Esos ingresos superan los del maíz (US$23.300 millones, 2005), la soya (17.610 millones), la alfalfa (12.235 millones) y el trigo (7.450 millones). Luego de California (12.350 millones) vienen Hawái (3.780 millones), Norcarolina (637,5 millones), Washington (581,2 millones), Alabama (565 millones), Virgina occidental (476 millones), Georgia (427,5 millones), Ohio (369,2 millones), Nueva York (273, 2 millones),Arizona (268,1 millones) y, con menos, Michigan, Indiana y Tejas.
En California, el negocio rinde más que la uva y su derivado, el vino. Todo eso figura en un informe presentado en Washington (DC, esta vez) por John Gettman. Se trata de un experto en drogas no farmoquímicas, otrora asesor de la DEA. Pero su postura no refleja el simple prohicionismo, su moralina ni la represión indiscriminada. Por ejemplo la que EE.UU. fomenta –sin éxito- en Colombia y otros países sudamericanos.
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A su criterio, “el gobierno federal y los estados debieran aplicarles impuestos, por lo menos a las explotaciones a cielo abierto. Tal es el auge que los traficantes ya no importan cannabis, pues disponen de producción local, más barata, como insumo básico del negocio”.
El avance de la marihuana, en el máximo país consumidor de estupefacientes, ha generado un núcleo propio, el “triángulo esmeralda”. Lo forman los municipios californianos de Humboldt, Mendocino y Trinidad, cerca de San Francisco. Entre sus mayores clientss está la “jeunesse dorée” de Silicon valley, no muy distante de aquel lugar,.
La campaña pro legalización del consumo de drogas, especialmente marihuana, no es nueva en EE-UU. Amén del difunto Milton Friedman (Nobel económico 1974), militan en el movimiento magnates como George Sörös. El argumento clave es serioe: penalizar usuarios y pequeños traficantes genera aumentos de precios a lo largo de toda la cadena de valor agregado y, por ende, multiplica las utilidades del negocio.
Pero gente como George W.Bush y otros cruzados contra las drogas no hilan tan fino (o no quieren hacerlo). Tampoco J.Edgar Hoover, el equívoco tsar del FBI, parecía notar que los principales promotores del alcohol eran los “intocables” y otros productos de una prohibición que, finalmente, debió ser derogada.
Esos ingresos superan los del maíz (US$23.300 millones, 2005), la soya (17.610 millones), la alfalfa (12.235 millones) y el trigo (7.450 millones). Luego de California (12.350 millones) vienen Hawái (3.780 millones), Norcarolina (637,5 millones), Washington (581,2 millones), Alabama (565 millones), Virgina occidental (476 millones), Georgia (427,5 millones), Ohio (369,2 millones), Nueva York (273, 2 millones),Arizona (268,1 millones) y, con menos, Michigan, Indiana y Tejas.
En California, el negocio rinde más que la uva y su derivado, el vino. Todo eso figura en un informe presentado en Washington (DC, esta vez) por John Gettman. Se trata de un experto en drogas no farmoquímicas, otrora asesor de la DEA. Pero su postura no refleja el simple prohicionismo, su moralina ni la represión indiscriminada. Por ejemplo la que EE.UU. fomenta –sin éxito- en Colombia y otros países sudamericanos.
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A su criterio, “el gobierno federal y los estados debieran aplicarles impuestos, por lo menos a las explotaciones a cielo abierto. Tal es el auge que los traficantes ya no importan cannabis, pues disponen de producción local, más barata, como insumo básico del negocio”.
El avance de la marihuana, en el máximo país consumidor de estupefacientes, ha generado un núcleo propio, el “triángulo esmeralda”. Lo forman los municipios californianos de Humboldt, Mendocino y Trinidad, cerca de San Francisco. Entre sus mayores clientss está la “jeunesse dorée” de Silicon valley, no muy distante de aquel lugar,.
La campaña pro legalización del consumo de drogas, especialmente marihuana, no es nueva en EE-UU. Amén del difunto Milton Friedman (Nobel económico 1974), militan en el movimiento magnates como George Sörös. El argumento clave es serioe: penalizar usuarios y pequeños traficantes genera aumentos de precios a lo largo de toda la cadena de valor agregado y, por ende, multiplica las utilidades del negocio.
Pero gente como George W.Bush y otros cruzados contra las drogas no hilan tan fino (o no quieren hacerlo). Tampoco J.Edgar Hoover, el equívoco tsar del FBI, parecía notar que los principales promotores del alcohol eran los “intocables” y otros productos de una prohibición que, finalmente, debió ser derogada.