No todos los millonarios son iguales

The Giving Pledge (o “La promesa de dar”) es un club de multimillonarios que se comprometen a dar la mayor parte de su riqueza a causas filantrópicas y organizaciones de caridad. Ese dinero, como sea que se haya obtenido, está siendo destinado a “desfacer los entuertos” que desvelaban a Don Quijote.

9 abril, 2011

<p>Cada persona que elige sumarse y hacer la promesa hace una declaración pública y presenta una carta donde explica su decisión. En una reunión anual todos los que dan se reúnen a aprender unos de otros. <em>The Giving Pledge </em>(La Promesa de Dar) es un compromiso moral de dar la mayor parte de las posesiones, no es un contrato legal. No implica juntar dinero ni apoyar un conjunto determinado de causas u organizaciones. <br /><br />Entre los que se han comprometido a destinar la mayor parte de su riqueza a la filantropía figuran Paul Allen, Bill y Melinda Gates, Larry Ellison, Warren Buffet, Barron Milton, George Lucas, David Rockefeller, Ted Turner y, el más jovencito de todos, Marck Zuckerberg, creador de <em>Facebook</em>. <br /><br />Consideremos cuál es la alternativa, sugiere Egan. La alternativa es un Donald Trump, cuya brillante basura ensucia la tierra, y su fama le viene por ser dueño de un ego más grande que un globo de Macy’s para el día de Acción de Gracias. “Lo lindo de mí”, dijo el otro día, “es que soy muy, pero muy rico”. <br /><br />Luego están los hermanos Koch, David y Charles, quienes han dado para la investigación del cáncer y las artes, pero también aportan millones a los esfuerzos para impedir que los trabajadores tengan un tratamiento justo, y contra leyes que protegen el agua y el aire limpio. Proyectan gastar más millones en las elecciones del año próximo para apoyar políticas que aseguren que la brecha entre ricos y pobres se agrande todavía más. <br /><br />Nos obsesionamos con las noticias de los ricos tontos, con una Paris Hilton o un Dennis Kozlowski, el de la cortina de baño de US$ 6.000. <br /><br />Gates, en cambio, es un rico de muy bajo perfil, que pasa desapercibido en su ciudad. Allen, otro tanto. La transformación de Bill Gates muestra que un hombre rico puede cambiar su imagen y muchas otras cosas en relativamente poco tiempo. Hace no mucho tiempo, quien googleara su nombre se encontraba con ataques que lo comparaban poco menos que con el anticristo. Ahora, a través de la Fundación Bill y Melinda Gates ya ha dado más dinero que ningún otro estadounidense, y proyecta repartir un total de US$ 60.000 millones en filantropía dirigida. <br /> </p>

<p>El hombre maduro que no cesa de hablar de cómo hacer para reducir la malaria o eliminar el HIV en Africa está a años luz de aquel brillante tirano que recuerda Allen en su libro, que vigilaba el estacionamiento de la oficina para ver quién se animaba a dejar el trabajo más temprano. <br />
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Tanto Gates como Allen hicieron la “promesa”  entre 60 millonarios que hay hecho un voto público de ceder la mayor parte de sus fortunas. Claro que todos esos titanes podrían haber pagado más a sus empleados mientras amasaban millones o haber exigido una mejor distribución impositiva. Todas éstas son quejas válidas. Pero, nuevamente, consideremos cuál es la alternativa. Con presión sobre los ricos para hacer de la filantropía un imperativo, hay una posibilidad real de aliviar algunos de los sufrimientos solucionables del mundo. <br />
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Se pueden decir muchas cosas sobre Gates durante su rapaz fase capitalista, pero cuando su fundación deje de operar millones de personas tendrán mejor vida, y algunos hasta deberán su vida a su riqueza. <br />
Allen puede entretenerse tocando sus guitarras de Jimi Hendrix y financiar la búsqueda de vida en el espacio exterior, dos obsesiones de este excéntrico multimillonario. No hace falta revisar la historia de cómo él y Gates hicieron su fortuna. Démosle crédito por seguir el dictado del primer filántropo de Estados Unidos, Andrew Carnegie. “Hombre que muere rico, muere en desgracia.”</p>

<p>&ldquo;Detr&aacute;s de toda gran fortuna hay un gran delito&rdquo;, escribi&oacute; Honor&eacute; de Balzac en una de las novelas de La Comedia Humana. El escritor, interesado en todos los aspectos de la sociedad francesa de su tiempo, la ve&iacute;a dispuesta a todo con tal de conseguir dinero, poder y &eacute;xito social.</p>
<p>Un par de siglos m&aacute;s adelante la humanidad no parece haber cambiado mucho. Cada vez que la sociedad conoce los entretelones de los primeros cap&iacute;tulos en la vida de alg&uacute;n empresario exitoso, aparecen agachadas, mezquindades y traiciones de diverso calibre. Y esas historias son contadas, siempre, por los que quedaron en el camino.</p>
<p>El libro <em>&ldquo;Idea Man&rdquo; </em>de pr&oacute;xima aparici&oacute;n, por ejemplo, es el relato que hace Paul Allen, cofundador de Microsoft junto con Bill Gates. Seg&uacute;n un anticipo publicado por la revista <em>Vanity Fair</em>, Allen cuenta all&iacute; que su amigo y socio intent&oacute; en dos oportunidades despojarlo de su parte de Microsoft. <br />
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La semana pasada el <em>New York Times </em>public&oacute; una columna escrita por Timothy Egan sobre multimillonarios y el uso que hacen de sus millones. <br />
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&ldquo;Con el libro, Allen claramente quiere establecer su reputaci&oacute;n para la posteridad. Se pinta a s&iacute; mismo como el trabajador concienzudo, un hijo de librero m&aacute;s inocente que su socio hijo de abogado. Los dos son los Gutemberg de la tecnolog&iacute;a&rdquo;. <br />
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Pero el objetivo de la columna de Egan que lo que realmente importa, al resto del mundo, es &ldquo;el segundo acto&rdquo; de toda esa gente. Lo que cuenta, hoy, es la cantidad de multimillonarios que se est&aacute;n sumando a un nuevo tipo de club, el de los que prometen regalarlo todo.</p>
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