<p>En los bares y restaurantes de Buenos Aires cada vez se ve menos: es el típico mozo que no necesita de libretas para tomar los pedidos, que sabe recomendar lo mejor de la casa, que no se siente intimidado por las demandas de un cliente cada vez más apurado. Es un todoterreno, el mozo porteño. Pero tal vez se trate de una especie en peligro de extinción.</p>
<p>Ya en varios establecimientos del mundo se puede comer mirando el menú a través de un teléfono inteligente, escaneando el código QR que se encuentra en la mesa y que permite conocer más sobre los platos. En Londres, por ejemplo, llevaron el amor por los gadgets más lejos todavía: en vez de menúes de cartón hay pantallas táctiles para ordenar y se puede pedir la cuenta sin chistarle al camarero, a través de una aplicación.</p>
<p>Lo peor es que esto es solo el comienzo de una tendencia que pretende cortar la interacción entre los mozos y los clientes. Algunas compañías de tecnología están trabajando para que el futuro gastronómico esté más automatizado y los mozos sólo se encarguen de traer la comida a la mesa. Imaginarse un futuro en el que se pueda pedir lo mejor del menú a través del teléfono o en una tableta del local no debería ser tan difícil. También se podrá pagar mediante esa tecnología, desarrollada, entre otros, por Google.</p>
<p>El software para que todo esto ocurra no debe diseñarse; ya está entre nosotros. La aplicación de Wagamama, por ejemplo, permite pedir comida de delivery de diferentes lugares y pagar a través de PayPal. En Argentina Onda Delivery, en Córdoba, se encarga de la logística de pedir comida por Internet: el usuario puede hacer el pedido y esperar la confirmación por teléfono de la casa elegida.</p>
<p>¿Por qué estas propuestas están ganando popularidad? Porque el negocio de los restaurantes es fanático de adoptar métodos que lo ayuden a maximizar sus recursos. Es decir: más mesas disponibles, más rápido; menos costos operativos, más automatización. Hay estudios que, inclusive, aventuran que el cliente está dispuesto a gastar más si se lo deja solo, sin asesoramiento. Si se las pone en control de su propia aventura gastronómica, las personas se sienten confiadas de que los restaurantes no los quieren estafar con ofertas o productos de segunda línea.</p>
<p>No todos están seguros de sentirse cómodos en este nuevo contexto. Especialmente porque achica el mercado laboral y la interacción social. Es una manera de deshumanizar el proceso y erradicar la posibilidad del buen servicio. Se ganará en eficiencia y tal vez en rentabilidad pero se perderá una parte importante de las típicas salidas a cenar: ya no existirá, nunca más, la frase “tráeme lo de siempre”.</p>
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El restaurante del futuro
Puede ser que el mozo tradicional, el que tomaba el pedido de memoria, deje de existir en el futuro cercano: en los locales gastronómicos del futuro el autoservicio mediado por las maquinas será la norma.