Bora-Bora
La isla que más cerca está del paraíso

La isla de Bora-Bora es la más mágica de las islas que forman la Polinesia francesa. Protegida por un collar de arrecifes coralinos, su “tierra firme” es bañada por una laguna multicolor de increíble belleza.

2 febrero, 2004

El escritor James A. Michener, ganador del Pulitzer por sus “Cuentos del
Pacífico Sur”, la llamó “la isla más hermosa del
mundo”.

Forma parte del grupo de “Islas Sociedad” en la Polinesia francesa.
El grupo fue llamado así por el capitán James Cook porque a lo
largo de una extensión de 240 millas islas y atolones le parecieron formar
una especie de collar “en amable sociedad”.

Bora-Bora, o Porapora como se escribía originalmente, figura entre las
más pequeñas de ese grupo: 6 km por 34 km. Dos picos imponentes
de pura roca negra dominan el centro de la isla formando un impresionante telón
de fondo a las playas, las palmeras y los arrecifes. La característica
más preciada, sin embargo, es la laguna, una enorme superficie de agua
confinada por un collar de arrecifes de coral que la protegen del mar.
La mayoría de los hoteles están situados frente a Matira Beach,
una playa de más de tres kilómetros de arena blanca lamida por
el agua transparente y de poca profundidad de la laguna; más allá,
los islotes cubiertos de palmeras que integran la barrera de arrecifes.

La oferta hotelera, toda de la más alta calidad, incluye el Club Mediterranée
(destruido por el huracán que azotó la isla en 1991 y vuelto a
levantar); el Sofitel Marara Hotel, construido por encargo del productor de
cine Dino De Laurentis para alojar a su equipo mientras filmaba “Huracán”,
una de sus pocas películas olvidables; también en Matira, aunque
en el extremo sur de la playa, está el lujoso complejo Inter-Continental
Beachcomber Resort; el Bora Bora Lagoon Resort, en uno de los islotes que forman
el arrecife coralino, frente a la isla principal y de cara a los dos picos del
Monte Otemanu; el Bora Bora Nui Resort & Spa, domina una isla privada al
suroeste de la isla principal de Bora Bora; inaugurado en octubre de 2002, promete
convertirse en uno de los lugares más exclusivos de la Polinesia francesa;
el Bora Bora Pearl Beach Resort, ubicado en el islote de Tevairoa, es un hotel
cinco estrellas que avanza hacia la laguna. Construido en exquisito estilo polinesio
por el renombrado arquitecto Pierre-Jean Picart, se encuentra a 10 minutos en
bote del aeropuerto de BoraBora y 15 minutos de Vaïtape, la ciudad más
importante en la isla principal.

Un lugar que no escuchó el estruendo de la guerra

En 1942 – en plena Segunda Guerra Mundial – los estadounidenses decidieron utilizar
la isla como base de reaprovisionamiento. Unos 4.500 soldados se instalaron
allí para construir la base y defenderla. Uno de ellos, el oficial naval
James A. Michener, diría más tarde en su libro que lo que encontraron
allí “fue el paraíso”.

Por eso en Bora-Bora no pasó lo que en otras islas del Pacífico,
donde los soldados no veían la hora de que llegara la orden de volver
a casa. A los apostados en Bora-Bora tuvieron que obligarlos a regresar. Allí
había un arrecife bordado con palmeras, que rodeaba una increíble
laguna multicolor, que a su vez bañaba todas las costas de una isla toda
verde con un volcán en el centro. Tenían sol, arenas blancas…
y mujeres notablemente bellas, según escribió un oficial.

Los locales recuerdan la guerra con cariño. Allí no se vieron
nunca los horrores del conflicto, sólo la generosidad de los miles de
jóvenes con dinero y la misión de construir cosas. Bora-Bora es
uno de esos raros lugares donde la gente “genuinamente” ama a los
estadounidenses. Sobre todo porque – esto dicho por uno de ellos — tuvieron
el buen tino de llegar, compartir su riqueza, hacer el amor a sus mujeres (para
los locales ser medio-americano es algo valioso) y luego retirarse.

Los boraboranos – más exactamente “tahitianos” como dicen ellos
de sí mismos – aprueban mucho más el “american way of life”
que el camino tomado por los franceses, que vienen administrando gran parte
de la región desde 1800 y son odiados por haber llevado a la zona el
peligro de las pruebas atómicas.
“Los americanos construyeron el aeropuerto que hoy nos permite recibir
turistas”, cuenta la conductora de una minivan de paseo turístico.
“Sin eso todavía estaríamos juntando cocos”.

Todo es exclusivo

Por lo general, los visitantes se quedan cinco días en Bora-Bora. Cinco
días para vivir una vida de ensueño: snorkel, jetski, scuba diving,
windsurf, nadar hasta los arrecifes, hamaca bajo las palmeras, bungalow junto
a la laguna, bicicleta, baños de sol… la lista es larga.

El sueño, sin embargo, es caro. Una lata de Coca-Cola cuesta 3 dólares
y todos los demás gastos se ubican en forma proporcional.

Los cruceros, la mejor manera de explorar las islas de Tahití, navegan
majestuosamente por las lagunas, se demoran en las islas más hermosas
y hasta en los diminutos islotes (motus, en lenguaje local), deshabitados y
sin nombre que los distinga.

Cómo llegar:

Los vuelos internacionales llegan al Faaa International Airport (a 5km de Pepeete)
en la isla de Tahití, Polinesia Francesa.
Tahití, una escala entre Australia o Nueva Zelanda y Estados Unidos,
tiene muchos vuelos que conectan con las islas del Pacífico.
La principal compañía aérea es Air Tahiti Nui, que brinda
servicio a Estados Unidos (Los Angeles), Francia (París), Nueva Zelanda,
Japón y Australia.

Air Tahiti (una compañía separada de Air Tahiti Nui) opera un
eficiente servicio entre-islas (cubre 41 islas) con aviones turbo-hélice
ATR y Dornier.

El escritor James A. Michener, ganador del Pulitzer por sus “Cuentos del
Pacífico Sur”, la llamó “la isla más hermosa del
mundo”.

Forma parte del grupo de “Islas Sociedad” en la Polinesia francesa.
El grupo fue llamado así por el capitán James Cook porque a lo
largo de una extensión de 240 millas islas y atolones le parecieron formar
una especie de collar “en amable sociedad”.

Bora-Bora, o Porapora como se escribía originalmente, figura entre las
más pequeñas de ese grupo: 6 km por 34 km. Dos picos imponentes
de pura roca negra dominan el centro de la isla formando un impresionante telón
de fondo a las playas, las palmeras y los arrecifes. La característica
más preciada, sin embargo, es la laguna, una enorme superficie de agua
confinada por un collar de arrecifes de coral que la protegen del mar.
La mayoría de los hoteles están situados frente a Matira Beach,
una playa de más de tres kilómetros de arena blanca lamida por
el agua transparente y de poca profundidad de la laguna; más allá,
los islotes cubiertos de palmeras que integran la barrera de arrecifes.

La oferta hotelera, toda de la más alta calidad, incluye el Club Mediterranée
(destruido por el huracán que azotó la isla en 1991 y vuelto a
levantar); el Sofitel Marara Hotel, construido por encargo del productor de
cine Dino De Laurentis para alojar a su equipo mientras filmaba “Huracán”,
una de sus pocas películas olvidables; también en Matira, aunque
en el extremo sur de la playa, está el lujoso complejo Inter-Continental
Beachcomber Resort; el Bora Bora Lagoon Resort, en uno de los islotes que forman
el arrecife coralino, frente a la isla principal y de cara a los dos picos del
Monte Otemanu; el Bora Bora Nui Resort & Spa, domina una isla privada al
suroeste de la isla principal de Bora Bora; inaugurado en octubre de 2002, promete
convertirse en uno de los lugares más exclusivos de la Polinesia francesa;
el Bora Bora Pearl Beach Resort, ubicado en el islote de Tevairoa, es un hotel
cinco estrellas que avanza hacia la laguna. Construido en exquisito estilo polinesio
por el renombrado arquitecto Pierre-Jean Picart, se encuentra a 10 minutos en
bote del aeropuerto de BoraBora y 15 minutos de Vaïtape, la ciudad más
importante en la isla principal.

Un lugar que no escuchó el estruendo de la guerra

En 1942 – en plena Segunda Guerra Mundial – los estadounidenses decidieron utilizar
la isla como base de reaprovisionamiento. Unos 4.500 soldados se instalaron
allí para construir la base y defenderla. Uno de ellos, el oficial naval
James A. Michener, diría más tarde en su libro que lo que encontraron
allí “fue el paraíso”.

Por eso en Bora-Bora no pasó lo que en otras islas del Pacífico,
donde los soldados no veían la hora de que llegara la orden de volver
a casa. A los apostados en Bora-Bora tuvieron que obligarlos a regresar. Allí
había un arrecife bordado con palmeras, que rodeaba una increíble
laguna multicolor, que a su vez bañaba todas las costas de una isla toda
verde con un volcán en el centro. Tenían sol, arenas blancas…
y mujeres notablemente bellas, según escribió un oficial.

Los locales recuerdan la guerra con cariño. Allí no se vieron
nunca los horrores del conflicto, sólo la generosidad de los miles de
jóvenes con dinero y la misión de construir cosas. Bora-Bora es
uno de esos raros lugares donde la gente “genuinamente” ama a los
estadounidenses. Sobre todo porque – esto dicho por uno de ellos — tuvieron
el buen tino de llegar, compartir su riqueza, hacer el amor a sus mujeres (para
los locales ser medio-americano es algo valioso) y luego retirarse.

Los boraboranos – más exactamente “tahitianos” como dicen ellos
de sí mismos – aprueban mucho más el “american way of life”
que el camino tomado por los franceses, que vienen administrando gran parte
de la región desde 1800 y son odiados por haber llevado a la zona el
peligro de las pruebas atómicas.
“Los americanos construyeron el aeropuerto que hoy nos permite recibir
turistas”, cuenta la conductora de una minivan de paseo turístico.
“Sin eso todavía estaríamos juntando cocos”.

Todo es exclusivo

Por lo general, los visitantes se quedan cinco días en Bora-Bora. Cinco
días para vivir una vida de ensueño: snorkel, jetski, scuba diving,
windsurf, nadar hasta los arrecifes, hamaca bajo las palmeras, bungalow junto
a la laguna, bicicleta, baños de sol… la lista es larga.

El sueño, sin embargo, es caro. Una lata de Coca-Cola cuesta 3 dólares
y todos los demás gastos se ubican en forma proporcional.

Los cruceros, la mejor manera de explorar las islas de Tahití, navegan
majestuosamente por las lagunas, se demoran en las islas más hermosas
y hasta en los diminutos islotes (motus, en lenguaje local), deshabitados y
sin nombre que los distinga.

Cómo llegar:

Los vuelos internacionales llegan al Faaa International Airport (a 5km de Pepeete)
en la isla de Tahití, Polinesia Francesa.
Tahití, una escala entre Australia o Nueva Zelanda y Estados Unidos,
tiene muchos vuelos que conectan con las islas del Pacífico.
La principal compañía aérea es Air Tahiti Nui, que brinda
servicio a Estados Unidos (Los Angeles), Francia (París), Nueva Zelanda,
Japón y Australia.

Air Tahiti (una compañía separada de Air Tahiti Nui) opera un
eficiente servicio entre-islas (cubre 41 islas) con aviones turbo-hélice
ATR y Dornier.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades