconocer y gratificar la aportación de los individuos al colectivo.
La de los talentos representa la concepción liberal, que en su grado máximo se denomina libertarismo. La de los viñadores es expresión del comunitarismo, que en una interpretación extrema deriva en el pensamiento marxista o comunista. En el continuo entre libertad e igualdad, dos polos que suelen estar en conflicto, caben opciones moderadas. Posiblemente, una aproximación balanceada es la que convierte a una sociedad en duradera, cohesionada y más justa. ¿Cómo se podría resolver la tensión entre esta dualidad de valores?
Actuar bien
Un ejercicio con base en las últimas tecnologías disponibles podría ayudarnos a encontrar una solución.
Imagine que es elegido para discutir y aprobar cuáles serían los principios para repartir bienes y establecer obligaciones en una sociedad. El proceso se llevaría a cabo en el metaverso para desligar a los participantes de sus circunstancias –familia, trabajo, intereses- y puedan pensar de forma genérica, teniendo en cuenta a toda la humanidad.
Es una perspectiva parecida a la que Immanuel Kant proponía con su imperativo categórico: actúa de modo que tu comportamiento en una situación concreta pueda convertirse en un estándar universal.

Una teoría de la justicia
Este ejercicio en el metaverso es muy parecido a lo que John Rawls, uno de los filósofos contemporáneos más influyentes, expuso en su teoría de la justicia (1972), como procedimiento para establecer los principios básicos que deberían regir en una sociedad democrática.
Rawls propuso una posición original, en la que los participantes desconocen qué tipo de vida van a vivir, qué talentos, limitaciones, enfermedades, riquezas, suerte o infortunios van a experimentar en el futuro. Se encuentran tras lo que Rawls llama el velo de la ignorancia, que les haría ser prudentes y apoyar decisiones que beneficiasen a todos, al existir la probabilidad de que su existencia fuese comparativamente peor que la de los otros: enfermedad, pobreza, infelicidad.
En esa posición original, los participantes idearían un sistema que fuese lo más justo posible porque desconocen cómo les va a ir en la vida pero desean ser felices. Los principios que resultarían de este proceso, y que regirían las instituciones sociales, serían, según el filósofo norteamericano, fundamentalmente tres:
1. La maximización de la libertad de los individuos, limitada solo para preservar precisamente esa libertad. Por ejemplo, podrían establecerse prohibiciones para partidos políticos que negaran las libertades básicas o propusieran la eliminación del sistema político mediante la fuerza.
2. La igualdad para todos, permitiendo solo aquellas discriminaciones que beneficien a los más desfavorecidos de la sociedad, lo que Rawls denomina principio de la diferencia. Por ejemplo, el establecimiento de impuestos progresivos para redistribuir la riqueza.
3. La igualdad justa, o sea, la eliminación de la desigualdad de oportunidades generada por factores relacionados con el nacimiento o la riqueza. Por ejemplo, entiendo que Rawls estaría en contra de la admisión de candidatos en universidades norteamericanas por la vía del legado (hijos de antiguos alumnos o donantes).
La propuesta de Rawls, el igualitarismo cualificado, tiene el mérito de haberse erigido como una teoría completa de la justicia y generó uno de los debates filosóficos más intensos de las últimas décadas.
No obstante, su aportación también ha sido objeto de críticas. Quizás la más evidente es la que cuestiona por qué aceptar los acuerdos de los que estaban en la posición original si no se ha participado en ella. Cabría incluso negar esos acuerdos aunque se hubiese participado en ellos: conocer la realidad posterior podría llevar a impugnar todo el procedimiento.
Sucede algo parecido con contratos semejantes que se presumen vitalicios: ahí están los divorcios, aunque se presuponga que el matrimonio es de por vida.
También se podrían refutar los acuerdos adoptados desde el velo de la ignorancia debido a circunstancias sobrevenidas que cambian nuestra visión del mundo. ¿Tenemos derecho al egoísmo en la madurez si hemos sido generosos cuando jóvenes?
En opinión de Thomas Nagel, la propuesta rawlsiana es una teoría muy estrecha de la justicia. Sus principios básicos son tan genéricos que requieren de un desarrollo ulterior para poder ser aplicados en decisiones concretas, y aquí es donde el diablo del detalle genera contradicciones e inconsistencias.
Por otro lado, hay cuestiones relativas a la justicia social que no se podrían decidir con tales principios. La mayoría de las constituciones democráticas tienen un articulado mucho más extenso, y todavía insuficiente, para resolver muchos dilemas sociales.

En pos de la igualdad
Rawls intentó corregir las condiciones, personales o del entorno, que determinan el futuro de las personas. En su opinión, dejar que los que han tenido la estrella de ser más talentosos acumulen bienes, sin redistribución alguna, supondría duplicar el efecto de un accidente natural: ser más inteligente, más extrovertido o más guapo, factores que contribuyen al éxito personal. Por ello, modula los espacios de la libertad y de la igualdad de oportunidades en favor de una mayor igualdad real, especialmente de los más desfavorecidos.
La teoría de la justicia de Rawls está en el origen de las concepciones comunitaristas actuales, que anteponen el equilibrio social y la función redistributiva del Estado y las instituciones sobre la primacía del individualismo y el mérito personal.
Uno de sus exponentes es Michael Sandel, quien defiende cambiar los sistemas de admisión de las grandes universidades norteamericanas, aduciendo que el supuesto mérito que hace a la mayoría de los candidatos merecedores de una plaza es resultado, fundamentalmente, del entorno social en el que han nacido.
Posiblemente Rawls suscribiría la parábola de los viñadores y reprobaría la de los talentos. Como sucede con su posición original, a los demás nos faltan argumentos para tomar partido y vamos conformando nuestra concepción de lo que es justo y merecido a lo largo de nuestras vidas.
(*) Presidente IE University, IE University

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