Por Esther Lopez-Zafra y Daniel Cortés-Denia (*)
Es como si tuviésemos que vivir como si no hubiera un mañana, como si otra pandemia nos fuese a acorralar.
Pero esta necesidad de relacionarnos constantemente después de un periodo de restricciones puede tener consecuencias psicológicas, como la ansiedad o el agotamiento total, que pueden hacernos sentir destruidos por completo. ¿Cómo es posible que hayamos podido llegar a esto si socializar era lo que más queríamos hace unos meses?
Los humanos somos, como dijo Aristóteles en su obra La Política, seres sociales por naturaleza. Sin embargo, debemos puntualizar que existen grados en esta necesidad de relacionarnos, es decir, no es igual para todas las personas.
Lo necesitan más las personas extrovertidas, a diferencia de lo que les sucede a las más introvertidas. Por tanto, sociales somos todos y todas, pero la necesidad de relacionarnos en cada momento (y las reacciones y conductas individuales derivadas) pueden diferir. Además, el contexto puede interferir, tal y como recogió el psicólogo Elliot Aronson en su libro El animal social: introducción a la psicología social. Y en el caso que nos ocupa lo ha hecho con creces, pero esto puede tener grandes consecuencias.
Socializar puede llegar a ser agotador
Sin duda, en el último año y medio hemos vivido en un contexto diferente al habitual. Se produjo un parón obligado en los contactos sociales (excepto el online). En este escenario la afectación psicológica ha pasado por distintas fases de afrontamiento.
Es posible que las personas introvertidas lo hayan pasado algo mejor debido a que no necesitaban relacionarse tanto. Antes del confinamiento, el psicólogo Arnie Kozak proponía que la resaca social caracterizaba a estas personas cuyo desgaste emocional y psicológico era alto por el esfuerzo de relacionarse con otras personas.
Sin embargo, este término se ha popularizado después de la pandemia debido a que, en distinta medida, la progresiva vuelta a la normalidad hace que todos volvamos a relacionarnos, pero esta vez de una forma excesiva, distinta a la habitual, para recuperar el supuesto tiempo perdido. Y así es como, sin darnos cuenta, un día nos levantamos como si de una resaca se tratara.
Seguramente no nos damos cuenta pero cuando socializamos invertimos muchos recursos cognitivos. Debemos pensar lo que decimos, lo que hacemos, cómo nos ven, cómo nos vemos, escuchar atentamente lo que otros nos dicen, percibir las señales no verbales en todo el entorno… Como vemos, ¡puede ser agotador!
En realidad, la ‘resaca social’ es un término popular, no diagnóstico, si bien sí que se relaciona con constructos diagnósticos.
En psicología hablamos de burnout o síndrome de estar quemado. Habitualmente se refiere a una manifestación o respuesta al estrés crónico que suele asociarse a entornos laborales. Sin embargo, también puede producirse en otros contextos si se dan dos factores fundamentales.
El primero es el agotamiento emocional, es decir, el consumo extremo de los recursos emocionales propios.
El segundo, la despersonalización, que se manifiesta por actitudes negativas con el entorno. Y esto es lo que ocurre cuando sentimos saturación ante la actividad social.
Síntomas de la resaca social
Pero ¿cómo sabemos si estamos experimentando una situación de resaca social? Pues bien, esta experiencia emocional puede ocurrir en contextos en los que nuestra actividad social crece exponencialmente.
Pongamos como ejemplo las navidades. Si queremos visitar a todos los amigos, familia y demás compromisos, es posible que acabemos exhaustos y necesitemos un tiempo para nosotros mismos.
Esta situación puede ser normal. Sin embargo, se producirá una afectación psicológica si acabamos sintiéndonos de mal humor, agotados y con dificultad para concentrarnos; cuando sintamos esa falta de energía y parezca que el cuerpo y la mente pesan y van más lentos de lo habitual; cuando no tengamos ganas de hablar con nadie y nos dé una “pereza” terrible quedar, hablar con alguien o tener que salir.
Para afrontar esta situación no debemos simplemente dejar de socializar pues somos seres sociales. No obstante, sí que necesitaremos un tiempo de reajuste hasta encontrar nuestro equilibrio.
Para ello tendremos que aprender a decir “no” a determinadas actividades. Esto es necesario porque una de las principales causas de este tipo de resaca es no saber negarnos cuando, por ejemplo, nos invitan a un plan durante el fin de semana. En estos casos, acabamos aceptándolo por no disgustar a nadie, a pesar de que en ese momento no nos encontremos con las fuerzas suficientes para disfrutarlo.
Por ello, hay que fomentar la asertividad, que nos permitirá expresarnos con sinceridad sin enturbiar nuestras relaciones sociales.
Recordemos que si nos sentimos con resaca social es porque hemos mantenido una actividad social muy alta y, por tanto, podemos regular nuestras interacciones, del mismo modo que debemos hacer con nuestras emociones. De hecho, al no tratarse de un síndrome, el ajuste es más sencillo.
El descanso puede ser el mejor aliado
Al mismo tiempo, podemos recuperarnos diariamente manteniendo nuestro propio espacio en momentos concretos. Por ejemplo, echar una siesta, dedicar tiempo para hacer cosas que nos gustan como leer, hacer ejercicio, etc. Otra opción es hacer planes que incluyan parte de relación social y parte de tiempo de descanso.
La clave está en seleccionar lo que queremos hacer en función de nuestras características psicosociales y necesidades. De este modo podremos distribuirnos el tiempo para disfrutar con los demás y tener nuestro tiempo de recuperación.
El fomento de la autoestima y la asertividad es especialmente importante en nuestros jóvenes y adolescentes, a quienes se ha prestado menos atención y apoyo social durante el confinamiento. Este grupo puede sufrir mayor afectación psicológica de la resaca social por sentir más intensamente la necesidad de recuperar este tiempo perdido.
Solo así podremos disfrutar de lo que hacemos sin tener que atender a todas las demandas que nos rodean, sin vivir como si no hubiera un mañana. Ahora disfrutemos de nuestras relaciones de forma que el apoyo social siga siendo nuestra mejor baza de salud psicosocial.
(*) Por Esther Lopez-Zafra, catedrática de Psicología Social, Universidad de Jaén, y Daniel Cortés-Denia, profesor e investigador predoctoral en el área de Psicología Social, Universidad de Jaén.