Son tendencias que deben ser acompañadas por el contexto socioeconómico. Hablar de cómo hoy nos relacionamos con la rutina de la alimentación saludable es un gran desafío.
Por Natalia Gitelman (*)
¿Por qué? Porque alimentarse, tanto a uno mismo, como alimentar a los que viven en un mismo hogar implica poner en juego diferentes variables, desde el acceso a la oferta (que muchas veces es escasa por algunas empresas monopólicas), presupuestos disponibles y tendencias arraigadas de otros momentos que hoy cuesta dejar atrás.
En este contexto, los resultados de este estudio sobre hábitos de consumo de alimentos y bebidas arrojan algunas conclusiones interesantes a tener en cuenta. Es importante entender que la forma en la que nos alimentamos ha sufrido cambios tras dos años de pandemia.
En algunos casos permitió tener una mayor conciencia de lo que se ingiere, en otros, se vio afectada por una crisis económica muy fuerte que, en vez de abrir opciones para el consumo, las alejó a causa del encarecimiento sostenido de los alimentos. Esto aumentó las barreras para una alimentación más equilibrada y saludable.
El primer dato que vemos de este estudio es que para la población comer saludable implica esencialmente comer frutas / verduras y comer variado /equilibrado. Estos significados están antes que las exigencias de que los alimentos tengan menos azúcar, sean bajos en sodio o aporten nutrientes destacados.
Es decir que para la mayoría el acceso a una alimentación saludable debe garantizar variedad de lo que se come y ello viene de la mano de la presencia de alimentos naturales, antes que industriales.
Y en este sentido, ¿somos todos parecidos en la forma en que nos alimentamos y alineamos nuestra dieta al estilo de vida que llevamos? No; en el estudio se detectan tres tipos de grupos de comportamientos: Los full saludables (40%), para quienes comer saludable es un estilo de vida y no sienten que les requiera mucho esfuerzo ni que sea caro. No suelen hacer dietas para adelgazar y su mayor peso es el segmento de 61 años o más.
Los indulgentes (32%), a quienes solo les interesa disfrutar de la comida. No se cuidan ni siguen ninguna dieta en particular. No consumen productos plant-based y el mayor peso del segmento se da entre personas de 18-30 años.
Y los conscientes (28%), que son los que negocian cada ingesta o plan alimentario, saben que deberían comer más saludable, pero les implica mucho esfuerzo y les resulta caro. Tienen poco tiempo libre y consumen lo que está a su alcance. El mayor peso del segmento son hogares con hijos en el hogar.
Hoy 36% de los entrevistados afirma hacer algún tipo de dieta, principalmente sacando azúcares, menos calorías o sodio. Y este comportamiento en los cambios de hábitos se afirma cada vez más. Un 72% dice que cambió sus hábitos en este tiempo, dejando de comprar alimentos no saludables, consumiendo más alimentos naturales (como frutas, verduras y cereales) y que están más predispuestas a incorporar nuevas propuestas que estén en esta línea.
Y aquí es donde vemos que las tendencias se reafirman y llegan para quedarse: 7 de cada diez entrevistados dicen que miran las etiquetas de lo que consumen, sobre todo la que se desprende de la información nutricional, aunque, claro, muchas veces se requiere casi de una lupa para poder entender lo que dicen los packs y ellos dificulta el entendimiento de lo que se consume.
Justamente, a este tipo de trabas apunta la sanción de la ley de promoción de la alimentación saludable etiquetado frontal y regulación de la publicidad. Esta ley tiene como objetivo central el derecho a la salud y a una alimentación adecuada a través de la promoción de una alimentación saludable.
Ello se implementa en la aplicación de sellos que advierten sobre el exceso de azúcares, sodio, grasas saturadas, grasas totales y calorías. Mediante un sistema de sellos en el frente de los packs se podrán ver octógonos negros con letras blancas en donde se indica el exceso de cada uno de los nutrientes críticos. Además de los sellos se implementarán advertencias especiales para los productos que no son aptos para niños y niñas, por contener edulcorantes.
Esta ley, sancionada en 2021 y ahora próxima a ser reglamentada, es conocida por casi el 60% de los encuestados, sobre todo en los sectores medios altos y urbanos y más allá de que la conozcan a fondo o no, el 69% dice que este tipo de iniciativas desde el Estado le parece muy importante. Es decir, estamos frente a una agenda de la opinión pública que ya no es posible saltear.
Y aquí es donde se abren los grandes desafíos para la industria alimenticia y de bebidas sin alcohol; porque dependiendo de si los consumidores decidan ver o no los sellos es que van a disminuir o abandonar directamente la categoría. El ranking de categorías más afectadas por el abandono del consumo si portan sellos es liderado por las comidas instantáneas para bebés, los chicles, las gaseosas regulares, productos pre fritos de pollo congelados y de pescado congelado.
Luego le siguen las gaseosas light, los jugos en polvo, chocolatada en polvo, turrones, leches chocolatadas, barritas de cereal, caramelos/ chupetines/ gomitas. La lista sigue, pero estas categorías son las que son las más golpeadas.
Se abre entonces un nuevo escenario de desafíos y oportunidades para que las marcas afectadas puedan ajustar sus fórmulas, sus descripciones, lo que informan en sus packs y sobre todo el nivel de transparencia que planteen desde sus estrategias de marketing, tomando como base, que las tendencias para informarse sobre los alimentos que se consumen en los hogares ya es agenda pública e implica nuevos rumbos.
(*) Directora de Datos Claros.