Dentro de la infoesfera –un ecosistema de actuación y relación informacional que desdibuja la diferencia entre lo humano y lo artificial– emerge la tecnoética, la disciplina que aborda los aspectos éticos y morales de la tecnología.
Por Arantxa Serantes (*)
Esa infoesfera acapara la atención y condiciona la forma de pensar y resolver problemas. Nuestra evolución viene condicionada por la mente y esta, a su vez, nos proporciona una serie de habilidades para interactuar con el medio y poder madurar a través de la experiencia.
Pero cuando la experiencia está mediatizada por un entorno artificial los recursos de los que disponemos son menores, se reduce el nivel de responsabilidad y aumenta el nivel de sobreexposición a lo desconocido, ya que todo forma parte de un flujo informativo, sin atender al aspecto cualitativo.
Aunque la técnica y la tecnología nos acompañan a lo largo de nuestra evolución como especie, necesitamos un nuevo contrato social para vivir en armonía con la naturaleza y con nuestro propio ser.
El monopolio de las compañías de software, los influencers, la publicidad y la política van segmentando e incluso radicalizando con su sesgo a determinados sectores de la población. Nos convierten en consumidores y prosumidores de una ideología que nos invita a consumir o ser mercancía.
¿Delegar todo en la inteligencia artificial?
Se nos advierte del advenimiento de una singularidad futura en la que la inteligencia artificial ocasionará consecuencias impredecibles y cambios sociales. Este impacto lo vemos esencialmente positivo porque no consideramos el imperativo de esta inteligencia no biológica en las empresas, las instituciones o en la medicina actuales.
¿Delegaremos en ellas para dirigir el curso de los acontecimientos porque se entiende que el transhumanismo es la dirección a seguir? ¿La relación entre el ser humano y la tecnología es esencialmente buena? ¿Es una integración positiva? Lo es cuando hay una relación de complementariedad. Lo ideal es que la tecnología tenga un carácter integrador, aunque no podamos trascender los límites del ser humano.
Si nuestra parte artificial supera con creces a la natural habría una renuncia y una reducción de lo humano a lo posthumano que sustituiría lo biológico por lo tecnológico, perdiendo la neutralidad y pervirtiendo la inteligencia en favor de unas tecnologías convergentes (NBIC) que convertirían el conocimiento en datos integrados, con la consiguiente manipulación de los mismos, un factor que una hipotética ciberdemocracia podría controlar a su favor. Lo posthumano dista mucho del carácter universal y necesario del principio que rige el derecho. Es decir, nada de esto es legítimo.
Debemos mejorar lo humano
Nuestra especie tiene unas características apropiadas para vivir en este mundo finito, pero el ansia de superar la finitud y la vulnerabilidad obedece a la necesidad de un progreso que debería ser de un corte vitalista en el que el límite no es un obstáculo, sino un crecimiento más verosímil.
Regenera nuestras imperfecciones y carencias potenciando el derecho fundamental a la igualdad desde una perspectiva intergeneracional e inclusiva, así como una sociedad más abierta que reúna esfuerzos y saberes para mejorar lo humano, comenzando por la eficiencia de sus instituciones.
Lo humano no puede estar en peligro de extinción. Integración no es sinónimo de apropiación. Abandonar el timón en favor de un piloto automático no significa que el rumbo a tomar nos depare un destino mejor por controlar todas las rutas posibles, porque para ello se requieren destrezas y habilidades propias de la intuición. Me pregunto si quedarán palabras o fuentes válidas tras el naufragio de los saberes clásicos y si podremos reconstruirnos como los antiguos mitos antediluvianos.
(*) Investigadora en la Facultad de Filosofía y humanista digital, Universidade de Santiago de Compostela.