Ambas fuentes coinciden en que los pasivos totales contraídos vía dinero plástico se acercan a US$ 880.000 millones. Por otra parte, las ejecuciones por deudas personales incobrables orillaron los US$ 12.000 millones en enero-junio, pero los pasivos en restructuración quintuplican el monto. Y los adictos aumentan.
Ahora bien, la reacción de la sociedad norteamericana, al menos en las clases media y media alta, es paradójica. En tiempos cuando el alcoholismo, el consumo de drogas, las enfermedades terminales, el adulterio o la homosexualidad son objetos de debate abierto, las deudas familiares se mantienen en secreto. Inclusive, un cónyuge se las oculta al otro y los hijos las substraen al escrutinio paterno o materno.
El fenómeno es una bomba de tiempo. Una serie de situaciones inconfesables, pero cada vez más difundidas, ya está inflando intereses y punitorios. Entretanto, la crisis que viven el negocio hipotecario o las compras apalancadas restringe el empleo de las tarjetas como último recurso de liquidez individual. Mientras, el número de familias en cese o problemas de pagos crece mes a mes.
Un resultado de la dependencia lo constituye la masa de quince millones de norteamericanos compulsivos. Esto es, incapaces de frenar. Enganchan una tarjeta con otra, a veces en diferentes estados, para ocultar quebrantos. Años atrás, fue preciso reformar algunas normas operativas, tras aparecer gente con cadenas de cincuenta o más tarjetas. Wal-Mart Stores fue una de las primeras en notarlo.
Psicólogos, líderes religiosos, trabajadores sociales y los aprovechadores de siempre ofrecen tratamientos de todo tipo. Desde propuestas serias –verbigracia, grupos de “deudores anónimos”- hasta simples métodos para sacarles dinero a los adictos. Por supuesto, estos gurúes no aceptan pagos con tarjeta.
Ambas fuentes coinciden en que los pasivos totales contraídos vía dinero plástico se acercan a US$ 880.000 millones. Por otra parte, las ejecuciones por deudas personales incobrables orillaron los US$ 12.000 millones en enero-junio, pero los pasivos en restructuración quintuplican el monto. Y los adictos aumentan.
Ahora bien, la reacción de la sociedad norteamericana, al menos en las clases media y media alta, es paradójica. En tiempos cuando el alcoholismo, el consumo de drogas, las enfermedades terminales, el adulterio o la homosexualidad son objetos de debate abierto, las deudas familiares se mantienen en secreto. Inclusive, un cónyuge se las oculta al otro y los hijos las substraen al escrutinio paterno o materno.
El fenómeno es una bomba de tiempo. Una serie de situaciones inconfesables, pero cada vez más difundidas, ya está inflando intereses y punitorios. Entretanto, la crisis que viven el negocio hipotecario o las compras apalancadas restringe el empleo de las tarjetas como último recurso de liquidez individual. Mientras, el número de familias en cese o problemas de pagos crece mes a mes.
Un resultado de la dependencia lo constituye la masa de quince millones de norteamericanos compulsivos. Esto es, incapaces de frenar. Enganchan una tarjeta con otra, a veces en diferentes estados, para ocultar quebrantos. Años atrás, fue preciso reformar algunas normas operativas, tras aparecer gente con cadenas de cincuenta o más tarjetas. Wal-Mart Stores fue una de las primeras en notarlo.
Psicólogos, líderes religiosos, trabajadores sociales y los aprovechadores de siempre ofrecen tratamientos de todo tipo. Desde propuestas serias –verbigracia, grupos de “deudores anónimos”- hasta simples métodos para sacarles dinero a los adictos. Por supuesto, estos gurúes no aceptan pagos con tarjeta.