Sobre la gran recesión, hay todo tipo de explicaciones

Por supuesto, la descripción final del desastre financiero occidental dista aún de lo posible. Cierto grado de estabilidad asoma desde mediados de 2009, pero el sistema sigue bajo presiones en Estados Unidos y otras economías centrales. Nadie sabe a ciencia cierta qué puede ocurrir todavía. A grandes rasgos, surgen signos positivos.

21 junio, 2011

<p>Pero el desempleo sigue alto &ndash;10% de este lado del Atl&aacute;ntico norte, hasta 18% al otro&ndash;, con perspectivas complejas en cuanto a la primera mitad de 2010.<br /><br />En el tercer y cuarto trimestres de 2009, apenas una parte de los enormes est&iacute;mulos fiscales y econ&oacute;micos empieza a hacerse notar. La Reserva Federal y sus contrapartes han intervenido en una escala sin precedentes en respaldo del sistema. Para decirlo suavemente, algunos califican esos paquetes de tarea inconclusa. Entretanto, el porvenir es incierto y el tiempo podr&iacute;a modificar la percepci&oacute;n de lo sucedido hasta ahora. <br /><br />No importa. Una ola de libros contradictorios ya da vueltas, especialmente en EE.UU. Todos han sido redactados en medio de circunstancias cambiantes y varios quedaron desactualizados antes de publicarse. Pero hay notables excepciones.<br /><br />Por de pronto, las posturas difieren notoriamente. Algunos trabajos se centran en pol&iacute;ticas econ&oacute;micas, otros en lo financiero y un tercer grupo critica la codicia de los mercados. As&iacute;, un texto ubica la causa de la cat&aacute;strofe en el triunfo de la especulaci&oacute;n a expensas de la industria estadounidense. Otro sospecha que el propio capitalismo tiene la culpa. As&iacute; como esta crisis carece de fuente un&iacute;voca, tampoco hay forma de encararla plenamente, por lo cual es muy dif&iacute;cil evaluar los m&eacute;ritos o dem&eacute;ritos de estas obras.</p> <p><strong>Visi&oacute;n desde la Reserva Federal</strong><br /><br />Para comenzar, hay un texto,<em> In Fed We Trust: Bernanke&rsquo;s War on Panic </em>de David Wessel, editor financiero del Wall Street Journal que comparte los puntos de vista imperantes en la Reserva Federal y el Tesoro. En particular, los de Benjamin Bernanke. Si bien aporta bastantes elementos de juicio, al autor no le interesa profundizar en las causas.<br /><br />No obstante, este libro trata de c&oacute;mo funcionarios claves encararon, generalmente sin mucha confianza en s&iacute; mismos, el alud que se hab&iacute;a desatado a fines de 2007. El reparto incluye Bernanke, Henry Paulson &ndash;secretario del Tesoro bajo George W. Bush&ndash; y su sucesor, Timothy Geithner, entonces presidente de la RF neoyorquina. <br /><br />Se cometieron gruesos errores, es verdad, pero &ldquo;no eran obvios en ese momento&rdquo;, cree Wessel. Algunos personajes salen mejor librados que otros. As&iacute;, el autor se distancia de Paulson y su gesti&oacute;n, sosteniendo que su mentalidad de operador financiero, m&aacute;s proclive al p&aacute;lpito que al c&aacute;lculo, lo llev&oacute; a abruptos, impredecibles cambios de opini&oacute;n, poco adecuados para encarar una crisis. <br /><br />Sin duda, hac&iacute;a falta mayor consistencia, pero &iquest;la aportaba alguien dentro o fuera de ese Gobierno? No Bush, criticado por rehuir un papel activo. Pero, al recordar c&oacute;mo sus raras intervenciones afectaban al mercado, este deb&iacute;a felicitarse de que fueran tan infrecuentes. <br /><br />Resulta dif&iacute;cil disentir con las duras cr&iacute;ticas de Wessel a Alan Greenspan, antecesor de Bernanke, hasta 2006 mucho m&aacute;s intocable que este. Si alguien deber&iacute;a haber actuado a tiempo para evitar la crisis elevando tasas y ahogando el auge de malas hipotecas v&iacute;a regulaciones m&aacute;s estrictas, ese era &eacute;l. Pero Greenspan hab&iacute;a echado por la borda su propia cr&iacute;tica de 2003 a la &ldquo;exuberancia irracional de los mercados&rdquo;. Todav&iacute;a en 2007, quienes hoy lo atacan funcionaban como &ldquo;claque&rdquo; incondicional (riesgo que tambi&eacute;n corre Bernanke). <br /><br />Por cierto, se&ntilde;ala el autor, &ldquo;muchos pueden decir que Geithner no anduvo bien en sus primeros d&iacute;as como titular del Tesoro. Tuvo dificultades para ser ratificado por los senadores y su papel en la RF de Nueva York lo involucraba en la crisis&rdquo;. Pero Wessel lo trata con guantes de seda.</p> <p><img src="../../../../mercado/ro/imagenes/foto_nota_1104_6_2.jpg" alt="" /><br />Ben Bernanke</p><br />

<p><strong>M&uacute;ltiples causas</strong><br />
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Quien busque planteos m&aacute;s &aacute;cidos sobre la licuaci&oacute;n de activos, debe acudir a otras fuentes, Por ejemplo, <em>Financial Shock: Global Panic and Government Bailouts,</em> de Mark Zandi, analista principal del sitio Economy.com. O sea, una filial de Moody&rsquo;s Investors Service.<br />
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Este libro, lamentablemente, se compil&oacute; en el tercer trimestre de 2008 y Zandi cre&iacute;a que &ldquo;lo peor de la crisis hab&iacute;a pasado&rdquo;. Poco despu&eacute;s, las autoridades adoptaron dos decisiones funestas: dejar quebrar a Bear Stearns y Lehman Brothers. El colapso de ambas firmas de valores, considerado hoy por observadores ortodoxos como un terrible error &ndash;psicol&oacute;gico al menos&ndash;, fren&oacute; flujos de cr&eacute;dito y precipit&oacute; la crisis a su fase m&aacute;s borrascosa. <br />
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Ese desfasaje hizo que Zandi revisara su obra y, en la segunda versi&oacute;n (inicios de 2009), sostuviera &ndash;exagerando&ndash; que ambas medidas &ldquo;convirtieron una situaci&oacute;n seria pero manejable en un p&aacute;nico liso y llano. Pero no fueron errores inexplicables o est&uacute;pidos&rdquo; (como los tacharon dos Nobel, Joseph Stiglitz y Paul Krugman). Sin excesos de <em>d&eacute;j&agrave; vu</em>, comunes a otros autores, Zandi suena por lo menos sensato.<br />
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Su libro incursiona en las mayores causas socioecon&oacute;micas del colapso. Pone en la picota el auge de malas hipotecas, la obsesi&oacute;n estadounidense por la casa propia, las desgravaciones impositivas que promovieron endeudamiento de todo tipo y, en lo financiero, deficiente ingenier&iacute;a, ex&oacute;ticos instrumentos especulativos, mal manejo de riesgos, etc. Todo enmarcado en el papel ambiguo de las agencias calificadoras (Moody&rsquo;s inclusive) e inadecuada regulaci&oacute;n. <br />
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El texto concluye con una lista de 10 cursos de acci&oacute;n a tomar para no recaer en ulteriores desmadres. El s&eacute;ptimo mandamiento es clave: &ldquo;mejorar la titulizaci&oacute;n, no eliminarla&rdquo;; o sea, regular con m&aacute;ximo cuidado el complejo empaquetamiento de activos, en vez de borrarlo. Esta es una caracter&iacute;stica t&iacute;pica de un conservador como Zandi, a cuyo criterio &ldquo;las finanzas modernas han deparado ventajas, aunque tambi&eacute;n emergencias como la de 2007/9&rdquo;. <br />
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Por el contrario, John Taylor<em> (How Government Interventions Prolonged the Financial Crisis)</em> manifiesta suma estrechez de enfoques. Su obra se centra casi exclusivamente en las pol&iacute;ticas de intereses previas a la crisis sist&eacute;mica, endilg&aacute;ndoles la culpa de &ldquo;errores cr&iacute;ticos&rdquo;. El analista, por ejemplo, no cree que los casos Bear Stearns y Lehman Brothers fueran pivotes de la cat&aacute;strofe. Ni siquiera les presta atenci&oacute;n a las malas hipotecas, pues las considera meros s&iacute;ntomas, no causas. &ldquo;Todo se vino abajo porque la Reserva Federal hab&iacute;a abandonado normas de eficacia bien probada para fijar tipos de inter&eacute;s&rdquo;. No casualmente, formuladas por el propio Taylor cuando era profesor universitario. <br />
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Su receta recomendaba a los bancos centrales determinar tasas iguales a 1,5 veces la de inflaci&oacute;n, m&aacute;s 50% de la brecha entre el Producto Bruto Interno real y potencial, agregando 1 al resultado. Por ende, si la inflaci&oacute;n es 5% y la brecha entre los PBI es 3%, Taylor dictaminaba un tipo cortoplacista de 10%: 1,5 veces cinco m&aacute;s la mitad de tres m&aacute;s uno. <br />
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Deliberadamente o no, desde fines de los a&ntilde;os 80 hasta inicios de los 2000, Paul Volcker y Alan Greenspan siguieron en parte esa compleja pauta. Luego la abandonaron. <br />
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Una interpretaci&oacute;n tan monocorde, empero, no parece muy persuasiva. Particularmente, con una crisis in&eacute;dita en 75 a&ntilde;os, cabe sospechar la interacci&oacute;n de causas m&uacute;ltiples y que muchas se descarrilaron en forma de &ldquo;tormenta perfecta&rdquo;. De lo contrario, estos desastres ser&iacute;an m&aacute;s frecuentes. Pero Taylor se aferra a su cartilla, quiz&aacute; porque exhibe un solo punto fuerte, que tambi&eacute;n es su debilidad: la pol&iacute;tica monetaria.</p>
<p><strong>Pecados de Wall St.</strong><br />
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A Gillian Tett le gustan los t&iacute;tulos muy largos, como demuestra su libro <em>Fool&rsquo;s gold: How the Bold Dream of a Small Tribe at JPMorgan Was Corrupted by Wall Street Greed and Unleashed a Catastrophe. </em>Algo as&iacute; como &ldquo;Oro falso: c&oacute;mo los sue&ntilde;os audaces de una peque&ntilde;a tribu en JPMorgan fueron tergiversados por la codicia de Wall Street y desataron una cat&aacute;strofe&rdquo;. Poner &ldquo;derivativos letales&rdquo; habr&iacute;a sido m&aacute;s corto. <br />
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Menos verborr&aacute;gico, el trabajo de William Cohan se titula<em> House of Cards: Hubris and Wretched Excess on Wall Street.</em> Este operador de mesa convertido en analista financiero describe minuciosamente los detalles m&aacute;s &iacute;ntimos y los ubica en la escena mayor. <br />
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Por supuesto, Tett apunta su microscopio al equipo de &eacute;lite que, en la JPMorgan de los a&ntilde;os 90, alumbr&oacute; una familia de instrumentos, los derivativos y sus contratos derivados. Van de pases de cr&eacute;ditos en cese de pagos hasta obligaciones de deuda colateralizadas o sint&eacute;ticas y una amplia gama matem&aacute;ticamente muy compleja.<br />
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Con cierta ingenuidad, se crey&oacute; que los derivados gestionar&iacute;an riesgos m&aacute;s efectivamente y los diluir&iacute;an. Los inversores &ndash;generalmente millonarios obsedidos por ganar sin freno&ndash; aplicar&iacute;an sinton&iacute;a fina a su exposici&oacute;n mediante instrumentos a medida. Su ideal consist&iacute;a en diversificar o concentrar riesgos, seg&uacute;n lo que tuviera m&aacute;s sentido en un universo alejado del mundo real.<br />
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Mientras esos derivativos remontaban vuelo desde 1993, los ingenieros de finanzas los asociaban a innovaciones, entre ellas los paquetes hipotecarios, t&oacute;xicos inclusive. Las deudas titulizadas eran mazos de cartas capaces de barajarse <em>ad usum delphini,</em> hasta que se combinaron deudas empaquetadas y derivados crediticios. Pronto, los pr&eacute;stamos hipotecarios normales fueron cosas del pasado, pues las nuevas tecnolog&iacute;as fomentaban opciones mucho m&aacute;s seductoras y peligrosas. Por ejemplo, cr&eacute;ditos &ldquo;ninja&rdquo; (a personas sin ingresos ni activos), que pr&aacute;cticamente sacralizaban el fraude. Pero, ironiza la autora, &ldquo;los riesgos estaban bajo control porque los muchachos de JPMorgan sab&iacute;an moverse&rdquo;. <br />
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Hasta cierto punto, era as&iacute;. Pese a la aparici&oacute;n de nuevas t&eacute;cnicas y actores, el banco se expon&iacute;a al peligro mucho menos que otros, m&aacute;s temerarios. Por ejemplo, Bear Stearns, Lehman Brothers o American International Group. En parte debido a esa raz&oacute;n, a Tett la acusan de simpatizar demasiado con sus amigos del actual JPMorgan Chase. Por supuesto, tantos cerebros, tantas ecuaciones y buenas intenciones (&iquest;?) no obstaron para que los riesgos se fueran de madre. <br />
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Cohan hace con Bear Stearns lo que Tett hizo con JMPCh, aunque con mayor foco en su quiebra y todo cuanto condujo a ese final. Sus personajes quiz&aacute; no sean villanos, pero se trata de tipos desagradables, groseros y mal hablados. Recuerdan a los soci&oacute;patas descriptos en un cl&aacute;sico de 1989,<em> Liar&rsquo;s Poker</em> (&ldquo;P&oacute;quer de mentirosos&rdquo;) de Michael Lewis.</p>
<p><strong>&iquest;Fallas sist&eacute;micas?</strong><br />
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Pasando a otro extremo, dos libros abordan interrogantes m&aacute;s trascendentes. Uno se titula <em>A Failure of Capitalism: Descent into Depression</em>, pertenece a Richard Posner y su prop&oacute;sito es responder a dos preguntas. &iquest;Se trata de un quiebre estructural causado por defectos sist&eacute;micos en los mercados?, &iquest;o lo produjo una org&iacute;a de codicia e irracionalidad?<br />
El autor adopta una l&iacute;nea sorprendente y prefiere la primera, no la segunda causa. Las personas involucradas no eran m&aacute;s o menos racionales que lo usual y actuaban seg&uacute;n sus propios intereses. El problema era otro: una depresi&oacute;n en toda la regla resulta algo tan raro que los inversores no podr&iacute;an preverla y ni siquiera tenerla en cuenta.<br />
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&ldquo;El hombre de negocios ignora las peque&ntilde;as probabilidades de que, junto con sus competidores &ndash;se&ntilde;ala el autor&ndash;, pueda causar un desastre en la econom&iacute;a. V&iacute;a la vulnerabilidad sist&eacute;mica de los mercados y el efecto manada, la racionalidad individual conspira para provocar histerias colectivas&rdquo;. <br />
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Es un argumento interesante y torna indispensable el texto de Posner. Resulta un placer descubrir un intelectual capaz de producir un libro cada seis meses, sin perder el inter&eacute;s de los lectores. Adem&aacute;s, pese a sus instintos por el mercado libre, su obra evidencia los l&iacute;mites del sistema.<br />
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Sin duda, el trabajo m&aacute;s acad&eacute;mico del grupo es <em>Managed by the Markets: How Finance Reshaped America</em>, de Gerald Davis. Este profesor de management, que se interesa especialmente en sociolog&iacute;a y finanzas, inquiere si la crisis es signo de que los mercados han desbordado sus propios l&iacute;mites en la sociedad. <br />
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Su planteo b&aacute;sico es que, &ldquo;en el siglo 20, Estados Unidos y otros grandes pa&iacute;ses estaban organizados alrededor de grandes grupos industriales, extractivos y de servicios. Hoy todo se condiciona cada vez m&aacute;s a finanzas sin valor agregado, a causa de Wall Street y su modelo de hacer cosas o dejar de hacerlas. Las tristes consecuencias de atar el bienestar de una sociedad a la especulaci&oacute;n son claras&rdquo;.<br />
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Davis explica c&oacute;mo muchos aspectos de la sociedad estadounidense se han definido en virtud de grandes empresas: &ldquo;una carrera personal estable, empleo de por vida, una pensi&oacute;n y el papel de la compa&ntilde;&iacute;a casi como estado de bienestar. Pero, merced a la inform&aacute;tica, los servicios financieros gradualmente pasan a ser dominantes, pues pagan mejor, atraen profesionales y prosperan a expensas de las estructuras tradicionales&rdquo;. <br />
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Pero esta transici&oacute;n &ldquo;es tan honda o traum&aacute;tica como la del campo a la ciudad, en los siglos 17 (Europa occidental) a 19 (EE.UU.). Una consecuencia es la inseguridad econ&oacute;mica de la gente, perceptible justamente en una crisis sist&eacute;mica de suyo asociada a la hegemon&iacute;a financiera&rdquo;.</p>

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