jueves, 26 de diciembre de 2024

Un descreimiento de la mayoría silenciosa

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“Las bombas en la embajada de Israel y en la sede de la Amia no impidieron la reelección de Carlos Menem, ni mermaron su popularidad. ¿Por qué ahora sí debemos pensar en un perjuicio al kirchnerismo?” Tomás Abraham, filósofo, escritor y ensayista dialogó en exclusiva con Mercado sobre el clima social y político que se vive. Por Francisco Llorens.

En un año de elecciones que comenzó con la muerte de Alberto Nisman y sobre el que se tejen acuerdos electorales entre partidos cada vez más desprestigiados. Tomás Abraham nació en Rumania, hace 68 años, pero un año y medio después se instaló en la Argentina. Además de su extensa obra académica, es reconocido por la claridad con la que expone sus conceptos y por la forma en la que adapta los contenidos teóricos a la realidad cotidiana.  Crítico de nuestros actores y partidos políticos, del Gobierno y de la democracia actual, analiza todas las aristas institucionales y los escenarios que son la base de lo que recogeremos en los próximos años.

-¿Cómo ha afectado al escenario político la muerte de Alberto Nisman? ¿Ha complicado al oficialismo? ¿Le costó acomodarse a la situación?

-Los anti K lo seguirán siendo por más que les ofrezcan playas, buenas vacaciones, mejores trenes y electrodomésticos en cuotas. Y los K no dejarán de serlo aunque todo el gabinete de Cristina Fernández esté procesado por corrupción. La franja oscilante decide su voto y sus preferencias de acuerdo a la situación económica y prefiere el orden y la gobernabilidad a las promesas de justicia.

-¿Cuál cree que es el mensaje principal que le queda al país a partir de la muerte del fiscal? ¿Qué aspecto cree que es el más grave de este hecho? 

-El mensaje principal, desde mi punto de vista, es la confirmación de que el aparato de seguridad del Estado está desmembrado. La policía federal, la bonaerense, las policías provinciales y los servicios de inteligencia actúan fuera de control legal, a la vez que están amparados por grupos de poder con los que se asocian. También es una verificación de que los poderes de la República están en una grave crisis. El poder judicial ha sido sospechado en todas sus instancias. Hay una lucha interna corporativa y se denuncian sus componendas con los servicios y con el poder económico. Por otra parte, el Congreso posee una mayoría automática y espera las órdenes de un pequeño grupo que desde Olivos dispone qué y cómo se votará.  El memorándum con Irán fue una negociación –si no fue un negocio espurio– del que nadie sabe nada y todos pueden suponer todo. Y las denuncias de Nisman son otro misterio. Un fiscal que va a los medios a acusar a la Presidenta de ser la cabecilla de un plan criminal antes de entregar la denuncia al juez, y lo hace a los apurones durante la feria judicial nos deja un interrogante mayúsculo.

-¿Cómo percibe el clima social a partir de ese hecho? ¿Tuvo efectos masivos en la ciudadanía o solo un grupo se mostró realmente preocupado y afectado?

-No puedo hablar en nombre de la ciudadanía, pero cuando me enteré de la muerte del fiscal, dejé de trabajar, me quedé atónito y espantado. Hoy ya se me fue el espanto, me dejé imbuir por la costumbre nacional de familiarizarme con lo peor. “Le tiraron un muerto a Cristina”, es todo lo que le importa al oficialismo, y no el muerto, ni sus familiares. Veo una vez más un Gobierno que no respeta la vida de los argentinos, que se mofa de ellos si no le conviene a su tropa y a sus intereses. Ya dio pruebas de ello con Cromañón, lo repitió cuando sucedió la tragedia del Sarmiento, nuevamente durante el festejo de un aniversario de una supuesta democracia con la Presidenta bailando mientras se quemaban negocios y arruinaban a la gente en las ciudades de provincia, y ahora.  Pero en este caso fue peor. Me recuerda ese día de lluvia en que la plaza del Congreso estaba llena de gente después de la bomba a la Amia, y el presidente Carlos Menem le daba una entrevista a la revista Corsa. Parece que conservar un determinado tipo de alegría en medio del dolor de los argentinos es parte de la cultura política nacional.

-¿Cree que existe cierto descreimiento en la sociedad? ¿Se ve con escepticismo y pesimismo el futuro? 

-Hace tiempo que hay un descreimiento de la mayoría silenciosa, desde que la democracia establecida en 1983 mostró su fragilidad con Alfonsín, Menem, de la Rúa, Duhalde, y ahora con un enlace conyugal de tres períodos. La famosa calidad institucional pasó de ser un anuncio electoral a convertirse en un cinismo crudo en nombre de una supuesta causa que todo lo habilita.  Entre el fanatismo necio de los neosetentistas y la incredulidad general, la cultura política de los argentinos no ha variado desde la dictadura del Proceso. Suena fuerte, pero creo que no hemos cambiado de modo de ser comunitario, a pesar de que acorde a los tiempos globales, se hayan votado algunos derechos para determinadas minorías. Al Gobierno de Alfonsín no se lo recuerda por la ley del divorcio. Al actual, el juicio a determinados represores y la unión de personas del mismo sexo, por ejemplo, tampoco borrarán sus desmanes ni la corrupción abierta del elenco gobernante desde sus inicios.

-¿Cuáles son las instituciones que han perdido más confianza de parte de la sociedad? ¿La política y la justicia han quedado golpeadas después de este verano? 

-Invertiría la pregunta: ¿en qué institución, con sus respectivos miembros de pertenencia, confían los argentinos? ¿En los políticos, periodistas, policías, jueces, maestros, pastores, empresarios, gremialistas? La mayoría cree que las actuales circunstancias y formas de vida jamás cambiarán, y lo que queda es mandarse solo y sacar toda la ventaja posible. Es una comprobación cotidiana, y llega a las altas esferas, en la que toda la prédica bolivariana es funcional al mega enriquecimiento de quienes la proclaman, y en nombre de los derechos humanos se justifican atropellos, mentiras, y encubrimientos de todo tipo de delitos.

-¿Cree que para construir una República debemos establecer mayores acuerdos básicos y amplios? ¿Qué rol tienen los partidos políticos en ese aspecto? 

-La política nacional no está dominada por los partidos políticos. Los dos partidos tradicionales se han desmembrado y se juntan y separan de acuerdo a oportunidades electorales. Esto no solo ocurre en la Argentina. Los agrupamientos tradicionales que conducían la política en los regímenes representativos son permeables y poco resistentes al poder financiero global, a la información digital y a la acción de las redes sociales.  Nuestro modo de operar en política es típicamente burocrático; cada vez tenemos más leyes, más reglamentos, más decretos, más funcionarios, más comisiones, más subsecretarías, más inspecciones, ningún control y muchos secretos. Este montaje burocrático tiene una finalidad: que nada cambie; el rol de la burocracia es perpetuarse a sí misma y reproducir los mecanismos de su poder.

-¿Cómo cree que encarará el Gobierno nacional este año electoral, teniendo en cuenta que no podrá renovar el mandato presidencial? ¿Podrá superar la debilidad típica de los gobiernos que se acercan a sus últimos meses?

-Creo que el Gobierno es fuerte. Por ahora. La oposición es mediocre, demasiado mediocre. Massa y Macri no logran trasmitir una imagen de un cambio superador. De todos modos, el clima que ha creado entre los argentinos el kirchnerismo es patológico, una de esas enfermedades que intoxican con odio a unos cuantos irresponsables. El entusiasmo de algunos sectores de la juventud es normal, necesitan ídolos, más aún cuando les dan cosas para hacer y dinero a cobrar. El fervor de los mayores, como los de la corporación cultural, se disolverá como esos quistes transitorios.  Mientras no cambie el relato neosententista, y continúe esta demagogia basada en estafas ideológicas, extorsiones morales, una concepción binaria de la historia nacional que solo ve desde el 45 la lucha sin cuartel entre los gorilas y el pueblo peronista, –todo para encubrir a grupos que administran ilegalidad y mandan a los argentinos a matarse unos a otros–; mientras esto no cambie, existe el peor de los riesgos: el de violencia sin control por la falta de garantías por el mencionado desmembramiento de quienes tienen el deber de proteger a los ciudadanos.

-El ciclo político kirchnerista está a punto de cumplir 12 años de vida. Hay que remontarse hasta 1930 para ver una experiencia parecida. ¿En qué medida esta continuidad fue posible gracias a los aciertos oficialistas y hasta qué punto lo fue por los errores opositores? 

-En el año 2011 Cristina Fernández tuvo 54% y el segundo, Binner, 16,5%. No había mucho que discutir. No se trataba de un entusiasmo hacia la Presidenta –poco antes el oficialismo había perdido la provincia de Buenos Aires, de Narváez le ganó nada menos que a Néstor Kirchner– sino que no se veía alternativa. Hoy, las preferencias están más parejas. La irrupción de Massa desestabilizó al Gobierno y no le permitió la reforma constitucional y la cláusula de la reelección indefinida. El país debe estarle agradecido por eso y no por mucho más. Lo considero un personaje oscuro y camaleónico.

-¿Hasta qué punto Scioli es continuidad y no es cambio, y hasta qué punto Massa significa cambio y no continuidad?

-Scioli tiene un lenguaje componedor, lo que es bueno, luego de años de histeria. Pero la política no es solo buenos modales. Evita chocar con el oficialismo porque depende del Gobierno. No difunde en su campaña política obras de infraestructura, mejoras en las condiciones de vida de los habitantes de la provincia, urbanizaciones en las villas, avances educativos. Por lo que el gran público que no está directamente vinculado con los servicios que puede prestar el Gobierno de Scioli, y no es habitante de su territorio, no sabe si tiene capacidad ejecutiva más allá de su cintura política y de su permanencia.  Respecto de Massa, su aparición y su campaña estaban destinadas a prometer a los habitantes bonaerenses priorizar el tema de la seguridad. El mismo lugar que ocupaba de Narváez anteriormente. Después presentó a su equipo formado por las figuras ministeriales y directoriales de la administración Kirchner en etapas anteriores.

-PRO empieza a mostrar, tal vez por primera vez desde su surgimiento, cierta crisis puertas adentro, a partir de la interna Rodríguez Larreta-Michetti. ¿Cree que ese enfrentamiento le puede aportar un condimento atractivo al partido?

-El paso de la ciudad de Buenos Aires a la Nación es abismal. El PRO no mostró qué puede hacer en términos de gobernabilidad en ningún otro distrito que la ciudad de Buenos Aires, un país dentro de otro país, con un PBI europeo en un país de economía dependiente y subdesarrollada. Macri tiene funcionarios activos y bien preparados, pero su distrito nada tiene que ver con el país y con sus necesidades. Por otra parte, el relato macrista es un menemismo que promete un primer mundo como si fuera un artículo de góndola al alcance de la nueva Argentina. No lo veo con espaldas a pesar de que su principal sostén es el Gobierno, que quiere que gane para hacerle lo que Duhalde, Ruckauf y otros socios llevaron a cabo en 2001 contra la Alianza.


-¿Qué enseñanzas nos deja el recorrido de UNEN desde su lanzamiento nacional y como frente –post elecciones 2013– hasta la actualidad, con sus líderes divididos y hasta enfrentados? ¿Es una fuerza que se dedicó a dilapidar su capital político?
 

-UNEN ha sido es un conglomerado de átomos. Una vez Binner me dijo que muchos chicos no hacen un grande, y tenía razón. Pero él tampoco pudo tener la iniciativa de liderar el grupo y hacerlos partícipes de ideas fuertes y estrategias claras. Si el jefe del socialismo se llegara a desprender del lastre radical, elabora una plataforma propia, y se lanza al ruedo con propuestas y energía, habría para las próximas elecciones una alternativa hoy inexistente. Pero dudo mucho de que eso acontezca.

-El sistema de partidos de la Argentina se quebró con la crisis de 2001 y nunca más pudo recomponerse. ¿Está de acuerdo? ¿Le parece nociva la personalización de la política y la pérdida de peso de los partidos políticos como actores?

-Hoy no solo existe una personalización de la política sino una robotización. Cada día Jorge Capitanich (hasta hace poco) o Aníbal Fernández lanzan la consigna para la tropa, y durante el día y toda la semana la repiten los jóvenes de la Cámpora, se suman los políticos oficialistas y los miembros de la corporación cultural por los medios y las redes sociales. Por ejemplo: “¡la Pando va a la marcha!”, y con eso todos saben que deben repetirlo hasta el 18F para degradar a quienes se suman a la protesta. Del lado de los opositores, los anti K esperan con ansiedad TN y lo que dicen la Nación y Clarín para reconocerse nuevamente en sus broncas y nutrirse de novedades útiles para embestir contra el gobierno.

 

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