Hombres sin trabajo que no aceptan, por ahora, cualquier cosa

Alan Beggerow ya no busca empleo. Despedido como trabajador siderúrgico a los 48 años, se dedicó un tiempo a enseñar matemática. Después, no pudo hallar tareas que no fuesen humillantes o mal pagadas. No es el único en el “primer mundo”.

2 agosto, 2006

En vez de buscar trabajo y ya con 53 años, ocupa sus largos días tocando el piano, leyendo o escribiendo “westerns” que nunca se publicarán. Se acuesta tarde y duerme hasta mediodía. Por supuesto, no es un desocupado ni un jubilado argentino o uruguayo: Estados Unidos todavía subsidia más o menos bien a los sin empleo.

Para sobrevivir, ha tomado una segunda hipoteca sobre su casa, valuada en US$ 30.000 y consume ahorros familiares a razón de US$ 7.500 anuales, por lo cual le quedan alrededor de 60.000. Además, su esposa todavía trabaja. “Si las cosas se ponen realmente mal, tendré que aceptar algún empleo mal pagado, pero no quiero hacerlo”. Por supuesto, Beggerow es blanco, pues un negro o un hispánico no podrían aguantar tanto sin trabajo.

Millones de varones como él, entre 30 y 55 años, han perdido puestos estables. Pero rechazan tareas que consideran por debajo de sí o no pueden encontrar algo para lo cual estén preparados, aunque todavía la economía ofrezca oportunidades (Benjamin Bernanke, de la Reserva Federal, no cree que esto dure). Casi 13% de norteamericanos en ese grupo etario ya no trabaja, contra apenas 5% en 1967. La diferencia representa cuatro millones que tendrían hoy ocupación si la tasa de desempleo se hubiese mantenido en los bajos niveles de los años 60.

En su mayoría, son trabajadores industriales con sólo la secundaria hecha (Beggerow es excepción), pero esta franja está incorporando cada vez más graduados que figuraban en niveles más altos de ingresos. Así, las victimas del desinfle de la burbuja puntocom -tenían 25-35 años entonces- llevan ya cuatro o cinco sin empleo. Ex managers entre 40 y 50 tratan de estirar sus indemnizaciones y ahorros hasta el momento de jubilarse (¡a los 65!). Ese tipo de ingresos acumulados puede hacer tolerable el exilio en los estamentos superiores, pero el problema de fondo no cambia: al perder una carrera, el varón siente que ya no se aprecian sus condiciones.

Muchos de esos “desaparecidos” podrían encontrar empleo, si no tuviesen otro remedio, pero deberían resignarse a jerarquía, sueldo y beneficios menores. Entonces, optan por el ocio como alternativa. Esto es un cambio cualitativo relevante porque, hace cuarenta años, los hombre retomaban sus oficios o profesiones tras un intervalo sin trabajo y, en general, podían encontrar algo que satisficiera sus exigencias.

Al respecto, otro caso es Christopher Priga (54), que no ha tenido ocupación estable desde que perdió US$ 175.000 anuales como electricista en Xerox, 2002. “Hice todo cuanto se supone sabía hacer, pero todo acabó en la nada”. Hoy se mantiene mediante una segunda hipoteca –el valor de la casa sigue subiendo-, mientras otros deben apelar a esposas u otros familiares.

Sin embargo, la fuente de asistencia más dinámica es una trama de auxilios estatales. El principal es el seguro por invalidez parcial, cuyos estipendios llegan a mil dólares mensuales y, tras dos años, incluye atención médica gratuita, clave -en un país donde el hospital público es una rareza- especialmente para gente de bajos salarios.

Ningún otro programa social crece tan rápido, con más de 6.500.000 recibiendo en actualmente subsidios mensuales por invalidez parcial, contra tres millones en 1990. Casi 25% de “desaparecidos” cobra por esa vía, aunque por lo común su incapacidad físicas sea muy baja. Lo que sí tienen son dolores musculares o depresión psíquica. Irónicamente, el programa es un obstáculo para volver a trabajar: conseguir empleo lleva a perder el subsidio. Por otro lado, continuar ocioso tiene consecuencias, pues las habilidades laborales se desactualizan o deterioran.

Los varones ociosos tienden además a vivir solos. Casi 60% son divorciados, separados, viudos o solterones, contra 50% en 1996.A menudo, las esposan que tienen empleo echan al marido de la casa porque es un desocupado. Así, un montón de tipos va desprendiéndose de todo y vive sin afectos ni obligaciones. Cuando se acercan a los 50, los lazos que les impedían caer –familia, amigos, comunidad- ya se han evaporado.

Hay una curiosa contrapartida: mientras más hombres se quedan si trabajo, más mujeres lo consiguen. El cambio ocurre en parte porque la demanda laboral se ha achicado en sectores donde predominan varones, en tanto crecen áreas donde las mujeres son más comunes (enseñanza, atención médica, comercio minorista). Al presente, casi 73% de mujeres entre 30 y 54 tiene ocupación, contra 45% hacia 1967. Entretanto, ellas penetran en zonas otrora vedadas, verbigracia abogacía, medicina o Wall Street. Todavía, ellos ganan más pero, a medida como mejora la educación femenina, la competencia irá en desmedro de los varones, sobre todo en estamentos profesionales altos.

Pese a su considerable número, muchos desempleados no aparecen en las estadísticas. El actual índice de desocupación es apenas 4,6%, pero excluye las mayoría de “desaparecidos”, porque simplemente han dejado de buscar trabajo y los técnicos no los consideran desempleados. Esto hace que los índices oficiales sean poco útiles para medir el clima laboral del país. Exactamente como ocurría en la Argentina de Carlos Ménem y Domingo F.Cavallo.

Ahora bien ¿cómo sobrevivirán esos hombres mientras envejecen? Algunos serán obligados a trabajar en cualquier cosa, tras años de ocio; otros caerán en la pobreza o la marginación. Tendencias similares se perciben en la Unión Europea, donde 14% de varones entre 25 y 54 no trabajaba en 2005, contra sólo 7% en 1976. Durante el mismo lapso, en Japón, la proporción pasó de 4 a 8% de la población activa.

En vez de buscar trabajo y ya con 53 años, ocupa sus largos días tocando el piano, leyendo o escribiendo “westerns” que nunca se publicarán. Se acuesta tarde y duerme hasta mediodía. Por supuesto, no es un desocupado ni un jubilado argentino o uruguayo: Estados Unidos todavía subsidia más o menos bien a los sin empleo.

Para sobrevivir, ha tomado una segunda hipoteca sobre su casa, valuada en US$ 30.000 y consume ahorros familiares a razón de US$ 7.500 anuales, por lo cual le quedan alrededor de 60.000. Además, su esposa todavía trabaja. “Si las cosas se ponen realmente mal, tendré que aceptar algún empleo mal pagado, pero no quiero hacerlo”. Por supuesto, Beggerow es blanco, pues un negro o un hispánico no podrían aguantar tanto sin trabajo.

Millones de varones como él, entre 30 y 55 años, han perdido puestos estables. Pero rechazan tareas que consideran por debajo de sí o no pueden encontrar algo para lo cual estén preparados, aunque todavía la economía ofrezca oportunidades (Benjamin Bernanke, de la Reserva Federal, no cree que esto dure). Casi 13% de norteamericanos en ese grupo etario ya no trabaja, contra apenas 5% en 1967. La diferencia representa cuatro millones que tendrían hoy ocupación si la tasa de desempleo se hubiese mantenido en los bajos niveles de los años 60.

En su mayoría, son trabajadores industriales con sólo la secundaria hecha (Beggerow es excepción), pero esta franja está incorporando cada vez más graduados que figuraban en niveles más altos de ingresos. Así, las victimas del desinfle de la burbuja puntocom -tenían 25-35 años entonces- llevan ya cuatro o cinco sin empleo. Ex managers entre 40 y 50 tratan de estirar sus indemnizaciones y ahorros hasta el momento de jubilarse (¡a los 65!). Ese tipo de ingresos acumulados puede hacer tolerable el exilio en los estamentos superiores, pero el problema de fondo no cambia: al perder una carrera, el varón siente que ya no se aprecian sus condiciones.

Muchos de esos “desaparecidos” podrían encontrar empleo, si no tuviesen otro remedio, pero deberían resignarse a jerarquía, sueldo y beneficios menores. Entonces, optan por el ocio como alternativa. Esto es un cambio cualitativo relevante porque, hace cuarenta años, los hombre retomaban sus oficios o profesiones tras un intervalo sin trabajo y, en general, podían encontrar algo que satisficiera sus exigencias.

Al respecto, otro caso es Christopher Priga (54), que no ha tenido ocupación estable desde que perdió US$ 175.000 anuales como electricista en Xerox, 2002. “Hice todo cuanto se supone sabía hacer, pero todo acabó en la nada”. Hoy se mantiene mediante una segunda hipoteca –el valor de la casa sigue subiendo-, mientras otros deben apelar a esposas u otros familiares.

Sin embargo, la fuente de asistencia más dinámica es una trama de auxilios estatales. El principal es el seguro por invalidez parcial, cuyos estipendios llegan a mil dólares mensuales y, tras dos años, incluye atención médica gratuita, clave -en un país donde el hospital público es una rareza- especialmente para gente de bajos salarios.

Ningún otro programa social crece tan rápido, con más de 6.500.000 recibiendo en actualmente subsidios mensuales por invalidez parcial, contra tres millones en 1990. Casi 25% de “desaparecidos” cobra por esa vía, aunque por lo común su incapacidad físicas sea muy baja. Lo que sí tienen son dolores musculares o depresión psíquica. Irónicamente, el programa es un obstáculo para volver a trabajar: conseguir empleo lleva a perder el subsidio. Por otro lado, continuar ocioso tiene consecuencias, pues las habilidades laborales se desactualizan o deterioran.

Los varones ociosos tienden además a vivir solos. Casi 60% son divorciados, separados, viudos o solterones, contra 50% en 1996.A menudo, las esposan que tienen empleo echan al marido de la casa porque es un desocupado. Así, un montón de tipos va desprendiéndose de todo y vive sin afectos ni obligaciones. Cuando se acercan a los 50, los lazos que les impedían caer –familia, amigos, comunidad- ya se han evaporado.

Hay una curiosa contrapartida: mientras más hombres se quedan si trabajo, más mujeres lo consiguen. El cambio ocurre en parte porque la demanda laboral se ha achicado en sectores donde predominan varones, en tanto crecen áreas donde las mujeres son más comunes (enseñanza, atención médica, comercio minorista). Al presente, casi 73% de mujeres entre 30 y 54 tiene ocupación, contra 45% hacia 1967. Entretanto, ellas penetran en zonas otrora vedadas, verbigracia abogacía, medicina o Wall Street. Todavía, ellos ganan más pero, a medida como mejora la educación femenina, la competencia irá en desmedro de los varones, sobre todo en estamentos profesionales altos.

Pese a su considerable número, muchos desempleados no aparecen en las estadísticas. El actual índice de desocupación es apenas 4,6%, pero excluye las mayoría de “desaparecidos”, porque simplemente han dejado de buscar trabajo y los técnicos no los consideran desempleados. Esto hace que los índices oficiales sean poco útiles para medir el clima laboral del país. Exactamente como ocurría en la Argentina de Carlos Ménem y Domingo F.Cavallo.

Ahora bien ¿cómo sobrevivirán esos hombres mientras envejecen? Algunos serán obligados a trabajar en cualquier cosa, tras años de ocio; otros caerán en la pobreza o la marginación. Tendencias similares se perciben en la Unión Europea, donde 14% de varones entre 25 y 54 no trabajaba en 2005, contra sólo 7% en 1976. Durante el mismo lapso, en Japón, la proporción pasó de 4 a 8% de la población activa.

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