Cocaína, opiáceos y similares: sus días parecen contados

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“La lucha contra el narcotráfico no se ganará ni se perderá. Al cabo, las drogas habituales desaparecerán del mercado. Pero no las adicciones ni el consumo ilegal”. Así sostiene la revista conservadora “Foreign policy”.

En realidad, los estupefacientes del futuro ya circulan en varias categorías. Desde el “cristal” (una metanfetamina barata y popular en la América anglosajona), que casi no tiene costos de intermediación, hasta mezclas químicas sumamente fuertes, para el segmento más rico del mercado internacional, que ya se consigue también en Méjico, Brasil, Chile, Tailandia, etc.

La decadencia de la cocaína y los opiáceos –heroína, en particular- eliminará no el uso, claro, sino el mercado donde prosperan el tráfico mayorista, sus mecanismos para lavar fondos (creados hace treinta años por bancos holandeses en el Caribe meridional) y grupos de vasto poder en países periféricos. Por ejemplo, los clanes Pinochet, Stroessner –ligados también al tráfico de armas para bandas delictivas- y sus equivalentes en Méjico, Colombia, Indochina, etc.

En realidad, un mercado más o menos único e interconectado irá siendo desplazado por múltiples franjas, definidas en función de demografía, precios y complejidad de drogas. Sólo los estamentos más caros operarán en un contexto financiero mundial, pues el resto circulará por canales minoristas urbanos, casi microempresas en escala familiar o grupitos como las “maras” centroamericanas.

Por supuesto, los compuestos más complejos y costosos provendrán del gigantesco negocio farmoquímico global. No sería raro que magnates tan codiciosos como los jeques petroleros empiecen a comprar grandes laboratorios farmacéuticos. Aplicarán, en suma, la misma filosofía que en el comercio internacional de armas y sexo.

Ese eventual proceso tendrá algunas ventajas, sin duda. Por ejemplo, se extinguirán las bandas urbanas creadas por la plusvalía entre producción, intermediación y distribución minorista (en la heroína tipo 4, el margen total puede llegar a 4.500% entre el “triángulo de oro” indochino, Bangkok y California). A su vez, irá agotándose la violencia asociada al narcotráfico convencional.

Pero, entretanto, se esfumarán las diferencia entre un compuesto como Viagra o los estimulantes deportivos y los paraísos químicos para ricos y famosos. Otro fenómeno, de antiguo origen, posiblemnente no se extinga: en uso cultural de opio (fumaderos orientales), dawameshq –un opiaceo suave que se mezcla con el café en los países musulmanes- y la marihuana.

En realidad, los estupefacientes del futuro ya circulan en varias categorías. Desde el “cristal” (una metanfetamina barata y popular en la América anglosajona), que casi no tiene costos de intermediación, hasta mezclas químicas sumamente fuertes, para el segmento más rico del mercado internacional, que ya se consigue también en Méjico, Brasil, Chile, Tailandia, etc.

La decadencia de la cocaína y los opiáceos –heroína, en particular- eliminará no el uso, claro, sino el mercado donde prosperan el tráfico mayorista, sus mecanismos para lavar fondos (creados hace treinta años por bancos holandeses en el Caribe meridional) y grupos de vasto poder en países periféricos. Por ejemplo, los clanes Pinochet, Stroessner –ligados también al tráfico de armas para bandas delictivas- y sus equivalentes en Méjico, Colombia, Indochina, etc.

En realidad, un mercado más o menos único e interconectado irá siendo desplazado por múltiples franjas, definidas en función de demografía, precios y complejidad de drogas. Sólo los estamentos más caros operarán en un contexto financiero mundial, pues el resto circulará por canales minoristas urbanos, casi microempresas en escala familiar o grupitos como las “maras” centroamericanas.

Por supuesto, los compuestos más complejos y costosos provendrán del gigantesco negocio farmoquímico global. No sería raro que magnates tan codiciosos como los jeques petroleros empiecen a comprar grandes laboratorios farmacéuticos. Aplicarán, en suma, la misma filosofía que en el comercio internacional de armas y sexo.

Ese eventual proceso tendrá algunas ventajas, sin duda. Por ejemplo, se extinguirán las bandas urbanas creadas por la plusvalía entre producción, intermediación y distribución minorista (en la heroína tipo 4, el margen total puede llegar a 4.500% entre el “triángulo de oro” indochino, Bangkok y California). A su vez, irá agotándose la violencia asociada al narcotráfico convencional.

Pero, entretanto, se esfumarán las diferencia entre un compuesto como Viagra o los estimulantes deportivos y los paraísos químicos para ricos y famosos. Otro fenómeno, de antiguo origen, posiblemnente no se extinga: en uso cultural de opio (fumaderos orientales), dawameshq –un opiaceo suave que se mezcla con el café en los países musulmanes- y la marihuana.

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