lunes, 23 de diciembre de 2024

La magia de Estambul

spot_img

Es una ciudad fascinante, confluencia geográfica y convergencia de distintas civilizaciones. Andar por sus calles es una aventura seductora. El viejo asentamiento peninsular es una visita inevitable. Pero también la moderna ciudad europea y los asentamientos residenciales del lado asiático. Navegar por el estrecho del Bósforo hasta el Mar Negro es un paseo inolvidable. Por Miguel Ángel Diez

Pero si el visitante ha leído a Orhan Pamuk, el gran escritor turco (más precisamente, su libro Estambul), puede sufrir una desilusión.

Si uno está detrás del huzun, ese estado de melancolía colectiva que para el Premio Nobel en literatura es el alma de su ciudad, el esfuerzo puede resultar infructuoso.

El caminante tropieza con multitudes en las calles, alegres, sonrientes, ávidas de socializar, de divertirse y de vivir la vida cotidiana con toda intensidad. Todo en un entorno singular de convivencia entre la historia y el pasado, lejano y reciente, con los signos más evidentes de modernidad. Definitivamente, esta maravillosa ciudad no es un destino “exótico”. 

Hay tres áreas geográficas definidas que deben recorrerse a fondo para tener una idea precisa de la riqueza cultural y social de esta ciudad. 

La primera es la vieja zona histórica de la península, donde se alternaron griegos, romanos, bizantinos y otomanos. Todo lo que está en torno a la plaza Sultan Ahmed es de visita obligada. Las iglesias más importantes, las mezquitas más impresionantes y los museos que permiten avizorar tan rico pasado están en esta área.

Por ejemplo, Santa Sofía construida como basílica cristiana en el 537, para convertirse en mezquita a partir de la conquista de la ciudad por los turcos en 1453 (sin que sufrieran mengua los tesoros artísticos bizantinos). Aya Sofia –como se la nombra en el idioma local– pasó a ser museo en 1934, durante el Gobierno de Kemal Ataturk que procedió a la completa restauración de cuando era templo bizantino, con su imponente base cuadrada cubierta por una enorme cúpula y dos semicúpulas.
Cerca de este museo, está el ingreso a la famosa cisterna de Yerebatan. En la época de Bizancio, el agua se traía de ríos y arroyos de bosques cercanos a la ciudad. Si el enemigo asediaba las murallas, destruía los acueductos.
Para esas emergencias se pensaron las cisternas donde se acumulaba el agua potable para utilizarla en situaciones excepcionales. Esta cisterna fue construida en el año 532. Tiene 10.000 metros cuadrados, 336 columnas, 8 metros de altura y almacena hasta 80.000 metros cúbicos de agua. Es una curiosa experiencia este paseo, en cierta penumbra, a veces con juegos de luz y música clásica, observando a los peces (carpas) que mantienen limpio el espejo de agua.

Del otro lado de la plaza, está la “mezquita azul” (por los colores de los mosaicos de las cúpulas) o del Sultán Ahmet, construida entre 1603 y 1617, la más grande y fastuosa de Estambul. Los más de 20.000 azulejos utilizados en su construcción fueron hechos en los vecinos talleres del palacio imperial de Topkaki, otra de las maravillas de la zona. Igual, en los telares imperiales, los cientos de metros cuadrados de alfombras. Un rasgo original son sus seis minaretes.

A uno de los costados de la mezquita, está el Hipódromo, de la época de Constantino el Grande en 330. Fue el segundo en tamaño, en todo el mundo, detrás del Circus Maximus de Roma (con 400 metros de largo por 120 metros de anchura). Escenario de grandes acontecimientos históricos en la era bizantina, se transformó luego en el lugar para fiestas, celebraciones, coronaciones de sultanes, durante el período del imperio otomano.

La sede del poder
Tras una breve caminata, desde la plaza Sultán Ahmed, se llega al acceso al palacio Topkaki, la sede del poder burocrático del imperio. Lo que explica que sea el sitio histórico más visitado en Turquía (un millón y medio de visitantes al año). Sede del Imperio, sus dependencias, adornos y riquezas fueron adiciones de los sucesivos monarcas que habitaron el lugar, hasta el siglo 19.
Las murallas que lo circundan (cinco kilómetros) ofrecen una hermosa vista al Mar del Mármara y al Cuerno de Oro. Son muchos pequeños edificios, construidos juntos, los que integran el palacio que, en total, ocupa 700.000 metros cuadrados. Hoy es un inmenso y muy atractivo museo.
Una visita intensiva puede llevar entre cinco a seis horas, aunque naturalmente hay recorridos abreviados.

Al salir del palacio se retoma el camino hecho, se abandona la plaza Sultán Ahmed y la mejor opción es bajar por calles de intensa actividad comercial –con millares de personas en las veredas y el continuo paso de tranvías y trenes eléctricos– hasta llegar a la zona del Gran Bazar.
Es un complejo –aunque refaccionado– construido en el siglo 16. Ocupa 35 hectáreas, tiene 80 calles internas, más de 3.500 negocios, atendidos por alrededor de 15.000 personas. Como promedio, 500.000 personas lo visitan diariamente.

Se puede comprar lo que a uno se le ocurra. Naturalmente alfombras, joyas, especias, ropa de marca, pero también los infaltables narguiles (pipas de agua), samovares, cerámicas, objetos de cobre trabajados, cajas de nácar, madera o marfil.
Los vendedores son la gran atracción. Expertos en el arte del regateo, no hay peor ofensa para ellos que negarse a discutir precios. Hay un inglés elemental que favorece la comunicación, pero lo curioso es que es bastante frecuente encontrar vendedores con razonable dominio del español.
Bastante cerca está también el atractivo mercado egipcio (así llamado porque antes vendían allí las mercancías de ese origen), muy especializado en especias de todo tipo. Caminando se está a tiro del puente de Gálata, que atraviesa el Cuerno de Oro, para acceder al barrio del mismo nombre, también en la zona europea.

La calle y la noche
Hay un barrio entero –Kumpaki– especializado en restaurantes de mariscos y pescados, siempre colmados.
Una experiencia inolvidable es caminar sobre medianoche en los alrededores de Plaza Taskim. Cuesta creer que ese fue el lugar de duros enfrentamientos a finales de mayor entre policía y manifestantes.
Aun a medianoche, hay un desfile interminable de caminantes que hacen paradas estratégicas en bares y cafés, para tomar un trago y escuchar la música –diferente en cada local–.
Lo que sí impera es una notoria sensación de seguridad, reforzada por la masiva presencia de los ciudadanos turcos disfrutando todavía más que los visitantes ocasionales. 

Para hacer compras –souvenirs de muy buen gusto- están los que prefieren el barrio de Ortakoy, donde se pueden hacer escalas gastronómicas en restaurantes de muy buena comida, con el agua a pocos metros y el incesante movimiento de barcos y lanchas a toda hora.

Cualquiera sea el tiempo de que se disponga para visitar Estambul, no se puede obviar un paseo en barco por el Bósforo. Recorre el estrecho, casi desde donde nace, hasta el mismo Mar Negro. Las riberas, ambas, la europea y la asiática, compiten por las casas más hermosas y lujosas. Cualquier guía sabe de memoria cuando se está frente a una de ellas, que un millonario turco ofrece vender en US$ 165 millones.
Es una buena ocasión, además, para hacer pie en la zona asiática, muy residencial y visitar algunos de los bellísimos miradores que permiten apreciar paisajes excepcionales.

Otro mirador excepcional es el hotel Conrad, sobre una colina. Desde el bar ubicado en el piso superior se ve donde confluyen el mar de Mármara y el estrecho del Bósforo. Cuando se mira hacia la izquierda se aprecia buena parte de ambas costas del estrecho y de los bellos palacios que aloja.

El aggiornamento de la ciudad

Hay un megaplan de obras públicas, con ánimo de aggiornar y embellecer la ciudad. Pieza clave es el desarrollo previsto en el parque Gezi (que provocó importantes manifestaciones a fin de mayo pasado), un reducto verde al que se pretende dotar de un gran mall de compras y de edificios que serían la reconstrucción de las viejas barracas militares demolidas en 1940. Otras obras previstas son la construcción de un tercer puente sobre el Bósforo, para cruzar de Europa a Asia. También un canal paralelo al Bósforo para que llegue al Mar Negro, y un nuevo y enorme aeropuerto al norte de la ciudad, a un costo de € 22.000 millones. Después de las protestas, lo que quedó en claro es que no ha habido una discusión previa sobre estas cuestiones y que será difícil implementarlas si solamente son decisión del Gobierno y no son acompañadas por el apoyo ciudadano.

El viejo distrito comercial griego de Galata tiene también un presupuesto interesante. Una inversión de US$ 1.300 millones para construir un nuevo complejo portuario, mientras que un viejo astillero del Cuerno Dorado dará paso a dos marinas para embarcaciones de paseo, dos hoteles cinco estrellas, un paseo de compras y también una nueva mezquita en la que podrá orar mil fieles a la vez.

Terceros en el mundo

El sector de la aviación comercial de Turquía fue el tercero en todo el mundo en materia de crecimiento interanual en el transporte de pasajeros, superando a todos los países europeos. Creció 16,7% en 2012, mientras que Indonesia lo hizo 18,2% y Tailandia en 17,7%.

Hay una explicación: en solo 10 años, el número de aeropuertos creció de 25 a 52. El número de pasajeros transportados pasó de 32,5 millones en aquella fecha, a 131 millones el año pasado. Para este año, serán 140 millones de pasajeros. En consecuencia, se espera que la facturación del sector que hoy es de US$ 21.400 millones, llegue a US$ 35.000 millones en 2023.

Entre todos los destinos turísticos, Turquía figura en la sexta posición en el ranking mundial, con 33 millones de visitantes para este año. La nacionalidad de los turistas que arriban son alemanes en primer lugar, seguidos de rusos, y británicos. Luego fuentes regionales como Bulgaria, Georgia o Irán.
Pieza clave en este desarrollo ha sido la aerolínea de bandera, Turkish Airlines –mayoría de capital privado desde 2005–, con su política de convertir a Estambul y otros destinos, en verdaderos hubs regionales. En los últimos tres años ha sido reconocida como “Mejor compañía aérea” de Europa. Es una aerolínea de cuatro estrellas con una flota de 220 aviones (edad media, seis años) que vuela a 237 destinos (41 nacionales y 196 internacionales). El hub global en Estambul, verdadero puente entre Oriente y Occidente, permite estar a menos de tres horas de vuelo de más de 60 destinos relevantes del planeta.

Uno de los nuevos destinos es Buenos Aires (desde diciembre de 2012). Hay un vuelo diario Buenos Aires – Estambul, con escala en San Pablo.

Compartir:

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Noticias

CONTENIDO RELACIONADO