Mala recepción tuvo el Código da Vinci en Cannes

Un día antes de la apertura oficial, críticos e invitados especiales asistieron al preestreno. Su reacción osciló entre la frialdad, algunos silbidos y algunas risas en los pasajes menos creíbles de la larga película.

17 mayo, 2006

“Dos horas y media de metraje revelan un guión desordenado, por momentos torpe”, señalaron críticos franceses, italianos y alemanes. Apatía, indiferencia, ningún aplauso, pero sí amagues de chiflidos y hasta risas aisladas. Ronald Howard, el director, estaba alelado. Guardaron cauto silencio Tom Hanks (el improbable profesor de Harvard), Audrey Tautou –la criptóloga- Jean Reno (el inspector de policía), Alfredo Molina -el operador de Opus Dei, poco creíble- y el extraordinario Paul Bettany, de lejos la mejor composición.

Pero su problema no era de interpretación, sino fruto de cientos de inconsistencias de Daniel Brown y su libro. En efecto, la conducta autoflagelante de Bettany corresponde a los primeros caballeros templarios medievales, no a la prelatura española. Nada de eso probablemente impida un éxito sensacional de la película, como no lo ha hecho con el libro, que lleva ya más de 50 millones de ejemplares desde 2003.

“Es una de suspenso, con tantos efectos especiales de tipo renacentista y ucronías que, hasta la mitad, no es fácil entender qué sucede”, apuntaba un diario suizo. En la parte estilo Hitchcock, Hanks –claro- no llega a emular a James Stewart, cuya figura parece haber adoptado como modelo.

“Sacro rejunte de chimentos y verdades a medias”, lo califica el “Boston Globe”. Desde el grial hasta los dos concilios de Nicea, pasando por la última cena, los evangelios apócrifos y el papel de María de Magdala –a quien se adjudica uno de ellos-, no falta casi nada. Más bien, sobra un montón.

“Dos horas y media de metraje revelan un guión desordenado, por momentos torpe”, señalaron críticos franceses, italianos y alemanes. Apatía, indiferencia, ningún aplauso, pero sí amagues de chiflidos y hasta risas aisladas. Ronald Howard, el director, estaba alelado. Guardaron cauto silencio Tom Hanks (el improbable profesor de Harvard), Audrey Tautou –la criptóloga- Jean Reno (el inspector de policía), Alfredo Molina -el operador de Opus Dei, poco creíble- y el extraordinario Paul Bettany, de lejos la mejor composición.

Pero su problema no era de interpretación, sino fruto de cientos de inconsistencias de Daniel Brown y su libro. En efecto, la conducta autoflagelante de Bettany corresponde a los primeros caballeros templarios medievales, no a la prelatura española. Nada de eso probablemente impida un éxito sensacional de la película, como no lo ha hecho con el libro, que lleva ya más de 50 millones de ejemplares desde 2003.

“Es una de suspenso, con tantos efectos especiales de tipo renacentista y ucronías que, hasta la mitad, no es fácil entender qué sucede”, apuntaba un diario suizo. En la parte estilo Hitchcock, Hanks –claro- no llega a emular a James Stewart, cuya figura parece haber adoptado como modelo.

“Sacro rejunte de chimentos y verdades a medias”, lo califica el “Boston Globe”. Desde el grial hasta los dos concilios de Nicea, pasando por la última cena, los evangelios apócrifos y el papel de María de Magdala –a quien se adjudica uno de ellos-, no falta casi nada. Más bien, sobra un montón.

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